EL SUR TAMBIÉN EXISTE

Si fuesen míos los paños bordados de los cielos, tejidos con luz de oro y plata, los paños azules, sombríos y oscuros de la noche, la luz y el crepúsculo, los tendería a tus pies. Pero yo, siendo pobre, sólo tengo mis sueños. he esparcido mis sueños bajo tus pies. Camina suave porque pisas mis sueños. w.b. Yeats





"Pero aquí abajo abajo,cerca de las raíces,es donde la memoria ningún recuerdo omite. Y hay quienes se desmueren y hay quienes se desviven y así entre todos logran lo que era un imposible. Que todo el mundo sepa que el Sur también existe" Mario Benedetti.


"Un escritor es algo extraño. Es una contradicción y también un sinsentido. Escribir es aullar sin ruido" M. Duras http://t.co/


viernes, 26 de octubre de 2018

Julio Cortázar: Carta a Francisco Porrúa sobre Borges y otros escritores [París, 30 de noviembre de 1964]

Julio Cortázar: Carta a Francisco Porrúa sobre Borges y otros escritores [París, 30 de noviembre de 1964]







París, 30 de noviembre de 1964
Mi querido Paco:

Gracias por tu larga carta, que me ha consternado y aliviado por partes iguales. Tenés mucha razón: todo esto habría que conversarlo con mate y caña, mirándose a los ojos. Pero ya que no se puede, me alegro de que me hayas enviado una reseña lo bastante detallada del último capítulo de la triste historia. Nada, te aseguro, me ha tomado de sorpresa, porque conozco esos mecanismos de challenge and response, y en materia de objetos que vuelan por el aire tuve mi buena experiencia en su momento. Sólo me duele que hayas sido vos quien, sin tener otra culpa que la de ser amigo mío (y también buen amigo de Edith, pero andá a hacerle entender eso en momentos parecidos), hayas tenido que soportar una reacción tan brutal. Como la conozco un poco, sé que su actitud, una vez que vaya comprendiendo las razones de todo esto, será positiva; pero poco puede importarte ya a vos que lo sea o no, después de un episodio tan desagradable y sobre todo tan injusto. Me siento como sucio y como culpable frente a vos, y quisiera poder hacerme perdonar, no sé exactamente qué, pero siento que tanto Sara como vos tienen que sentirse como el diablo después de una cosa así. Te escribo mal, al voleo y repitiéndome, pero tu carta me ha dejado muy jodido. Y a la vez me siento aliviado de que las cosas se hayan definido de una vez por todas, aunque haya sido a las patadas, porque ahora no tendrás que seguir pensando en el asunto, y yo me desentenderé a mi vez de una cuestión que me tiene exasperado y afligido desde hace qué sé yo cuántos meses.


Desde luego, ya recibí una untuosa carta del Dr. Promies en la que me anuncia que la editorial le ha hecho el insigne honor de confiarle la traducción de los Cronopios. Por mí la Luchterhand y el Dr. Promies se pueden ir al quinto carajo; me importa un bledo lo que suceda del lado de Alemania, siempre que me dejen en paz. Y sobre todo que te dejen en paz a vos.


Ah, una cosa para dejar terminado este asunto: Vos te has creído obligado a explicarme en algún momento “y de una vez por todas mi posición en este asunto de Los premios y Edith”. Mirá, Paco, si a alguien no tenés nada que explicarle, es a mí. Tu posición es absolutamente clara, ecuánime y generosa. Has hecho todo lo que has podido, como yo en mi momento hice todo cuanto pude para defender las traducciones de Edith. Ni vos ni yo podemos hacer más nada, y ella lo sabe. No sé si tengo doble vista, pero podría asegurar que conozco perfectamente cada una de tus actitudes en este asunto, desde el día en que empezó a envenenarse, y que yo no hubiera podido hacer nada mejor si hubiera estado en tu lugar. Todo el error empezó cuando yo, convencido de que Edith me traducía bien, insistí a pedido de ella en que los contratos de ustedes llevaran la famosa cláusula sobre quién haría las traducciones. Con los elementos que tenías a mano, has hecho todo lo que estaba en tu poder para ayudarla a Edith y para ayudarme a mí. La cosa está liquidada; queda el mal gusto en la boca, pero eso no es culpa ni tuya ni mía. Yo te agradeceré siempre lo mucho que te has ocupado de este asunto, y la forma en que lo has piloteado hasta un desenlace que Edith precipitó afortunadamente al sugerir el peritaje de sus trabajos. Y no hablemos más, y por favor quedate tranquilo.


