EL SUR TAMBIÉN EXISTE

Si fuesen míos los paños bordados de los cielos, tejidos con luz de oro y plata, los paños azules, sombríos y oscuros de la noche, la luz y el crepúsculo, los tendería a tus pies. Pero yo, siendo pobre, sólo tengo mis sueños. he esparcido mis sueños bajo tus pies. Camina suave porque pisas mis sueños. w.b. Yeats





"Pero aquí abajo abajo,cerca de las raíces,es donde la memoria ningún recuerdo omite. Y hay quienes se desmueren y hay quienes se desviven y así entre todos logran lo que era un imposible. Que todo el mundo sepa que el Sur también existe" Mario Benedetti.


"Un escritor es algo extraño. Es una contradicción y también un sinsentido. Escribir es aullar sin ruido" M. Duras http://t.co/


domingo, 30 de diciembre de 2018

APASIONADO DEFENSOR DE LA PAZ, EL ESCRITOR ISRAELÍ MURIÓ EL VIERNES A LOS 79 AÑOS-

Amos Oz se murió cuando más hace falta leerlo
Apasionado defensor de la paz, el escritor israelí falleció el viernes a los 79 años. Apoyó siempre la solución de los dos estados y participó de la construcción de los Acuerdos de Ginebra. En Una historia de amor y oscuridad (2002), mezcla de autobiografía y novela histórica sobre el nacimiento del Estado judío, Oz contaba por primera vez aquella vieja anécdota familiar, que retomaría en sus ensayos y conferencias sobre el conflicto entre árabes y judíos. Lejos de las respuestas fáciles con ángeles y demonios que tanto les gustan a los fanáticos –una de sus principales obsesiones–, se refería a ese conflicto como una tragedia marcada por el choque "entre lo cierto y lo cierto", entre dos pueblos oprimidos con reivindicaciones legítimas y justas sobre el mismo pequeño pedazo de tierra, el único donde podrían vivir. Una tragedia que –explicaba con humor– no se resolvería con terapia de pareja, sino con un divorcio y división de bienes; algo doloroso, difícil, que no conformaría a nadie, pero permitiría alcanzar la paz: un objetivo más realista que el amor (o que un estado único binacional) para oponer a la guerra. Una vez alcanzada la paz, quizás en algunos años puedan tomar un café –de preferencia, café árabe–, pero sería impensable irse de luna de miel luego de cien años de sangre y lágrimas.

Para alcanzar una paz posible, ambos lados deberán aceptar que no están solos, que el otro no dejará de existir y que será necesario dividir la casa pequeña en cuartos menores, separados. Oz pedía a los más fanáticos entre los suyos que reconocieran que los palestinos están en Palestina porque es su única patria, como Holanda para los holandeses, una tierra con la que tienen profundos lazos emocionales e históricos, al igual que los judíos. Que, cuando fueron obligados a vivir en otros países árabes, los palestinos fueron rechazados, perseguidos y humillados por su propia gran familia, para la que nunca fueron importantes más allá de la retórica, lo que los obligó a tomar conciencia de su palestinidad, gentilicio que algunos israelíes no les reconocen. Pero, del mismo modo, Oz pedía a los palestinos –y a algunos fanáticos que los defienden y apuntan con el dedo– que entiendan que los judíos israelíes están en Israel porque no existe ningún otro país del mundo al que puedan, como pueblo, llamar hogar, luego de haber sido echados de otras tierras, donde fueron tratados como extraños, perseguidos y masacrados

viernes, 30 de noviembre de 2018

Envejecer tal vez tenga su gracia,



Esa batalla perdida que es la infancia, Enrique Vila-Matas


Vila-Matas joven
La herencia del horror marcaría el declive de la infancia y de la genialidad. Con mi primer paso en el desierto y el descubrimiento de la realidad, todo fue cambiando, y ya no ha cesado nunca de hacerlo y, además, de empeorar. Avanzar por el desierto de la vida ha servido para constatar que al final apenas queda nada en pie de nuestro mundo, del decorado que nos fue propio, de nuestra entrañable calle Rimbaud, allí donde estaba todo nuestro mundo, y ahora simplemente no está.
Nada, apenas nada queda. Ayer volví al paseo de Sant Joan, regresé al camino que más veces he hecho en la vida, y que tanto me ayudó a construir un mundo literario propio. Lo conozco de memoria, pero sólo sobrevive ahí en mi memoria, en mi recuerdo, ya que ese mítico y fundacional camino de casa al colegio está muy transformado. Lo han cambiado a conciencia, y no precisamente para mejorarlo. Donde estaba el portal de luz submarina, hoy en día sólo hay un portero nuevo que naturalmente no me conoce y pregunta por qué lo miro tanto, a él y al portal. En cuanto a lo que fue mi casa, hoy es lo más parecido -otra metáfora de la infancia- a esa Casa desolada de la que habla Dickens. Queda en pie el misterioso castillo, hoy centro cultural de un banco catalán. Y continúan también las verjas de la iglesia de la escuela, tan afiladas -como si fueran lanzas- hoy como en tiempos de guerra.
Del resto de los elementos claves de mi mapa literario, de mi calle Rimbaud, no quedan ni los vestigios. El cine Chile es hoy un vulgar «parking». La tienda del viejo librero es hoy el obsceno snack-bar Poppys. Y en cuanto a la bolera abandonada, los viejos ecos republicanos han dado paso a un homenaje funeral y hortera al dinero: un soberbio y gris banco provinciano, en crisis.
Un extraño panorama para después de esa batalla perdida en la vida, que es la infancia. Alguien dijo que envejecer tiene su gracia, que es igual que de joven aprender a bailar, plegarse a un ritmo más inexistente que nuestra inexperiencia. Tal vez. Envejecer también tiene sus ventajas -y ya dijo William Carlos Williams que el descenso seduce como sedujo el ascenso- y, por ejemplo, la capacidad de gozar a Cervantes bien puede equilibrar la perdida aptitud para jugar con soldados de plomo. Por otra parte, tampoco vamos ya a la escuela ni nos despertamos en mitad de la noche asustados al oír el seco ruido del viento. Envejecer tal vez tenga su gracia, pero también es cierto que envejecer sirve para comprobar que hemos caminado y que el tiempo ha caminado con nosotros, sirve para comprobar que hemos avanzado por dunas movedizas que no nos han conducido más que al término de un trayecto entrañable y nos han situado en la punta de avanzada de un desierto donde, al volver la vista atrás e intentar recuperar algo de nuestra calle Rimbaud, sólo podremos ver un viejo camino en el que tiempo, a las puertas ya del desierto, ha escrito el fin abrupto de nuestro mundo, del mundo.
Enrique Vila-Matas
La calle Rimbaud
Foto: Enrique Vila-Matas de joven

