Bullen más cosas en la literatura de las que sueñan los filósofos, Julien Gracq

Julien Gracq
Lo que la novela tiene el deber de ser o de no ser, los elementos en que tiene el derecho a surtirse y los puntos de vista que deben vedarse, los sentidos cuyo uso le es lícito al escritor, la limitación de los adjetivos, el empleo permitido o no del presente, del pretérito perfecto o del imperfecto, del yo, del él, o del se, de la lengua de la calle o de la lengua según el Littré son cuestiones que no me quitan el sueño. Están justificadas sin excepción todas las técnicas salvo cuando aspiran a la exclusividad en lo referido a los demás. Yo me atengo modestamente, en lo que a mí se refiere, a reivindicar la libertad ilimitada (aunque a veces, pues no es algo prohibido, fecundada: en arte no hay reglas, sólo ejemplos). Ahora bien, es por interdictos así por los que llevamos peleándonos veinticinco años, desde los primeros ensayos críticos de Sartre, digamos. El Manual del Inquisidory el Índice se hallan entre el material de escritorio de más de un crítico que no ha pasado aún de niño de pecho. Lo que me fastidia, mientras se va acomodando la teología, es esta impresión que tengo de que es más bien la fe la que está desapareciendo.
Volveré sobre este tema más adelante. De momento, vamos a prescindir de la creencia en que se basan esas excomuniones y esas condenas capitales, a saber, la idea de que, tras esta o aquella “adquisición” definitiva de la literatura, tales o cuales caminos quedan definitivamente cerrados; de que no es ya posible, tras aparecer este o aquel hombre genial, mediante quien la época tomó conciencia de sí misma y de sus problemas, mirar sino en determinada dirección. En política sabido es que hay personas que le guardan un rencor feroz a la historia del mundo porque está aún parcialmente en estado de futuro; son esas mismas que te dicen: “no cabe duda de que la Historia va a tirar por aquí; así que no deje que lo dé de lado, quítase de en medio”. Se trata de un procedimiento de intimidación bastante conocido. Bien, pues a gran parte de la literatura actual -en la que incluyo a los novelistas teóricos- la contamina esa peculiar pretensión: ser ya historiadora de la literatura del porvenir. “De lo vivido y escrito hasta ahora no puede por menos de derivarse evidentemente para los novelistas de nuestra época que… Ya no les queda sino…”. ¡Pues desgraciadamente no! Bullen más cosas en la literatura de las que sueñan los filósofos. No existen para la novela más direcciones prohibidas que esas por las que nadie tirará a fin de cuentas; y quien legisle en literatura debe tener al menos la cortesía y la prudencia de decirles a las obras: “Usted primero…”.
Julien Gracq
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