EL SUR TAMBIÉN EXISTE

Si fuesen míos los paños bordados de los cielos, tejidos con luz de oro y plata, los paños azules, sombríos y oscuros de la noche, la luz y el crepúsculo, los tendería a tus pies. Pero yo, siendo pobre, sólo tengo mis sueños. he esparcido mis sueños bajo tus pies. Camina suave porque pisas mis sueños. w.b. Yeats





"Pero aquí abajo abajo,cerca de las raíces,es donde la memoria ningún recuerdo omite. Y hay quienes se desmueren y hay quienes se desviven y así entre todos logran lo que era un imposible. Que todo el mundo sepa que el Sur también existe" Mario Benedetti.


"Un escritor es algo extraño. Es una contradicción y también un sinsentido. Escribir es aullar sin ruido" M. Duras http://t.co/


jueves, 27 de enero de 2022

El valioso tiempo de los maduros. Mensaje de Mario de Andrade (Poeta, novelista, ensayista y musicólogo brasileño)

Vivamos intensamente hoy .......
Mañana es un tiempo que existe en nuestros sueños.

EL VALIOSO TIEMPO DE LOS MADUROS. 

Mensaje de Mario de Andrade  (Poeta, novelista, ensayista y musicólogo  brasileño)


“Conté mis años y descubrí,

que tengo menos tiempo

para vivir de aquí en adelante,

que el que viví hasta ahora...

 Me siento como aquel chico

que ganó un  paquete de golosinas: 

las primeras las comió con agrado,

 pero, cuando percibió

que quedaban pocas, 

comenzó a saborearlas profundamente.

Ya no tengo tiempo

para reuniones  interminables, 

donde se discuten estatutos,

normas, procedimientos

y reglamentos internos, 

sabiendo que no se va a lograr nada.

Ya no tengo tiempo

para soportar absurdas personas

que, a pesar de su edad cronológica,

 no han crecido.

Ya no tengo tiempo

para lidiar con mediocridades..

No quiero estar en reuniones

donde desfilan egos inflados.

No tolero a maniobreros 

y ventajeros.

Me molestan los envidiosos,

que tratan de desacreditar

a los más capaces,

para apropiarse de  sus lugares,

talentos y logros.

Detesto, si soy testigo,

de los defectos que genera

la lucha por un majestuoso cargo. 

Las personas no discuten contenidos,

 apenas los títulos..

Mi tiempo es escaso

como para discutir títulos.

Quiero la esencia,

      mi alma tiene prisa....

Sin muchas golosinas en el paquete...

Quiero vivir al lado

 de gente  humana, muy humana. 

Que sepa reír, de sus errores.  

Que no se envanezca,

con sus triunfos.

Que no se considere electa, 

antes de hora.

Que no huya, de sus  responsabilidades.

Que defienda, la dignidad humana.  

Y que desee tan sólo

andar del lado  de la verdad

y la honradez.

Lo esencial es lo que hace

que la vida valga la pena.

Quiero rodearme de gente,

que sepa tocar el corazón

de las personas….

Gente a quien los golpes

duros de la vida,

le enseñó a crecer

con toques suaves en el alma.

Sí…. tengo prisa…

por vivir con la intensidad,

que sólo la madurez  

puede dar.

Pretendo no desperdiciar 
parte alguna de las golosinas 
que me quedan… 
Estoy seguro 
que serán más exquisitas, 
que las que hasta ahora he comido. 
  
Mi meta es llegar al final 
satisfecho y en paz 
con mis seres queridos 
y con mi conciencia. 
  
Espero que la tuya sea la misma, 
porque de cualquier manera 
llegarás.." 


Vivamos intensamente hoy .....
Mañana

es un tiempo que existe en nuestros sueños.


 

martes, 25 de enero de 2022

EN EL PUEBLO DE LOS GINKGO BILOBA. CUENTO. Ana María Manceda



  EN EL PUEBLO DE LOS GINKGO BILOBA”. ANA MARÍA MANCEDA. SELECCIONADO PARA ANTOLOGÍA.EDIT.NUEVO SER.2003.