lunes, 19 de noviembre de 2018

GEORGE SAUNDERS: “A través de la ficción recordamos que cualquier triunfo es temporal” 0 Por CARLOS GÁMEZ

GEORGE SAUNDERS: “A través de la ficción recordamos que cualquier triunfo es temporal”

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Por CARLOS GÁMEZ
El prestigio de George Saunders (Amarillo, Texas, 1958) como escritor es enorme en la literatura de su país y en la narrativa en inglés en general. Su incuestionable calidad literaria se empezó a percibir con su primera antología de relatos: CivilWarLand in Bad Decline (1996), traducida al castellano como Guerracivilandia en ruinas. De las críticas a aquel libro surgió su fama como gran cuentista y la corroboración de que había aparecido un escritor con voz propia. Esta reputación se consolidó con Pastoralia (2000), que incluía la novela corta del mismo título. La unanimidad de crítica y público llegó con Tenth of December (2013), Diez de diciembre en castellano. Parecía que nunca iba a escribir una novela, en especial porque un escritor como él, que disfruta de una beca MacArthur —la beca de los genios, como se la denomina en su país de origen—, no lo necesitaba. Sin embargo, hace un año que se presentó su primera novela: Lincoln in the Bardo (2017) traducida en castellano como Lincoln en el Bardo. El escrito parte de una imagen del presidente Abraham Lincoln que Saunders escuchó de su cuñado. Al parecer, Lincoln visitó personalmente la tumba de su hijo, muerto siendo un niño, para hablar con él. La novela se alzó con el prestigioso premio Booker y recientemente se publicó en castellano. La edición está a cargo de Seix Barral. Con motivo de la reciente aparición del libro, entrevistamos al autor para reflexionar sobre su obra completa. Este es el resultado de aquel intercambio, repleto de reflexiones sobre la escritura.
Sus personajes sufren de una ambivalencia de sentimientos morales en una sociedad sin valores. ¿Qué opina de esta lucha interna?
Bien, si te refieres a los Estados Unidos [ríe], no diría que no tenemos valores, sino que somos una sociedad plagada de valores conflictivos. Por un lado, tenemos los valores humanos más evidentes —la bondad, la generosidad, la consciencia—, pero, por el otro, sufrimos la presión de vivir dentro de nuestro sistema de valores más grande, en el que tal vez creemos más fervientemente: el materialismo desenfrenado. Estos dos sistemas están en constante conflicto. Si todo se tiene que justificar en función de una narrativa de beneficios, esto crea una presión terrible para cualquiera que intente ser humano.
– En su narrativa uno encuentra una crítica continua del ámbito laboral norteamericano, un mundo muy competitivo, exigente y deshumanizado. ¿Qué soluciones cree que proponen sus personajes con su escritura, para afrontar este conflicto socioeconómico?
– En el mejor de los casos, los personajes se miran los unos a los otros con una mayor simpatía. (Como, espero, el lector vuelve al mundo después de la lectura con más empatía.) O, como mínimo, los personajes se reconocen de forma más activa a sí mismos, admiten el estado lamentable de las cosas, se dan cuenta del coste de esta hipercompetitividad. Suelo confiar en lo que dijo Chéjov sobre el trabajo del arte, no para solucionar el problema, sino para formularlo correctamente. Siento que, si puedo exponer este problema en particular, el corazón del lector se abrirá un poco, como lo hace el mío en la redacción de la historia.
– Otro tema central de sus historias es la alienación provocada por el capitalismo tardío. Para los lectores en lengua española, es común pensar que el modelo de producción norteamericano es el mejor. ¿Qué les diría a esos lectores sobre esta alienación?
– Probablemente es el mejor modelo de producción —o al menos el más eficiente, y sin duda el dominante—, pero eso no significa que no haya consecuencias, o que no tengamos que intentar suavizar los efectos negativos que este modelo produce en las personas que lo sacan adelante con su trabajo. La lucha norteamericana, tal como yo la veo, radica en que algunos quieren creer ciegamente en la «libre empresa» como una opción sin costes. No lo es. («El capitalismo saquea la sensualidad del cuerpo», dijo Terry Eagleton.) Y me parece que es principalmente el rico quien tiene este sentimiento, esta idea de que, si no hay límites para el capital, todo irá bien, y que cualquier intento de frenar al capital es de facto «antilibertad». Una de las cosas interesantes y problemáticas que ha sucedido en los EE. UU. y de la que he sido testigo es que las fuerzas que solían oponerse a estas ideas (la religión especialmente) desaparecieron; ahora existen corrientes del cristianismo que interpretan el éxito mundano como aprobación divina y ese tipo de cosas, y han olvidado que Cristo era amigo y defensor de los pobres. Además, esta inclinación hacia el capitalismo que vivimos tiende a marginar y minimizar el arte, que es otra forma de hablar por parte de los desautorizados. A veces parece que estemos en medio de un esquema elaborado, donde nuestra creencia en aquello (meramente) material está empezando a limitar nuestra capacidad de cuestionar esta convicción.
– La empatía resulta fundamental en la lectura de sus obras. Teniendo en cuenta que el posmodernismo a veces rechaza la empatía frente a la ficción, ¿por qué construye esa empatía en sus personajes?