Che, está bien lo que me contás de ELLOS. Lamento mucho lo del viejo, aunque cualquier tabla de vida de una compañía de seguros me demostraría que es lógico; pero hiciste muy bien en tener esa conversación y conseguir que te dieran el empujón hacia arriba. Comprendo de sobra que a pesar de eso no estés contento, porque tu trabajo te agota y el Minotauro anda anémico. Pero me pregunto, dadas las condiciones que reinan por allá (a veces leo las crónicas de Henri Janières, en Le Monde, y se me paran los pelos) si habría para vos alguna apertura más interesante en este momento. Como siempre, cuando uno ha llegado a una edad determinada (que varía en cada caso, en el mío fueron los 38 años exactamente) se empieza a sentir de una manera gástrica, existencial, casi palpable, la culpabilidad frente al tiempo “perdido”. Es inevitable, es necesario, y a veces eso ayuda a encontrar una solución, como quien pasa por una puerta sin abrirla, dejando varios dientes en las astillas. Me alegro de que digas, sin embargo, que no has perdido las esperanzas de encontrar una solución más armónica. Lo malo del sistema capitalista de trabajo (y peor todavía del sistema socialista) es que parecen dar por supuesto que el tiempo libre no sirve para nada. Me acuerdo de mi primer patrón en París; me anunció que me doblaría el sueldo si yo iba a trabajar todo el día en vez de medio como hasta el momento. Cuando me negué, me preguntó: “Pero usted, ¿para qué quiere medio día libre?”. El hombre no entendía, directamente no podía entender que entre la guita y el tiempo yo eligiera el tiempo. Los de la Unesco tampoco me han entendido nunca; pero yo [tengo] la suerte de contar con una profesión que me permitió finalmente imponer mis condiciones. En fin, bien puede ser (pero quizá es un wishful thinking nomás) que consigas organizar tu trabajo de manera que te queden algunos globos de aire puro entre ladrillo y ladrillo.


Claro, tenés mucha razón en tu crítica del “estilo” de Tomás, pero qué le vamos a hacer. La omisión del viaje a Cuba fue idiota, pero ya colmé la laguna al contestar a un cuestionario de Tiempos modernos en que me preguntan si el hecho de formar parte del consejo de redacción de la Revista de la Casa de las Américas es una forma de mi “compromiso”. Verás que a partir de eso no habrá más malentendidos: seré un apestado completo, y se acabarán las apropiaciones y las reinvindicaciones. Si tenés por ahí la andanada de Hoy en la cultura y me la querés mandar, quizá me venga bien. Me alegro de que Álvarez publique Reunión; ya es tiempo de que Dios empiece a reconocer a los suyos.


Me alegro mucho de todo lo que me contás de Alejandra, y sobre todo de que le publiquen el libro. Tu reacción con respecto a la petisa me parece perfecta. Yo también encuentro muy natural que un autor de libros procure que un editor se los publique y si ella te fue a ver con esa intención, la conozco lo bastante para saber que, además, te fue a ver porque sabe por mí quién sos vos, y porque tiene una gran admiración por vos y por Esteban; de modo que por una vez lo útil se une a lo agradable, si me permitís esta audaz forma de expresarme.


Sí, el reportaje que me hizo la gorda (Alejandra) era estupendo; vos decís que se debe a que yo contesto bien las preguntas, pero reconocerás que las preguntas son muy buenas y que estimulan cualquier imaginación. En cambio a los de Tiempos modernos les boché un montón de preguntas a cual más pava, que además parecen dar por supuesto que yo estoy enteradísimo de las actualidades porteñas y que me paso la noche sentado mirando hacia el sur y llorando de nostalgia. Nostalgia my foot.

Me rindo ante el problema de las tapas, y reconozco que en esa materia la editorial me ha puesto una de tamaño natural. Que Final del juego salga como quiera, total lo bueno de los sándwiches es siempre el relleno, no te parece.