El sol amenaza arder sobre las dunas. La hilera de seres harapientos se desplaza sobre la arena. Es gente aún joven y fuerte, entre ellos hay niños, de rasgos bellos, se puede distinguir en sus facciones los rasgos de las distintas etnias terrestres, pero todas esas cualidades están escondidas por la suciedad de sus cuerpos y sus ropas. Un color humo rodea la imagen de los vagabundos, a pesar del oro del desierto se ven como andrajosos mutantes que vagan sin destino. Las poblaciones rechazan su presencia, son los leprosos del siglo veintiuno. Fueron los dueños del mundo en la era de los millonarios electrónicos; el “ Capital” fluía con libertad, Las Grandes Corporaciones Transnacionales eran buques sin banderas que navegaban con sus capitales por las aguas de Internet. Fundían países y enriquecían regiones en horas, causaban el mismo desastre que la fuga de los gases tóxicos de una industria pesticida, pero ellos seguían su veloz viaje de piratería con sus “ Bancos Fantasmas”. Así estaba el mundo globalizado, con políticos y burócratas corruptos e incapaces de seguir la velocidad de sus comunicaciones y transferencias. Barrieron con siglos de un orden social injusto pero con cierto equilibrio, desaparecieron la actitud ética, la moral, la dignidad. Pero la catástrofe llegó, explotó como una bomba debido a la volatilidad del Mercado Mundial, y este grupo de gente, habitantes de barrios exclusivos, de vidas privilegiadas, poseedores de riquezas inimaginadas para el hombre común, perdió la “ Espada, la Joya y el Espejo”.*
Al principio, desconcertados, se unieron, se ayudaron, pero era tal la miseria que comenzaron su éxodo por el mundo, comiendo lo que encuentran y bebiendo de las aguas de escasos manantiales. La gente de los pueblos por los que pasan, los insultan, tirándoles piedras y sumiéndolos en el escarnio. Sus caras tienen la expresión de la nada, quizás llevan en sus mentes, recuerdos de los paraísos perdidos, de una vida obscena y amoral.
Entre la muchedumbre van Takeo y su hija Amaterasu, siempre tomados de la mano. Sus semblantes reflejan sentimientos humanos, ausentes en los demás. Uno puede ver en ellos angustia, sorpresa, emoción. Takeo fue un poderoso Shogum financiero, amó profundamente a su esposa Kono-Hana, rica heredera, en honor a ella y para merecerla había levantado un Imperio. Cuando su mujer murió solo se asió a la vida por su hija Amaterasu, luego devino el Crak Mundial y comenzó el peregrinaje. En esa travesía sin tiempo, la niña cuida de su padre y juntos comentan la puesta del sol, la maravilla de un eclipse, el nacimiento de una flor. Reconocen los pájaros por su canto, habilidad que aprendieron de Kono- Hana, gran conocedora de la naturaleza. Esas fugaces emociones son asfixiadas ante el maltrato que reciben por los pueblos que pasan, observando a la vez la pobreza y la falta de alegría de esa gente, era como si una lluvia de tristeza hubiera caído sobre el planeta.
Una tarde pasan por uno de los tantos pueblos humildes, pero éste tenía algo distinto, denotaba organización y pulcritud. El padre y la niña se alejan del grupo, se adentran entre sus calles, les parece no percibir violencia entre los pobladores. Las veredas estaban arboladas de majestuosos Ginkgo Biloba, cuyas hojas en forma de abanico parecían aventar la fatiga de los forasteros. La admiración iba creciendo a medida que descubrían la peculiar vida de sus habitantes, la alegría dominaba la actitud de los mismos. Las mujeres cantaban mientras realizaban sus quehaceres, algunas familias merendaban en los patios delanteros de sus casas mientras los niños jugaban en las veredas. Al pasar los miraban curiosos, el olor de las comidas caseras era exquisito. Se veían jardines, huertas, granjas, todo amorosamente cuidado. Los muros, cual páginas de los libros, estaban pintados con imágenes de historias y leyendas, seguramente de esa región, adornados con bajorrelieves que representaban las hojas en abanico de los Ginkgo Biloba, el árbol sagrado de ese pueblo. Otra cosa sorprendente era la manera y el tipo de conversación que sostenían; hablaban de proyectos, las palabras salían musicalmente, se enlazaban, se enhebraban y confluían en sueños y utopías. Amaterasu se emocionó y más que nunca anheló estar con su madre para compartir ese lugar y esos momentos. Se detuvieron a mirar como trabajaban un carpintero y un herrero mientras tomaban un refresco y charlaban. La niña sintió la necesidad de pedirle a su padre la foto de la familia en los tiempos felices, Takeo, apesadumbrado, le contestó- Los duendes del imperio me arrebataron tan precioso tesoro. En ese momento los artesanos levantaron la vista y sonrieron al padre y a la hija, les convidaron refrescos, reconocieron en ellos cierta magia.
El sol se estaba ocultando. Se veía distante, cruzando las colinas, la hilera de harapientos que se alejaba. Takeo y Amaterasu fueron invitados a compartir esperanzas en el pueblo de los Ginkgo Biloba. Al pasar los días, la gente se reunió para, en ceremonia solemne, entregar al padre y a la hija, el símbolo que les correspondía como ciudadanos del lugar. El herrero y el carpintero se acercaron con un hermoso estuche de madera en cuya tapa se encontraba exquisitamente tallada la hoja del árbol sagrado. Takeo sintió un escalofrío y lo invadió el pánico, creyendo adivinar que dentro habría una joya y se dijo- Todo comenzará nuevamente. Al abrir la tapa, Amaterasu se sorprendió al ver el estuche vacío, pero su padre emocionado vio en el fondo del mismo el bello rostro de su hija reflejado en un espejo.****
*Dentro del mundo de los negocios la espada es la fuerza, la joya la riqueza y el espejo el conocimiento (Alvin Toffler)