– Porque existe en las personas reales. Y es fundamental para saber quiénes somos (o, al menos, para saber quiénes estamos intentando ser) en nuestra vida cotidiana. Aceptamos la empatía, de facto, como una buena manera de estar en el mundo: mantenemos las puertas abiertas, hacemos cosas meditadas, no mentimos ni hacemos trampas, leemos y vemos películas y noticias para ampliar nuestra comprensión de la experiencia de otras personas. Pasamos la mayor parte de nuestro tiempo en este mundo intentando, de una manera o de otra, imaginar la vida de los otros —no sólo de aquellos a quienes queremos, también de los extraños. «¿Por qué aquel chico me ha cortado el paso?» O: «¿Cómo puede vivir esta pobre familia con esa terrible pérdida que acaban de sufrir?». Por tanto, la empatía y otras virtudes positivas (la compasión, el amor, la paciencia) tienen que tener una representación en nuestro arte y en nuestros sistemas intelectuales/filosóficos. En caso contrario, estamos siendo falsos con nuestra experiencia real vivida.
– En Diez de diciembre hay muchas referencias a cuentos infantiles (cuentos de princesas, casas embrujadas, etc.). Usted tiene dos hijas y está muy preocupado por su educación. ¿Cómo gestiona las dificultades que han de afrontar los padres, intentando leer a sus hijos, pero siempre compitiendo con la televisión y los ordenadores?
– Bien, mis hijas han crecido, así que ya no es mi problema [ríe]. En realidad, creo que los lectores tendrían que reconocer que leer (o que te lean) es un placer profundo y muy diferente, que no puede ser reproducido ni tan sólo vagamente por la televisión o los ordenadores. Estas cosas también son divertidas y tienen su espacio, pero durante la lectura un conjunto diferente por completo de neuronas se activa y el cerebro participa, sospecho, de una forma plenamente enérgica. Así que creo que parte del papel de los progresistas en estos días es no vacilar en afirmar que ciertas prácticas «antiguas» prevalecen porque son enriquecedoras y únicas e insuperables.
– Pese a estudiar ciencias en la universidad y utilizar la ciencia ficción como recurso literario con asiduidad, en sus trabajos anteriores no había demasiada ciencia y la tecnología tomaba un rol neutral. En «Escapar de la cabeza de Araña» se queja de las limitaciones de la ciencia y su perspectiva reduccionista. En ese cuento, el enfrentamiento entre conceptos científicos y decisiones morales humanas resulta muy evidente. ¿Cómo considera el debate moral sobre la producción científica?
– Para ser sincero, no suelo pensar en mis historias de esta forma, es decir, desde fuera o analíticamente. Creo que es una manera válida de observarlas, aunque no lo hago mientras las escribo. Es más trabajo del crítico, creo. Y si pienso demasiado temáticamente mientras trabajo, tiendo a bloquearme. Cuando estoy escribiendo, muchas veces simplemente «me dirijo hacia el calor», intentando explotar cualquier situación que haya planteado, tratando de ser sincero con ella, utilizándola hasta el final. Por tanto, en el momento en que configuro un mundo, el reto es comprender plenamente las posibilidades, los peligros y los conflictos inherentes a ese mundo, que a su vez significa mantener los ojos en los seres humanos de la historia y hacerlos tan reales y creíbles como sea posible, de manera que «nosotros» podamos apreciar cómo nos sentiríamos si estuviésemos en su situación. Entonces, el resto, la «crítica» y los «debates morales», pasa solo, tal como tiene que ser. Y no pasa para el lector a menos que la gente y las acciones descritas parezcan reales. Dicho esto, para mí «Escapar de la cabeza de Araña» surgió de ese interés que he tenido toda la vida en la noción de que son las mentes las que construyen el mundo. Tienes mucha fiebre: la vida parece terrible. Te enamoras: la vida parece genial. Por tanto, eso significa que aquello que somos no está fijado y depende de cómo se sienten nuestras mentes y nuestros cuerpos en cada momento. Ese fue el origen de la historia: esa curiosidad hacia lo que esa extrema subjetividad tiene que decir sobre nuestro aferramiento a la idea de un yo fijo.
– Sus personajes siempre tienen complejidades y, a veces, se desarrollan en una dimensión trágica. Por ejemplo, Mike en «A casa». Da la impresión de que la condición humana es trágica. ¿Cuál es su opinión?
– Creo que la condición humana puede ser trágica. No es que lo sea siempre, pero mantiene ese potencial siempre. Por tanto, una función legítima del arte puede ser la de recordarnos que ese es el caso. Como dijo Chéjov: «Todo hombre feliz debería tener un hombre infeliz en su armario, con un martillo, para recordarle con su toque constante que no todo el mundo es feliz». Otra consideración: las historias suelen ocurrir en días inusuales, en tiempos difíciles, cuando aparece un problema o un conflicto inesperado. No es una historia que funcione: «Había una vez en que todo iba bien y continuó así hasta el final». Para mí, el reto de escribir una historia es que ha de pasar una cosa mala y compleja —se ha de interrumpir el statu quo—, pero también hemos de recordar al lector las valencias positivas (posibles) de la vida. Es difícil.
– Pese a esta dimensión trágica, sus narraciones nunca pierden el sentido del humor, a veces hilarante. ¿Qué puede extraer el lector de ese sentido del humor?