Muchas gracias, oficial y privadamente, por dejarme en libertad frente a Einaudi por la historia de esos 4 cuentos. Le escribiré para hacerle saber que se los pienso cobrar como corresponde. Che, lo que me deja perplejo es tu deseo de que yo pre-anuncie mi “nuevo libro”. Viejo, pero es que no hay nuevo libro. Hay esos 4 cuentos y bien podría ser que una de estas noches yo me arranque por peteneras, como dice nuestra fabulosa Pepita (la femme de ménage, de la que te contaré alguna vez anécdotas delirantes) y escriba otros cuatro y entonces haya libro. Pero cómo saberlo desde ahora, si en este momento no tengo la menor idea ni gana en materia de cuentos. Suponiendo que escriba dos cuentos más (puede ser, porque me voy 10 días a Londres, solo, y eso puede dar cuentos, I feel it in my bones), entonces sí, entonces ya pensaré en un libro terminado y te lo avisaré con toda la antelación posible.


Aprovecho para preguntarte tu opinión sobre lo siguiente. Hay aquí un muchacho muy inteligente, Luis Harss, que ha vivido en todas partes luego de educarse en Buenos Aires, y que conoce a fondo los USA. La casa Harper’s le ha confiado un libro que consistiría en “conversaciones con los 8 o 10 escritores latinoamericanos más significativos del momento”. El hombre ha hecho una lista en la que entramos Fuentes, Asturias, Rulfo, Vargas Llosa, Paz, yo, etc. Armado de un grabador y una gran sensibilidad (es de los que conocen toda mi obra a fondo, ¡hángel de hamor!) está recogiendo nuestras genialidades. El libro saldrá a fines del año que viene en Harper’s, y la idea sería hacerlo publicar aquí por Gallimard y en Latinoamérica por... ¿por quién? Yo te paso el scoop, y además Harss estaría dispuesto a facilitar llegado el caso el texto en español y en inglés de algunas de esas conversaciones, para que se vea el tono del libro. Sus diálogos conmigo dieron unas 50 páginas, es decir que es el primer trabajo bastante exhaustivo que se hace sobre mis cosas; Harss, con mucha inteligencia, fue variando el ángulo de ataque (literatura, background personal, opiniones, política, tendencias, etc.). El resultado me parece ágil y sobre todo muy veraz, porque lo que yo digo es, eliminadas las muletillas y las tonterías mayores, exactamente lo que dije delante del grabador. El libro de Harper’s saldrá con fotos, bibliografía, etc. Desde luego para los USA será muy útil. Y para los franceses, que están à l’heure sudaméricaine. No sé en nuestro país, pero es justamente eso lo que te pregunto.


Che, espero humildemente que no sea un acto fallido, pero en la nómina me comí a Borges. Oh, no creo que sea un acto fallido, porque no te podés imaginar cómo se me llena el corazón de azúcar y de agua florida y de campanitas, cuando, al cruzar el hall de la Unesco con Aurora para ir a tomarnos un café a la hora en que está terminantemente prohibido y por lo tanto es muchísimo más sabroso, lo vimos a Borges con María Elena Vázquez*, muy sentaditos en un sillón, probablemente esperando a Caillois. Cuando me di cuenta, cuando reaccioné, ya nos estábamos abrazando con un afecto que me dejó sin habla. Mirá, fue algo maravilloso. Borges me apretó fuerte, ahí nomás me dijo: “Ah, Cortázar, a lo mejor, ¿no?, usted se acuerda, ¿no?, que yo le publiqué cosas suyas en aquella revista, ¿no? ¿Cómo se llamaba la revista, che, cómo se llamaba?”. Yo casi no podía hablar, porque el grado de idiotez a que llego en momentos así es casi sobrenatural, pero me emocionó tanto que se acordara con un orgullo de chico de esa labor de pionero que había hecho conmigo. Entonces le recordé a mi vez todo lo que eso había significado para mí, sobre todo porque él me había publicado sin conocerme personalmente, lo que le daba muchísimo más valor a la cosa. Y entonces Borges dijo:“Ah, sí, claro... Y usted a lo mejor se acuerda, ¿no?, que mi hermana Norah le hizo unos dibujos muy preciosos, ¿no?”. En fin, che, yo estaba hecho un pañuelo. Después lo escuchamos a Borges en su conferencia sobre literatura fantástica, dicha en un francés excelente, y a los días vino a la Unesco y les rajó una charla sobre Shakespeare que los dejó a todos mirando estrellas verdes. La chica Vázquez me arrancó la lectura de dos cuentos para una emisión de Radio Municipal, y se fueron a España. Por supuesto, los periodistas se ingeniaron como siempre para hacerle decir a Borges cuatro pavadas sobre política, pero qué poco importa, o en todo caso, qué poco me importa.