JORGE LUIS BORGES. "LAS RUINAS CIRCULARES" CUENTO. TEXTO COMPLETO

 Las ruinas circulares

[Cuento - Texto completo.]
Jorge Luis Borges

Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche, nadie vio la canoa de bambú sumiéndose en el fango sagrado, pero a los pocos días nadie ignoraba que el hombre taciturno venía del Sur y que su patria era una de las infinitas aldeas que están aguas arriba, en el flanco violento de la montaña, donde el idioma zend no está contaminado de griego y donde es infrecuente la lepra. Lo cierto es que el hombre gris besó el fango, repechó la ribera sin apartar (probablemente, sin sentir) las cortaderas que le dilaceraban las carnes y se arrastró, mareado y ensangrentado, hasta el recinto circular que corona un tigre o caballo de piedra, que tuvo alguna vez el color del fuego y ahora el de la ceniza. Ese redondel es un templo que devoraron los incendios antiguos, que la selva palúdica ha profanado y cuyo dios no recibe honor de los hombres. El forastero se tendió bajo el pedestal. Lo despertó el sol alto. Comprobó sin asombro que las heridas habían cicatrizado; cerró los ojos pálidos y durmió, no por flaqueza de la carne sino por determinación de la voluntad. Sabía que ese templo era el lugar que requería su invencible propósito; sabía que los árboles incesantes no habían logrado estrangular, río abajo, las ruinas de otro templo propicio, también de dioses incendiados y muertos; sabía que su inmediata obligación era el sueño. Hacia la medianoche lo despertó el grito inconsolable de un pájaro. Rastros de pies descalzos, unos higos y un cántaro le advirtieron que los hombres de la región habían espiado con respeto su sueño y solicitaban su amparo o temían su magia. Sintió el frío del miedo y buscó en la muralla dilapidada un nicho sepulcral y se tapó con hojas desconocidas.
El propósito que lo guiaba no era imposible, aunque sí sobrenatural. Quería soñar un hombre: quería soñarlo con integridad minuciosa e imponerlo a la realidad. Ese proyecto mágico había agotado el espacio entero de su alma; si alguien le hubiera preguntado su propio nombre o cualquier rasgo de su vida anterior, no habría acertado a responder. Le convenía el templo inhabitado y despedazado, porque era un mínimo de mundo visible; la cercanía de los leñadores también, porque éstos se encargaban de subvenir a sus necesidades frugales. El arroz y las frutas de su tributo eran pábulo suficiente para su cuerpo, consagrado a la única tarea de dormir y soñar.
Al principio, los sueños eran caóticos; poco después, fueron de naturaleza dialéctica. El forastero se soñaba en el centro de un anfiteatro circular que era de algún modo el templo incendiado: nubes de alumnos taciturnos fatigaban las gradas; las caras de los últimos pendían a muchos siglos de distancia y a una altura estelar, pero eran del todo precisas. El hombre les dictaba lecciones de anatomía, de cosmografía, de magia: los rostros escuchaban con ansiedad y procuraban responder con entendimiento, como si adivinaran la importancia de aquel examen, que redimiría a uno de ellos de su condición de vana apariencia y lo interpolaría en el mundo real. El hombre, en el sueño y en la vigilia, consideraba las respuestas de sus fantasmas, no se dejaba embaucar por los impostores, adivinaba en ciertas perplejidades una inteligencia creciente. Buscaba un alma que mereciera participar en el universo.
A las nueve o diez noches comprendió con alguna amargura que nada podía esperar de aquellos alumnos que aceptaban con pasividad su doctrina y sí de aquellos que arriesgaban, a veces, una contradicción razonable. Los primeros, aunque dignos de amor y de buen afecto, no podían ascender a individuos; los últimos preexistían un poco más. Una tarde (ahora también las tardes eran tributarias del sueño, ahora no velaba sino un par de horas en el amanecer) licenció para siempre el vasto colegio ilusorio y se quedó con un solo alumno. Era un muchacho taciturno, cetrino, díscolo a veces, de rasgos afilados que repetían los de su soñador. No lo desconcertó por mucho tiempo la brusca eliminación de los condiscípulos; su progreso, al cabo de unas pocas lecciones particulares, pudo maravillar al maestro. Sin embargo, la catástrofe sobrevino. El hombre, un día, emergió del sueño como de un desierto viscoso, miró la vana luz de la tarde que al pronto confundió con la aurora y comprendió que no había soñado. Toda esa noche y todo el día, la intolerable lucidez del insomnio se abatió contra él. Quiso explorar la selva, extenuarse; apenas alcanzó entre la cicuta unas rachas de sueño débil, veteadas fugazmente de visiones de tipo rudimental: inservibles. Quiso congregar el colegio y apenas hubo articulado unas breves palabras de exhortación, éste se deformó, se borró. En la casi perpetua vigilia, lágrimas de ira le quemaban los viejos ojos.
Comprendió que el empeño de modelar la materia incoherente y vertiginosa de que se componen los sueños es el más arduo que puede acometer un varón, aunque penetre todos los enigmas del orden superior y del inferior: mucho más arduo que tejer una cuerda de arena o que amonedar el viento sin cara. Comprendió que un fracaso inicial era inevitable. Juró olvidar la enorme alucinación que lo había desviado al principio y buscó otro método de trabajo. Antes de ejercitarlo, dedicó un mes a la reposición de las fuerzas que había malgastado el delirio. Abandonó toda premeditación de soñar y casi acto continuo logró dormir un trecho razonable del día. Las raras veces que soñó durante ese período, no reparó en los sueños. Para reanudar la tarea, esperó que el disco de la luna fuera perfecto. Luego, en la tarde, se purificó en las aguas del río, adoró los dioses planetarios, pronunció las sílabas lícitas de un nombre poderoso y durmió. Casi inmediatamente, soñó con un corazón que latía.