– Creo que el humor aparece en ese instante en que nos damos cuenta de que no estamos adecuadamente equipados para manejar nuestra vida. O cuando vemos la gran distancia entre lo que nos dicen nuestros egos que somos y lo que en realidad somos. Un hombre muy feliz que piensa bastante bien de sí mismo, que planea futuras victorias, que se felicita por su bendición de espíritu, cae por unas largas escaleras. Eso es divertido. Para mí, el humor es también una filosofía de humildad, una realidad de la importancia de la empatía. Ya que, realmente, «el otro» no existe. Todos estamos sufriendo aquí. A través de la ficción recordamos que cualquier triunfo es temporal.
– En su ensayo The Brain-dead Megaphone, usted se queja de la televisión y de su peligrosa influencia en la sociedad norteamericana. ¿Cuál cree que tendría que ser la relación entre literatura y medios?
– Creo que el problema no es la televisión como tal, sino la manera en que la realidad comercial de la televisión obliga a tener cierta superficialidad retórica. La forma deforma el contenido continuamente y hace que el mundo parezca un lugar más duro y menos misterioso, especialmente en los informativos, pero también en las obras dramáticas. Lo estamos viendo aquí, ahora, en Trumpilandia. La noticia televisiva se ha convertido — especialmente para la derecha— en una herramienta de propaganda muy eficaz. Y, en respuesta, incluso las voces anti-Trump se están volviendo estridentes y superficiales, y tienden a los eslóganes y al pensamiento predeterminado. En cuanto a las producciones dramáticas de televisión, a menudo me pregunto por qué hay muchos más asesinatos en la tele de los que hay en el mundo real. Bien, la respuesta es que el asesinato se ha convertido en un tropo: la gente ha llegado a pensar que la televisión es un lugar donde vemos toneladas de asesinatos. Entonces los asesinatos (y la violencia sexual) se vuelven fetiches estilizados. Y ¿dónde dejamos a las personas que han sido víctimas de la violencia en el mundo real? Dicho de otra forma, la televisión puede convertirse en una suerte de antiarte cuando niega nuestras percepciones, inquietudes y respuestas emocionales y las sobrescribe con respuestas habituadas a las miles de horas viendo asesinatos y violaciones estilizados y de otros. Nuestro sistema de entretenimiento masivo, patrocinado por las corporaciones, implica que estamos en condiciones de saturación de los tropos familiares: demasiadas figuras retóricas, por lo que estas figuras están tapando el sol, por decirlo así. Están bloqueando nuestra contemplación real de la realidad vivida.
– El uso de formas arcaicas, la investigación de archivo, la fragmentación del texto… Parece que ha escrito Lincoln en el Bardo después de un trabajo intensivo y tenaz. Usted ha afirmado que guardó la imagen del presidente Lincoln entrando en la cripta de su hijo durante veinte años. Sin embargo, ¿cuándo decidió enfrentarse con esa imagen para comenzar el proyecto de una novela? ¿Por qué esa imagen y no otra para escribir su primera novela?
– Decidí probarlo en 2012, después de haberlo evitado durante veinte años. Lo había evitado porque no creía que tuviese la capacidad de hacerle justicia. Decidí probarlo porque me molestaba pensar que, a los cincuenta y dos años, no tuviera esas capacidades: el amor y el conocimiento de la vida y de la empatía. Honestamente, pensé: «He estado deseando escribir esto durante veinte años y evitarlo porque resulta demasiado difícil es una forma de cobardía artística». Y: «Bien, mira, has tenido una buena carrera como escritor. Si esto es un fiasco total, ¿qué más da? Si te murieses ahora, habrías tenido una carrera honorable. Entonces, ¿por qué no probarlo?». Fue una manera muy incómoda de desafiarme, lo que, para un artista, es una buena cosa.
– Su novela alterna fuentes históricas con otras inventadas. ¿Es una técnica posmodernista o una estrategia para crear verdad literaria?
– Pienso que las dos cosas. Es decir, pienso que las «técnicas posmodernistas» nacieron de un verdadero deseo de crear verdad literaria; del sentimiento de que los medios convencionales no eran suficientes para hacer justicia a la vida. No me gusta ser «experimental» porque sí. Para mí, las únicas innovaciones válidas son aquellas que sirven al propósito (emocional) más amplio del libro. En caso contrario, es únicamente un gesto de complicidad. Mi mentor, el gran escritor de relatos Tobias Wolff, dijo una vez que toda buena escritura es experimental. Si no, ¿por qué queremos hacerlo?
– ¿Es el uso de esas formas arcaicas la razón de su omisión del lenguaje vulgar en algunos espíritus/personajes específicos? ¿O está transmitiendo una estrategia irónica? ¿Qué clase de mensaje transmite con esta omisión?
– Pienso que era más divertido. De entrada, lo hice por eso al principio. Se veía mejor en la página, parecía más fresco, me hacía reír. A menudo descubro que si alguna cosa «sienta» bien, y la sigo haciendo, más adelante aparecerá un beneficio temático por haberla hecho de esta manera. O será una forma de que el libro me enseñe sus reglas. En este caso, lo hice porque pensé que «m____» era más divertido que «mierda» (o, ya sabes, me gustaba más verlo así en la página) y, después, el acto de haber «decidido» esto me enseñó una regla del libro, que es que los fantasmas o lo que sea han de «hablar» de la misma forma en que habrían escrito en vida. Es decir, estamos viendo en la página la manera en que el fantasma habría redactado su discurso. Y esto fue emocionante porque me dio una forma ampliada de distinguir un fantasma de otro (mediante faltas de ortografía y hábitos tipográficos, etc.). Por cierto, hice algunas investigaciones sobre tacos en el siglo XIX y resulta que usaban las mismas palabras que nosotros, y algunas más. Lo sabemos porque los registros judiciales se transmitían literales.
– ¿En qué medida su fe budista le ayudó a crear la estructura de la novela más allá del concepto de bardo?
– Creo que el budismo está en cada línea, como mi primer catolicismo, en las preocupaciones del libro y en su mentalidad básica. En particular, me di cuenta de que la noción de quien somos en el momento de la muerte, e incluso después, no será muy diferente de la de quien somos ahora mismo. Si nuestra mente avanza, avanzará como tal. Y los textos budistas nos lo dicen: será una versión mucho más poderosa y libre que esto, con todas nuestras cualidades mentales terriblemente ampliadas. Así que eso podría ser una buena cosa… o no. Originalmente, había pensado que haría «mi» bardo exactamente igual que el bardo descrito en el Libro tibetano de los muertos, pero una vez comencé a escribir, me di cuenta de que este tipo de verosimilitud no es la clave de la novela —la clave es el drama y la intensificación. Así que tuve que aceptar hacer un nuevo bardo, con mis propias reglas, para atender las necesidades dramáticas de la historia.
– ¿Lincoln en el bardo es una novela histórica con elementos fantásticos, una novela fantástica con elementos históricos o ambas cosas?
– Creo que las dos cosas, pero, de nuevo, no suelo pensar en ello. Porque una vez que el escritor decide qué es su libro, corre el riesgo de comenzar a hacer elecciones en función de esa decisión, lo que podría hacer desaparecer opciones, ignorando la verdadera energía de la obra: escribiría el libro que él habría decidido, no el que el propio libro quiere ser. Por tanto, deseo que sea una cosa extraña, con todos sus excesos cumpliendo un propósito, que es que sea bonito y que incluya el corazón y la mente de mis lectores mediante formas que no se puedan imaginar, formas que, de alguna manera, nos ayudarán a estar en este mundo.
– Desde sus primeros relatos, ambientados en entornos futuristas, hasta su primera novela, Lincoln en el bardo, basada en referencias históricas e influenciada por estrategias como el flujo de conciencia u otros recursos literarios tradicionales, da la impresión de que existe una evolución, al menos para este lector. ¿Podría describir su evolución literaria durante estos años?
– Me siento un poco inseguro al hacerlo porque no quiero endurecer mis ideas sobre eso, ya que podría ser una inhibición de mi libertad. Pero mi objetivo final es conseguir más vida en mis libros: el bien, el mal, la fealdad, la belleza, todo. Creo que estoy mejorando a la hora de representar la belleza y las aspiraciones positivas; por alguna razón, al menos para mí, representar estas cosas es más difícil que representar la oscuridad o la negatividad. Esto es algo que veo que ha pasado a lo largo de los años.
– Lo mismo respecto a las referencias literarias. Algunos fragmentos de Lincoln en el Bardo me recuerdan a los elementos más oníricos del Ulises de Joyce. Por ejemplo, la escena de las diez falsas madres o la lluvia de sombreros. Por contraste, en sus primeras colecciones de relatos resalta la lectura de Kurt Vonnegut, que usted ha destacado como una de sus influencias principales. ¿Se puede hablar del camino de su carrera literaria mediante sus influencias más importantes?
– Creo que, básicamente, he tenido las mismas influencias durante toda mi vida de escritor, pero lo hago mejor en cuanto al aumento de estas influencias en mi escritura: responder mejor y honrarlas mejor, ya que mis habilidades y mi sentido de la vida han cambiado con los años. Es como si, cuando eres joven, probaras una sorprendente comida para gourmets, a raíz de la cual decidieses hacerte cocinero. Bien, tendrás que comenzar por algo sencillo: preparar un plato sencillo, dominar las habilidades básicas. Aún tendrás el recuerdo de aquella comida que un maestro preparó para ti, pero tal vez no podrás cocinarla todavía. Yo tengo el recuerdo de mis primeras lecturas de Joyce y Faulkner y Woolf y Flannery O’Connor… (y de los grandes rusos y Dickens). Pero tuve que comenzar con cosas pequeñas. Sin embargo, el objetivo es crecer con aquella compañía o, al menos, subir hasta que pueda ver la suela de sus zapatos a una gran distancia.
– Conectado con la pregunta anterior, ¿podría darme los nombres de los tres escritores más influyentes en su obra?
– Bien, diría que Hemingway (brevedad, corporeidad), Isaak Bábel (lo mismo, pero con un incremento de lirismo) y Gógol (alta comedia). Pero entonces me daría cuenta de que me he dejado a otros tres que son igualmente importantes y particularmente vívidos para mí ahora, ya que intento descubrir qué es lo siguiente a lo que debería aspirar, y que son: Toni Morrison (espíritu y entusiasmo), Chéjov (la belleza y profundidad de lo normal y banal) y Tolstói (gran ambición y perspectiva de largo alcance). Y Shakespeare es una influencia continua, debido a la complejidad y el efecto coral de su obra. Pero estaría mintiendo si omitiera a los Monty Python.
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martes, 6 de noviembre de 2018