Lo soñó activo, caluroso, secreto, del grandor de un puño cerrado, color granate en la penumbra de un cuerpo humano aun sin cara ni sexo; con minucioso amor lo soñó, durante catorce lúcidas noches. Cada noche, lo percibía con mayor evidencia. No lo tocaba: se limitaba a atestiguarlo, a observarlo, tal vez a corregirlo con la mirada. Lo percibía, lo vivía, desde muchas distancias y muchos ángulos. La noche catorcena rozó la arteria pulmonar con el índice y luego todo el corazón, desde afuera y adentro. El examen lo satisfizo. Deliberadamente no soñó durante una noche: luego retomó el corazón, invocó el nombre de un planeta y emprendió la visión de otro de los órganos principales. Antes de un año llegó al esqueleto, a los párpados. El pelo innumerable fue tal vez la tarea más difícil. Soñó un hombre íntegro, un mancebo, pero éste no se incorporaba ni hablaba ni podía abrir los ojos. Noche tras noche, el hombre lo soñaba dormido.
En las cosmogonías gnósticas, los demiurgos amasan un rojo Adán que no logra ponerse de pie; tan inhábil y rudo y elemental como ese Adán de polvo era el Adán de sueño que las noches del mago habían fabricado. Una tarde, el hombre casi destruyó toda su obra, pero se arrepintió. (Más le hubiera valido destruirla.) Agotados los votos a los númenes de la tierra y del río, se arrojó a los pies de la efigie que tal vez era un tigre y tal vez un potro, e imploró su desconocido socorro. Ese crepúsculo, soñó con la estatua. La soñó viva, trémula: no era un atroz bastardo de tigre y potro, sino a la vez esas dos criaturas vehementes y también un toro, una rosa, una tempestad. Ese múltiple dios le reveló que su nombre terrenal era Fuego, que en ese templo circular (y en otros iguales) le habían rendido sacrificios y culto y que mágicamente animaría al fantasma soñado, de suerte que todas las criaturas, excepto el Fuego mismo y el soñador, lo pensaran un hombre de carne y hueso. Le ordenó que una vez instruido en los ritos, lo enviaría al otro templo despedazado cuyas pirámides persisten aguas abajo, para que alguna voz lo glorificara en aquel edificio desierto. En el sueño del hombre que soñaba, el soñado se despertó.
El mago ejecutó esas órdenes. Consagró un plazo (que finalmente abarcó dos años) a descubrirle los arcanos del universo y del culto del fuego. Íntimamente, le dolía apartarse de él. Con el pretexto de la necesidad pedagógica, dilataba cada día las horas dedicadas al sueño. También rehizo el hombro derecho, acaso deficiente. A veces, lo inquietaba una impresión de que ya todo eso había acontecido… En general, sus días eran felices; al cerrar los ojos pensaba: Ahora estaré con mi hijo. O, más raramente: El hijo que he engendrado me espera y no existirá si no voy.
Gradualmente, lo fue acostumbrando a la realidad. Una vez le ordenó que embanderara una cumbre lejana. Al otro día, flameaba la bandera en la cumbre. Ensayó otros experimentos análogos, cada vez más audaces. Comprendió con cierta amargura que su hijo estaba listo para nacer -y tal vez impaciente. Esa noche lo besó por primera vez y lo envió al otro templo cuyos despojos blanqueaban río abajo, a muchas leguas de inextricable selva y de ciénaga. Antes (para que no supiera nunca que era un fantasma, para que se creyera un hombre como los otros) le infundió el olvido total de sus años de aprendizaje.
Su victoria y su paz quedaron empañadas de hastío. En los crepúsculos de la tarde y del alba, se prosternaba ante la figura de piedra, tal vez imaginando que su hijo irreal ejecutaba idénticos ritos, en otras ruinas circulares, aguas abajo; de noche no soñaba, o soñaba como lo hacen todos los hombres. Percibía con cierta palidez los sonidos y formas del universo: el hijo ausente se nutría de esas disminuciones de su alma. El propósito de su vida estaba colmado; el hombre persistió en una suerte de éxtasis. Al cabo de un tiempo que ciertos narradores de su historia prefieren computar en años y otros en lustros, lo despertaron dos remeros a medianoche: no pudo ver sus caras, pero le hablaron de un hombre mágico en un templo del Norte, capaz de hollar el fuego y de no quemarse. El mago recordó bruscamente las palabras del dios. Recordó que de todas las criaturas que componen el orbe, el fuego era la única que sabía que su hijo era un fantasma. Ese recuerdo, apaciguador al principio, acabó por atormentarlo. Temió que su hijo meditara en ese privilegio anormal y descubriera de algún modo su condición de mero simulacro. No ser un hombre, ser la proyección del sueño de otro hombre ¡qué humillación incomparable, qué vértigo! A todo padre le interesan los hijos que ha procreado (que ha permitido) en una mera confusión o felicidad; es natural que el mago temiera por el porvenir de aquel hijo, pensado entraña por entraña y rasgo por rasgo, en mil y una noches secretas.
El término de sus cavilaciones fue brusco, pero lo prometieron algunos signos. Primero (al cabo de una larga sequía) una remota nube en un cerro, liviana como un pájaro; luego, hacia el Sur, el cielo que tenía el color rosado de la encía de los leopardos; luego las humaredas que herrumbraron el metal de las noches; después la fuga pánica de las bestias. Porque se repitió lo acontecido hace muchos siglos. Las ruinas del santuario del dios del fuego fueron destruidas por el fuego. En un alba sin pájaros el mago vio cernirse contra los muros el incendio concéntrico. Por un instante, pensó refugiarse en las aguas, pero luego comprendió que la muerte venía a coronar su vejez y a absolverlo de sus trabajos. Caminó contra los jirones de fuego. Éstos no mordieron su carne, éstos lo acariciaron y lo inundaron sin calor y sin combustión. Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñándolo.
MÁS CUENTOS DE JORGE LUIS BORGES