Las novelas del siglo XX no son novelescas, Juan José Saer Borges novelista, 1981

calledelorco  noviembre 6, 2018 Literatura, Fotografía
Las novelas del siglo XX no son novelescas, Juan José Saer
Borges novelista, 1981

Bouvard-y-Pecuchet
¿Por qué Borges hace todas estas críticas? Porque en el centro de la teoría borgiana de la narración, hay un rechazo del acontecimiento, de la causalidad natural, de la inteligibilidad histórica y de la hiperhistoricidad que caracteriza al realismo tal como es practicado hasta Boulevard y Pecuchet, del que dije de entrada que es el texto que concluye la era de la novela, comenzada con Don Quijote. La novela queda así fechada, y considerada como un género literario y, además, se podría hacer toda una historia de ese género a la manera de Lukács, que sería pertinente para tratarla de ponerla en su lugar. A partir de Bouvard y Pecuchet la novela, entonces, no tiene vigencia: es otra cosa. Leí, un día, una frase de Raymond Queneau: «Bouvard y Pecuchet es una vasta odisea cómica a través del océano del saber». Nunca encontré una frase más errónea sobre Bouvard y Pecuchet. Bouvard y Pecuchet es realmente la anti-epopeya, es la repetición de un gesto único que se transforma en una imposibilidad infinita de actuar. No por azar Borges pone a entre los precursores de Kafka. El exceso que caracteriza tanto a la novela como a la epopeya es una acumulación de acontecimientos (aun si esos acontecimientos no son reales o son fantásticos) que se agregan los unos a los otros y que se caracterizan por su variedad y su transformación. Ahora bien, Bouvard y Pecuchet es exactamente lo contrario. No se puede llamar a esto novela, salvo como burla. En todas las novelas importantes del siglo XX hay siempre esta desviación de los principios que caracterizaron a la novela del siglo XIX, después del Quijote y la epopeya.

Para simplificar podría decir que de un lado está la narración y del otro la novela: toda novela es una narración pero no toda narración es una novela. La novela no es más que un período histórico de la narración, y la narración es una especie de función del espíritu. La novela es un género literario. Después de Bouvard y Pecuchet la narración ha dejado de ser novelesca. Si las novelas del siglo XX no son novelescas, y si Borges no ha escrito novelas, es porque Borges piensa, y toda su obra lo demuestra, que la única manera para un escritor en el siglo XX de ser novelista, consiste en no escribir novelas.

Juan José Saer
Borges novelista, 1981

Ilustración: Bouvard y Pecuchet
de Gustave Flaubert

viernes, 26 de octubre de 2018

Julio Cortázar: Carta a Francisco Porrúa sobre Borges y otros escritores [París, 30 de noviembre de 1964]

Julio Cortázar: Carta a Francisco Porrúa sobre Borges y otros escritores [París, 30 de noviembre de 1964]







París, 30 de noviembre de 1964
Mi querido Paco:

Gracias por tu larga carta, que me ha consternado y aliviado por partes iguales. Tenés mucha razón: todo esto habría que conversarlo con mate y caña, mirándose a los ojos. Pero ya que no se puede, me alegro de que me hayas enviado una reseña lo bastante detallada del último capítulo de la triste historia. Nada, te aseguro, me ha tomado de sorpresa, porque conozco esos mecanismos de challenge and response, y en materia de objetos que vuelan por el aire tuve mi buena experiencia en su momento. Sólo me duele que hayas sido vos quien, sin tener otra culpa que la de ser amigo mío (y también buen amigo de Edith, pero andá a hacerle entender eso en momentos parecidos), hayas tenido que soportar una reacción tan brutal. Como la conozco un poco, sé que su actitud, una vez que vaya comprendiendo las razones de todo esto, será positiva; pero poco puede importarte ya a vos que lo sea o no, después de un episodio tan desagradable y sobre todo tan injusto. Me siento como sucio y como culpable frente a vos, y quisiera poder hacerme perdonar, no sé exactamente qué, pero siento que tanto Sara como vos tienen que sentirse como el diablo después de una cosa así. Te escribo mal, al voleo y repitiéndome, pero tu carta me ha dejado muy jodido. Y a la vez me siento aliviado de que las cosas se hayan definido de una vez por todas, aunque haya sido a las patadas, porque ahora no tendrás que seguir pensando en el asunto, y yo me desentenderé a mi vez de una cuestión que me tiene exasperado y afligido desde hace qué sé yo cuántos meses.


Desde luego, ya recibí una untuosa carta del Dr. Promies en la que me anuncia que la editorial le ha hecho el insigne honor de confiarle la traducción de los Cronopios. Por mí la Luchterhand y el Dr. Promies se pueden ir al quinto carajo; me importa un bledo lo que suceda del lado de Alemania, siempre que me dejen en paz. Y sobre todo que te dejen en paz a vos.