miércoles, 28 de julio de 2021

LITERATURA DESDE LA PATAGONIA. ANA MARÍA MANCEDA: El sonido del universo Ana María Manceda

LITERATURA DESDE LA PATAGONIA. ANA MARÍA MANCEDA: El sonido del universo Ana María Manceda: El sonido del universo Ana María Manceda M e recosté en la camilla, el obstetra actuó. Un silencio parecido al instante previo de

El sonido del universo Ana María Manceda

Me recosté en la camilla, el obstetra actuó. Un silencio parecido al instante previo de la caída de la nieve, en los bosques cordilleranos aleteó en el espacio. Luego escucho la presencia de un tambor, de mi vientre sale el sonido. ¡Cuarenta años! Mi primer hijo. Los latidos de su corazón navegan entre las lágrimas ancestrales y siento, profundo, el sonido del Universo....

jueves, 17 de junio de 2021

LA NOCHE DE LA FLOR DEL CACTUS. blog de la escritora de San Martín de Los Andes, Ana María Manceda: RESEÑA LITERARIA DE LA NOVELA “LA NOCHE DE LA FLOR...

LA NOCHE DE LA FLOR DEL CACTUS. blog de la escritora de San Martín de Los Andes, Ana María Manceda: RESEÑA LITERARIA DE LA NOVELA “LA NOCHE DE LA FLOR...: RESEÑA LITERARIA DE LA NOVELA “ LA NOCHE DE LA FLOR DEL CACTUS” AUTORA: ANA MARÍA MANCEDA             


RESEÑA LITERARIA DE LA NOVELA “LA NOCHE DE LA FLOR DEL CACTUS”

AUTORA: ANA MARÍA MANCEDA


  
Román Sabatier es arqueólogo. Nacido y  criado en la zona de La Vega de San Martín de Los Andes junto a su familia y a un viejo mapuche, Abel Furiman, aprende a amar la historia natural que transmite la geografía de esta región patagónica. Ya recibido y siendo profesor e investigador de la facultad de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional de La Plata estallará en su vida un juego trágico del destino. Los acontecimientos familiares estarán entretejidos entre la ciudad de La Plata, San Martín de Los Andes y  las vicisitudes políticas de la Argentina de 1973- 1974; juventud, nostalgia, utopías, amores, amigos, discípulos, familia, arqueología, ecología, estarán inmersos en los años de una década que determinó la vida de los argentinos sin concesiones.  








1º CAPÍTULO . ROMÁN



                           




                              Tenía que regresar. Y  sí, lo haría,  siempre lo supo. Era la tierra  de sus viejos, sus piedras, sus bosques y lagos. Regresaría con lo nuevo, sus hijos, la línea del horizonte, el río más ancho, la humedad y nuevos olores en el alma. La aguja de su angustia apunta hacia el sur, maldita nostalgia, de nuevo al acecho, aleteando parásita. Todo comenzó con la muerte de  Pedro, su pequeño hermano, asesinado hace tres años, allá, en la Patagonia. La familia  quedó destrozada, en una dimensión  donde la tristeza se burla del espacio y el tiempo mortales. El nacimiento de sus hijos  mellizos, ese mismo año, palió la  tragedia. ¡Pedro! sus visitas a La Plata, recordó su expresión de alegría y su excitación por conocerlo todo. Solían pasear por la zona de  La Catedral en la infinitud de La Plaza Moreno « Román ¿Ahí vive Dios?» su curiosidad  mística lo enternecía. Siguió caminando, quiso sacudir su tristeza y meterse en el otoño de la ciudad  que se va vistiendo de oro.  Caminar por las calles de La Plata era siempre una aventura que le causaba una sensación de felicidad. Recordaba  cuando recién llegado  se metía por una de sus diagonales e iba a parar a cualquier lugar, la desesperación lo divertía. Aún  no dominaba el trazado moderno, de vanguardia, pero estaba seguro que si le taparan los ojos y tuviera que reconocer los lugares por sus olores reconocería  a esta ciudad sobre todas las demás. Según la época sus calles huelen a tilos, a azahares de los naranjos y si el viento sopla del sudeste, se siente el olor del Río De La Plata, león apresado entre la tierra y el mar. En los ámbitos estudiantiles no cesaba la pasión por la discusión  política, literaria, filosófica. Esta atmósfera lo hacía vibrar, pasaron muchos años desde que había logrado finalizar su carrera o en realidad comenzarla y formar su propia familia, muy lejos quedaban sus raíces patagónicas.  Los pequeños estarían almorzando junto a su madre, luces en la vida de Román, las imágenes de Romina y Luciano hicieron brillar ese  día otoñal.  Cabizbajo recogió del suelo una pequeña pluma blanca, siempre lo hacía, le encantaban las plumas níveas que luego guardaba entre los libros, buenos augurios, los necesitaba, pronto cumpliría veintinueve años y le parecía haber vivido medio siglo. No se consideraba supersticioso, pero su profesión de arqueólogo y su niñez junto  al viejo mapuche Abel Furiman  provocaron en él cierta sensibilidad a los símbolos o señales.



En uno de sus viajes de campaña al Noroeste, a comienzos de la década de los setenta, tuvo en sus manos una piedra tallada con figuras zoo-antropomórficas  cabeza de hombre y  cuerpo de llama , recordó la impresión que sintió al acariciarla,  como si fuera un presagio,  un vacío, una sombra que se mueve dentro de la historia de su cuerpo.     


             Ya estaba cerca del  Comedor Estudiantil, ahí se  encontraría con gente del Museo, luego de las dos de la tarde tenía clases de trabajos prácticos en la Facultad.  Al llegar reconoció el paisaje de siempre; sobre las escaleras de entrada al Comedor se encontraba un grupo de estudiantes que rodeaba a un orador, éste se despachaba apasionado, en esos días Cámpora asumiría el poder, había esperanzas que las tinieblas se alejaran luego de tantos años de gobiernos autoritarios. Anhelaba que no fuera un espejismo, otros grupos charlaban sobre sus asuntos académicos. Ahí estaba el atorrante de Victorio.


Victorio, vení, tengo novedades, dale.


Victorio dejó riendo a sus casuales compañeros, siempre era el centro, traía consigo un bagaje pesado de cuentos e ironías patagónicas, esencia típica de los nacidos y criados de su pueblo. Luego del abrazo los amigos entraron a comer, Victorio era menor que Román, le faltaban pocas materias para recibirse de Abogado, pero su carácter extrovertido, carismático, hacía  que las horas diarias no le alcanzaran para estudiar lo suficiente, Inés, su novia casi desde la niñez y hermana de Román, había comenzado la carrera de abogacía mucho tiempo después, pero estaba a punto de alcanzarlo. Román y Victorio  se sentían hermanados por su origen, sus vidas, más  ligadas aún de lo que ellos imaginaran.