Ah, una cosa para dejar terminado este asunto: Vos te has creído obligado a explicarme en algún momento “y de una vez por todas mi posición en este asunto de Los premios y Edith”. Mirá, Paco, si a alguien no tenés nada que explicarle, es a mí. Tu posición es absolutamente clara, ecuánime y generosa. Has hecho todo lo que has podido, como yo en mi momento hice todo cuanto pude para defender las traducciones de Edith. Ni vos ni yo podemos hacer más nada, y ella lo sabe. No sé si tengo doble vista, pero podría asegurar que conozco perfectamente cada una de tus actitudes en este asunto, desde el día en que empezó a envenenarse, y que yo no hubiera podido hacer nada mejor si hubiera estado en tu lugar. Todo el error empezó cuando yo, convencido de que Edith me traducía bien, insistí a pedido de ella en que los contratos de ustedes llevaran la famosa cláusula sobre quién haría las traducciones. Con los elementos que tenías a mano, has hecho todo lo que estaba en tu poder para ayudarla a Edith y para ayudarme a mí. La cosa está liquidada; queda el mal gusto en la boca, pero eso no es culpa ni tuya ni mía. Yo te agradeceré siempre lo mucho que te has ocupado de este asunto, y la forma en que lo has piloteado hasta un desenlace que Edith precipitó afortunadamente al sugerir el peritaje de sus trabajos. Y no hablemos más, y por favor quedate tranquilo.


Che, está bien lo que me contás de ELLOS. Lamento mucho lo del viejo, aunque cualquier tabla de vida de una compañía de seguros me demostraría que es lógico; pero hiciste muy bien en tener esa conversación y conseguir que te dieran el empujón hacia arriba. Comprendo de sobra que a pesar de eso no estés contento, porque tu trabajo te agota y el Minotauro anda anémico. Pero me pregunto, dadas las condiciones que reinan por allá (a veces leo las crónicas de Henri Janières, en Le Monde, y se me paran los pelos) si habría para vos alguna apertura más interesante en este momento. Como siempre, cuando uno ha llegado a una edad determinada (que varía en cada caso, en el mío fueron los 38 años exactamente) se empieza a sentir de una manera gástrica, existencial, casi palpable, la culpabilidad frente al tiempo “perdido”. Es inevitable, es necesario, y a veces eso ayuda a encontrar una solución, como quien pasa por una puerta sin abrirla, dejando varios dientes en las astillas. Me alegro de que digas, sin embargo, que no has perdido las esperanzas de encontrar una solución más armónica. Lo malo del sistema capitalista de trabajo (y peor todavía del sistema socialista) es que parecen dar por supuesto que el tiempo libre no sirve para nada. Me acuerdo de mi primer patrón en París; me anunció que me doblaría el sueldo si yo iba a trabajar todo el día en vez de medio como hasta el momento. Cuando me negué, me preguntó: “Pero usted, ¿para qué quiere medio día libre?”. El hombre no entendía, directamente no podía entender que entre la guita y el tiempo yo eligiera el tiempo. Los de la Unesco tampoco me han entendido nunca; pero yo [tengo] la suerte de contar con una profesión que me permitió finalmente imponer mis condiciones. En fin, bien puede ser (pero quizá es un wishful thinking nomás) que consigas organizar tu trabajo de manera que te queden algunos globos de aire puro entre ladrillo y ladrillo.


Claro, tenés mucha razón en tu crítica del “estilo” de Tomás, pero qué le vamos a hacer. La omisión del viaje a Cuba fue idiota, pero ya colmé la laguna al contestar a un cuestionario de Tiempos modernos en que me preguntan si el hecho de formar parte del consejo de redacción de la Revista de la Casa de las Américas es una forma de mi “compromiso”. Verás que a partir de eso no habrá más malentendidos: seré un apestado completo, y se acabarán las apropiaciones y las reinvindicaciones. Si tenés por ahí la andanada de Hoy en la cultura y me la querés mandar, quizá me venga bien. Me alegro de que Álvarez publique Reunión; ya es tiempo de que Dios empiece a reconocer a los suyos.


Me alegro mucho de todo lo que me contás de Alejandra, y sobre todo de que le publiquen el libro. Tu reacción con respecto a la petisa me parece perfecta. Yo también encuentro muy natural que un autor de libros procure que un editor se los publique y si ella te fue a ver con esa intención, la conozco lo bastante para saber que, además, te fue a ver porque sabe por mí quién sos vos, y porque tiene una gran admiración por vos y por Esteban; de modo que por una vez lo útil se une a lo agradable, si me permitís esta audaz forma de expresarme.


Sí, el reportaje que me hizo la gorda (Alejandra) era estupendo; vos decís que se debe a que yo contesto bien las preguntas, pero reconocerás que las preguntas son muy buenas y que estimulan cualquier imaginación. En cambio a los de Tiempos modernos les boché un montón de preguntas a cual más pava, que además parecen dar por supuesto que yo estoy enteradísimo de las actualidades porteñas y que me paso la noche sentado mirando hacia el sur y llorando de nostalgia. Nostalgia my foot.

Me rindo ante el problema de las tapas, y reconozco que en esa materia la editorial me ha puesto una de tamaño natural. Que Final del juego salga como quiera, total lo bueno de los sándwiches es siempre el relleno, no te parece.