             La  melodía de  los Beatles  “Amáme” acompañó la comida de los amigos;  pescado con  puré, una manzana, agua, todos por unas monedas. Durante el almuerzo Román compartió con Victorio la carta que recibió  de su madre.                                                                                                                                        Se nota en tu vieja esa tristeza que no puede superar ¡Pobre Leonor! Pero hay que seguir viviendo che. ¡¿No te me vas a venir abajo?! Creo que tendrías que ser más impermeable a   sus estados de ánimo, ella sabe que vos la captás ¿No te parece que es una manera  de tenerte atado? Sin esperar respuesta quiso cambiar de tema─ .Mi  viejo está más haragán para escribir  se excusó         Victorio ─, pero desde que está con la chilena lo veo bárbaro, se había venido abajo.


Román quedó pensativo, se repuso y prestó atención a las opiniones de  su amigo respecto a su propia familia.


Qué extraño, cuando vivía tu mamá hacía las mil  macanas, pero parece que la muerte de Guadalupe lo volvió hogareño, todo lo que hubiera querido ella en vida.


Una sombra de tristeza cruzó la mirada de Victorio. Es cierto, quizás ella lo cegaba, siempre brillaba.


 Vos tenés mucho de ella ─, le dijo Román apretándole una mano.


Sí, puede ser ¿Pero sabés? En general es como una marca que llevo y me hace sentir que está conmigo, adoré a mi vieja,  en honor a  ella no puedo ir por la vida desparramando tristeza, me pudre esa actitud y perdoname amigo, quisiera verte mejor, no es una indirecta lo que digo, es frontal ¡Me harta verte melancólico! Sé que lo que pasó es una tragedia, yo también lo viví, soy parte de la familia, pero vos tenés tu propio hogar, tus hijos te necesitan, por favor ¡Dejate de joder!


Lo sé Victorio, lo sé, dame tiempo, yo también estoy harto de mi estado ¿Vos creés qué  estoy cómodo  y complaciente?  No, no te engañes, comencé a buscar una luz para todo esto.


Eso espero viejo, contá conmigo, para lo que sea.


Lo sé, tenemos que encontrarnos con más tiempo para charlar.


Sí, siempre quedamos a medias.



Llegaron algunos compañeros, intercambiaron saludos, información académica, ineludibles comentarios políticos.  Desde el exterior del comedor se escuchaban los bombos  característicos de la Juventud Peronista, no se podía obviar las referencias a la pronta presidencia de Cámpora, al poder  indiscutido del General Perón, a la dudosa personalidad de su mujer y a  la  siniestra  omnipresencia de  Lopez Rega. Se despidieron de sus compañeros cercanos y salieron, la luz  y el bullicio estudiantil los golpeó.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                           


¿Viste che? ¡Cómo hablan estos tipos, te marean mierda! ¡Hacen un embrollo! Lo que piensan lo largan, algunos tienen diarrea verbal, no se puede hacer análisis político tan a la pasada, yo estoy desconfiado con lo que se nos viene           ¡Qué querés que te diga! Hay algo que no está tan claro ¿Vos que creés?


Yo diría que la diarrea es de pensamientos, después tienen floja la lengua y  para serte sincero recién me estoy preocupando por lo que se viene, al principio estaba esperanzado, vamos a tener un gobierno democrático y eso es mucho decir, justo nuestra generación que se crió entre golpes de estado. Pensá que conocimos la democracia a través de relatos que nos hacían los profe con el riesgo de perder su cátedra, nunca me olvido del viejo de Historia, espiaba los pasillos para ver si venía alguien, cerraba la puerta y luego nos explicaba qué era el Parlamento, la división de poderes y todo por ese estilo, ni hablar de los que realmente lucharon por tener un estado libre.


Pero mi viejo, las extremas no se rinden.


¡Já..Já..!


Vamos profe, te acompaño hasta el Museo, Inesita me espera a las cuatro.


Mi hermana te va a matar Victorio, siempre  haciéndola esperar  ¿A quién vas a engatusar antes de llegar a lo de Inés?


Victorio se rió, no tenía idea del tiempo.


Y vos Román, me querés decir que necesidad tenés de cursar Evolución ¿No te alcanza con todo lo que hacés? Ahora vas a los prácticos y luego a la cursada, al final terminás reventado che.


Bueno, es solo por este año, por ahora, luego veremos, necesito  actualizarme. Ya vas a ver cuando te recibas, las investigaciones son tan aceleradas que es imposible estar al día con todos los conocimientos, pero no podés dejar de hacerlo.


Sí, supongo, ya veo que con el tiempo no alcanzará con un diploma universitario  pero además viejo ¡Ustedes en esa facultad tienen unas materias más estrafalarias!                                                                                                                        ¡Já...já...! Algún día vas a tener que legislar sobre éstas cuestiones estrafalarias. Con los descubrimientos de la ciencia en genética y la destrucción del medio ambiente ni te imaginás el compromiso que todos vamos a tener. Para eso necesitamos leyes ¿No te parece?


¡ A la mierda que son complicadas las cosas!  Piano...piano se llega lejos, por ahora tengo que recibirme.


Sí, ya es hora.


Y si me recibo me tengo que casar si no Inés me mata.


¡ Já..já..! No seas guacho,  si te casás con mi hermana es porque la querés.              


             Se dirigieron hacia el Museo, caminando por el sendero de los Ginkgo Biloba,  juntos, unidos por una anastomosis que había decidido el destino. Al llegar observaron a los estudiantes recostados como lagartos sobre la escalinata de entrada al edificio, recibiendo el tibio sol otoñal.  A los costados, en pétrea alerta, los Smilodontes regresaban del pasado. Se despidieron.


             Román entró al Museo por la rotonda inferior, desde ahí admiraba todos los días las pinturas al óleo que lucían las paredes de la misma, así como en el vestíbulo anillado de la planta superior, eran paisajes del  cuaternario, realizados magníficamente por artistas plásticos decimonónicos. Amaba ese edificio, sus colecciones, su historia. Era un santuario de la  evolución, en ese ámbito vivieron muchos años, con sus respectivas familias, los Caciques Inacayal y Foyel, ambos prisioneros del gobierno argentino. Habían sido cautivos durante la sangrienta          “Campaña Del Desierto”,


             Aprendió a amar  a los prisioneros de la “Región de los Manzanos”, leyendo en una Revista del Museo  un artículo  de 1904, sobre la vida de estos hombres de su tierra. Tomó nota de unas palabras que el Cacique Inacayal había pronunciado  en el dolor y la nostalgia de su exilio obligado. “Yo, Jefe hijo de esta tierra, blancos ladrones... matar  a mis hermanos, robar mis caballos y la tierra que me ha visto nacer...¡Ahora prisionero...yo desdichado!  Y un día, cuando el sol poniente teñía de púrpura el majestuoso propileo de aquel edificio engarzado entre los sombríos eucaliptos del bosque platense, sostenido por dos indios, apareció  allá arriba, en la escalera monumental; se arrancó la ropa, la del invasor de su patria, desnudó su torso dorado como metal corintio, hizo un ademán al sol, otro larguísimo hacia el Sur, habló palabras desconocidas y en el crepúsculo, la sombra agobiada de ese viejo señor de la tierra, se desvaneció como la rápida evocación de su mundo. Esa misma noche, Inacayal moría anciano, quizás contento de que el vencedor le hubiese permitido saludar al sol. Se obtuvo una mascarilla de su rostro a las pocas horas de su deceso, la que muestra una expresión de placer realmente extraordinaria. Era el veinticuatro de Septiembre de mil novecientos ochenta y ocho, en un cuarto del Museo platense”.                                                                                                                                                                                                                                              .            Desde que leyó la historia, Román supo que un hilo invisible, misterioso, lo unía a  la región de la Patagonia donde había nacido y al Museo De La Plata. Recordó  su niñez junto a  Don Furiman, su viejo “ Espaldas de Cóndor”  el compañero y mentor de las aventuras en  las tierras sagradas de los mapuches, tierras que fueron testigo de la barbarie provocada por el hombre blanco, siempre negociando, siempre,  la bandera de los violentos, hipócritas,  invocando “En el nombre de Dios y la civilización”.  Él amaba esas tierras, deseó conocer su cultura milenaria desde el momento que comenzó a deambular por el territorio de la mano del viejo, coleccionando rocas,  chaquiras, puntas de flecha,  el asombro y fascinación en las cuevas pintadas, visitando zonas con ríos de lava, otras en que el agua caliente surgía entre los bosques impregnada de olor a azufre, donde solían sumergirse disfrutando  de los baños termales. En  todo el vasto paisaje estaban la impronta de la actividad volcánica y   la presencia del mar en épocas remotas.  Los diálogos con el viejo eran interminables.  El recuerdo le provocó   una profunda  felicidad.  Sabía que estaba en esta vida para cumplir  una misión, a pesar de la lucha cotidiana, la historia familiar, la tragedia. Esa revelación es  la que le daba fuerzas para seguir con su  destino, un camino que él se había trazado.   Sus hijos eran lo más importante, pero él tenía claro que ellos eran seres únicos, irrepetibles y debían vivir sus propias vidas.



CAPÍTULO 2º: EL MUSEO




             Como plantado en un ángulo del  Bosque De La Plata, el edificio se presenta sólido, monumental, de estilo neoclásico; forma rectangular con dos semicírculos en sus extremos, atesora en su interior riquezas de todas las ramas de la historia natural del planeta. A ambos lados de la escalinata de acceso, los Smilodontes, los soberbios tigres de dientes de sable.


             La Facultad de Ciencias Naturales funcionaba en el laberinto del subsuelo, éste conectaba las aulas, los gabinetes, laboratorios y un sin fin de material en espera de clasificación. Por las mañanas en estos sótanos el movimiento era febril; profesores, técnicos, estudiantes deambulaban por el  laberinto, esquivando inmensos cajones que contenía fósiles de distintas especies y épocas. Todo el ámbito estaba impregnado de las ideas surgidas  por las discusiones científicas y filosóficas, muchas de éstas terminaban en  fundamentos de trabajos de estudiantes avanzados que debían presentar sus tesis.  A media mañana, luego de las primeras horas de clases,  los estudiantes de las distintas carreras subían a la sala donde funcionaba el “Bar”, instalado al margen de fósiles gigantes de millones de años de antigüedad. Para los habitúes era el lugar de recreo, tenían sus códigos  relacionados con la   disciplina que estudiaban.



             Román se encontraba en una de las mesas con un grupo de alumnos, mientras comían pebetes de jamón y queso y tomaban un café, comentaban las dificultades que se presentaban para realizar el viaje de campo que programaban para  la primavera.                                