Muchas gracias, oficial y privadamente, por dejarme en libertad frente a Einaudi por la historia de esos 4 cuentos. Le escribiré para hacerle saber que se los pienso cobrar como corresponde. Che, lo que me deja perplejo es tu deseo de que yo pre-anuncie mi “nuevo libro”. Viejo, pero es que no hay nuevo libro. Hay esos 4 cuentos y bien podría ser que una de estas noches yo me arranque por peteneras, como dice nuestra fabulosa Pepita (la femme de ménage, de la que te contaré alguna vez anécdotas delirantes) y escriba otros cuatro y entonces haya libro. Pero cómo saberlo desde ahora, si en este momento no tengo la menor idea ni gana en materia de cuentos. Suponiendo que escriba dos cuentos más (puede ser, porque me voy 10 días a Londres, solo, y eso puede dar cuentos, I feel it in my bones), entonces sí, entonces ya pensaré en un libro terminado y te lo avisaré con toda la antelación posible.


Aprovecho para preguntarte tu opinión sobre lo siguiente. Hay aquí un muchacho muy inteligente, Luis Harss, que ha vivido en todas partes luego de educarse en Buenos Aires, y que conoce a fondo los USA. La casa Harper’s le ha confiado un libro que consistiría en “conversaciones con los 8 o 10 escritores latinoamericanos más significativos del momento”. El hombre ha hecho una lista en la que entramos Fuentes, Asturias, Rulfo, Vargas Llosa, Paz, yo, etc. Armado de un grabador y una gran sensibilidad (es de los que conocen toda mi obra a fondo, ¡hángel de hamor!) está recogiendo nuestras genialidades. El libro saldrá a fines del año que viene en Harper’s, y la idea sería hacerlo publicar aquí por Gallimard y en Latinoamérica por... ¿por quién? Yo te paso el scoop, y además Harss estaría dispuesto a facilitar llegado el caso el texto en español y en inglés de algunas de esas conversaciones, para que se vea el tono del libro. Sus diálogos conmigo dieron unas 50 páginas, es decir que es el primer trabajo bastante exhaustivo que se hace sobre mis cosas; Harss, con mucha inteligencia, fue variando el ángulo de ataque (literatura, background personal, opiniones, política, tendencias, etc.). El resultado me parece ágil y sobre todo muy veraz, porque lo que yo digo es, eliminadas las muletillas y las tonterías mayores, exactamente lo que dije delante del grabador. El libro de Harper’s saldrá con fotos, bibliografía, etc. Desde luego para los USA será muy útil. Y para los franceses, que están à l’heure sudaméricaine. No sé en nuestro país, pero es justamente eso lo que te pregunto.


Che, espero humildemente que no sea un acto fallido, pero en la nómina me comí a Borges. Oh, no creo que sea un acto fallido, porque no te podés imaginar cómo se me llena el corazón de azúcar y de agua florida y de campanitas, cuando, al cruzar el hall de la Unesco con Aurora para ir a tomarnos un café a la hora en que está terminantemente prohibido y por lo tanto es muchísimo más sabroso, lo vimos a Borges con María Elena Vázquez*, muy sentaditos en un sillón, probablemente esperando a Caillois. Cuando me di cuenta, cuando reaccioné, ya nos estábamos abrazando con un afecto que me dejó sin habla. Mirá, fue algo maravilloso. Borges me apretó fuerte, ahí nomás me dijo: “Ah, Cortázar, a lo mejor, ¿no?, usted se acuerda, ¿no?, que yo le publiqué cosas suyas en aquella revista, ¿no? ¿Cómo se llamaba la revista, che, cómo se llamaba?”. Yo casi no podía hablar, porque el grado de idiotez a que llego en momentos así es casi sobrenatural, pero me emocionó tanto que se acordara con un orgullo de chico de esa labor de pionero que había hecho conmigo. Entonces le recordé a mi vez todo lo que eso había significado para mí, sobre todo porque él me había publicado sin conocerme personalmente, lo que le daba muchísimo más valor a la cosa. Y entonces Borges dijo:“Ah, sí, claro... Y usted a lo mejor se acuerda, ¿no?, que mi hermana Norah le hizo unos dibujos muy preciosos, ¿no?”. En fin, che, yo estaba hecho un pañuelo. Después lo escuchamos a Borges en su conferencia sobre literatura fantástica, dicha en un francés excelente, y a los días vino a la Unesco y les rajó una charla sobre Shakespeare que los dejó a todos mirando estrellas verdes. La chica Vázquez me arrancó la lectura de dos cuentos para una emisión de Radio Municipal, y se fueron a España. Por supuesto, los periodistas se ingeniaron como siempre para hacerle decir a Borges cuatro pavadas sobre política, pero qué poco importa, o en todo caso, qué poco me importa.


Bueno, viejo, esto sí que es una KARTA. Un dato para el libro de Harss: ¿de cuántos ejemplares son las tiradas exitosas de una colección popular como Piragua? No es obligatorio contestar, pero se trata de mostrar la diferencia entre los best-sellers latinoamericanos y los europeos y yanquis. Aurora calculó que una tirada popular debe ser de diez mil; yo realmente no sé.


Chau, Paco, con mis afectos para Sara (pienso en su expedición con la maldita carta, y se me aprieta el corazón). Dale un abrazo a Esteban cuando lo veas. Aurora les manda a todos sus cariños; está fabricando una tortilla de queso que se insinúa ya olfativamente hasta mi cuarto. Hace mucho frío, pero hay sol. Ya te contaré de Londres a la vuelta.


Te abrazo muy fuerte,



Julio 

*Textual en el original. Se refiere a María Esther Vázquez.

En Cortázar, JulioCartas 2 (1955-1964)
Edición a cargo de Aurora Bernárdez y Carles Álvarez Garriga
Segunda Edición, Alfaguara, Buenos Aires, 2016
Jorge Luis Borges y Julio Cortázar, Ilustración de Víctor Gallardo