Yo no me olvido del último viaje de campaña, todavía tenemos material para clasificar, la verdad que tuvimos suerte al encontrar el sitio .  Comentó Ismael, uno de los alumnos más avanzados en la carrera de Arqueología.                                                                                 
  No es solo suerte Ismael, acordate el tiempo que nos llevó preparar ese viaje, y lo que tuvimos que estudiar, además del dinero que juntamos, ahí sí tuvimos suerte con la donación que obtuvimos de la Fundación. Aclaró Román.


Es cierto, pero así nos costara el doble de sacrificio no elegiría otra carrera, para mí es una pasión.


Está, pero  tienen que saber que la entrega a esa pasión debe ser casi total, vos y algunos compañeros están metidos en política, eso también es una pasión y te quita energía para dedicarte full-time. 


Ya lo sé Román, pero si no cambiamos esta realidad de mierda que vivimos       ¿Me querés decir que excavaciones y estudios vamos a hacer?


Lo sé, lo sé, quizás será que soy muy reflexivo, pienso que primero debemos obtener las herramientas y luego usarlas.


Mirá profe, no sé si en este país ser tan prolijito sirve, los carcamanes se han clonizado a través de la historia, por momentos pienso que la única manera es eliminarlos desde las raíces.


¿Vos creés que la violencia trae solución? Fijate en la historia de los pueblos  europeos o de otros asiáticos, pasaron siglos en guerra, aún hoy siguen modificando fronteras según alguna especulación económica, son guerras interminables ¿Quién te creés que se beneficia con esas luchas,  muchas de ellas fraticidas?


Sí, los fabricantes y traficantes de armas ¡Vaya la novedad!


Eso lo sabemos  dijo otro alumno exaltado  pero nosotros no podemos arreglar el pasado, ya está, debemos pensar en  nuestro futuro ¿Qué podemos hacer ahora?


Callaron, sabían que estaban en el límite que el cariño y el respeto les permitía. Mientras comían observaban lo que ocurría alrededor.  En las mesas vecinas se charlaba de distintos temas, cercana a ellos  estaba un grupo de  alumnas de Ecología. Se miraron con complicidad ¡Eran charlatanas las ecólogas! De todas maneras trataron de escucharlas.


María Luz, reconocé que de alguna manera no enfocaste bien, yo observé perfectamente las esporas, la Gallega me ayudó a precisar el microscopio . Dijo Luisina.


Quizás tuviera razón, pero a María Luz la enojaba no haber visto bien esas maravillas microscópicas, justo cuando el material que les había dado la profe  estaba en plena conjugación sexual, era un proceso extraordinario.                                                                                                    En ese momento entró casi corriendo Florencia, los brazos cargados de libros y el bolso cayéndose de su hombro, se sentó con ellas y pidió un submarino, estaba cansada y con frío, el chocolate le haría entrar en calor y renovar energías. Se metieron en el mundo de los organismos celulares discutiendo apasionadas.                                                                                                         ¿Vos viste bien la reproducción sexual de las esporas? Preguntó Luisina.                                                             


Sí, claro, en realidad es una conjugación,  pero  chicas cópula no hay, no se olviden que son microscópicos.                                                                                                        Buen... por supuesto. Lo extraordinario para mí es ir descubriendo ese mundo, jamás hubiera imaginado que todo esto ocurría ¡Y poder verlo!  ¿No es maravilloso el sexo? Se manifiesta en todos los seres de la tierra.  No sé por qué los seres humanos somos tan pacatos con el sexo, si tuviéramos microscopios en los ojos  veríamos un continuo copular.                                                                                                               Es cierto, no se me había ocurrido pensarlo, te digo que sin microscopio veríamos igual y no precisamente una conjugación ¿Somos misteriosos los humanos, no creen?.  Se rieron.                                                                                      


             Entreverado entre sus alumnos Román las observaba con ternura,  ahí estaba Florencia, ante ella no podía tener  otra  expresión. Había  sido alumna suya en el primer año básico, la más entusiasta, la más discutidora, casi la convence que siga Arqueología. En realidad a Florencia le gustaban todas las carreras que se dictaban en el Museo, pero finalmente se decidió por la nueva licenciatura, Ecología. No podía dejar de mirarla, tenía un imán, era un chorro de energía. Florencia sintió la mirada, le sonrió y levantó la mano.                                                                                                                       ¡Hey...hey! ¿Por dónde andás volando  Flor?  Preguntó maliciosa María Luz.                          
  ¡ Ah, sí, sí ! miró la hora . Chicas termino el submarino y me voy, Jorge me espera, tenemos que ir a buscar unos apuntes y terminar el práctico.                                                                                                                                                                                                                         Dale, buena idea ─ opinó María Luz ─, igualmente tenemos que terminar el trabajo de nuestro grupo, vos  sabés que siempre hay alguno que se hace el opa, después nos embromamos todos. 


Florencia se retiró, Román sintió que el bar quedaba en penumbras, había salido la luz haciendo zig-zag entre millones de años  de antigüedad y desapareció.


            Jorge la esperaba sentado en la escalinata de entrada, le acarició la cabeza y se sentó  a su lado.  Frente a ellos, cruzando la  callejuela, se veían los carritos para la venta de panchos, el bosque y al fondo la parte lateral del Zoológico, un paisaje cotidiano, la piel de los estudiantes de Ciencias Naturales del Museo. Luego de saludarse los compañeros se fueron caminando por el sendero de los Ginkgo Biloba, el tiempo bueno estaba pasando, las hojas en forma de abanico de los Ginkgo lucían un amarillo-ocre,  los amigos charlan sobre el práctico que debían realizar, los unía una profunda camaradería, esto los hacía derivar hacia cuestiones filosóficas y políticas de la apasionante carrera, ellos serían los primeros Ecólogos junto a un puñado de compañeros. Eran jóvenes, estaban ilusionados, estaba todo por hacer.