Bueno, viejo, esto sí que es una KARTA. Un dato para el libro de Harss: ¿de cuántos ejemplares son las tiradas exitosas de una colección popular como Piragua? No es obligatorio contestar, pero se trata de mostrar la diferencia entre los best-sellers latinoamericanos y los europeos y yanquis. Aurora calculó que una tirada popular debe ser de diez mil; yo realmente no sé.


Chau, Paco, con mis afectos para Sara (pienso en su expedición con la maldita carta, y se me aprieta el corazón). Dale un abrazo a Esteban cuando lo veas. Aurora les manda a todos sus cariños; está fabricando una tortilla de queso que se insinúa ya olfativamente hasta mi cuarto. Hace mucho frío, pero hay sol. Ya te contaré de Londres a la vuelta.


Te abrazo muy fuerte,



Julio 

*Textual en el original. Se refiere a María Esther Vázquez.

En Cortázar, JulioCartas 2 (1955-1964)
Edición a cargo de Aurora Bernárdez y Carles Álvarez Garriga
Segunda Edición, Alfaguara, Buenos Aires, 2016
Jorge Luis Borges y Julio Cortázar, Ilustración de Víctor Gallardo

Julio Cortázar: Carta a Francisco Porrúa sobre Borges y otros escritores [París, 30 de noviembre de 1964]

Julio Cortázar: Carta a Francisco Porrúa sobre Borges y otros escritores [París, 30 de noviembre de 1964]







París, 30 de noviembre de 1964
Mi querido Paco:

Gracias por tu larga carta, que me ha consternado y aliviado por partes iguales. Tenés mucha razón: todo esto habría que conversarlo con mate y caña, mirándose a los ojos. Pero ya que no se puede, me alegro de que me hayas enviado una reseña lo bastante detallada del último capítulo de la triste historia. Nada, te aseguro, me ha tomado de sorpresa, porque conozco esos mecanismos de challenge and response, y en materia de objetos que vuelan por el aire tuve mi buena experiencia en su momento. Sólo me duele que hayas sido vos quien, sin tener otra culpa que la de ser amigo mío (y también buen amigo de Edith, pero andá a hacerle entender eso en momentos parecidos), hayas tenido que soportar una reacción tan brutal. Como la conozco un poco, sé que su actitud, una vez que vaya comprendiendo las razones de todo esto, será positiva; pero poco puede importarte ya a vos que lo sea o no, después de un episodio tan desagradable y sobre todo tan injusto. Me siento como sucio y como culpable frente a vos, y quisiera poder hacerme perdonar, no sé exactamente qué, pero siento que tanto Sara como vos tienen que sentirse como el diablo después de una cosa así. Te escribo mal, al voleo y repitiéndome, pero tu carta me ha dejado muy jodido. Y a la vez me siento aliviado de que las cosas se hayan definido de una vez por todas, aunque haya sido a las patadas, porque ahora no tendrás que seguir pensando en el asunto, y yo me desentenderé a mi vez de una cuestión que me tiene exasperado y afligido desde hace qué sé yo cuántos meses.


Desde luego, ya recibí una untuosa carta del Dr. Promies en la que me anuncia que la editorial le ha hecho el insigne honor de confiarle la traducción de los Cronopios. Por mí la Luchterhand y el Dr. Promies se pueden ir al quinto carajo; me importa un bledo lo que suceda del lado de Alemania, siempre que me dejen en paz. Y sobre todo que te dejen en paz a vos.


Ah, una cosa para dejar terminado este asunto: Vos te has creído obligado a explicarme en algún momento “y de una vez por todas mi posición en este asunto de Los premios y Edith”. Mirá, Paco, si a alguien no tenés nada que explicarle, es a mí. Tu posición es absolutamente clara, ecuánime y generosa. Has hecho todo lo que has podido, como yo en mi momento hice todo cuanto pude para defender las traducciones de Edith. Ni vos ni yo podemos hacer más nada, y ella lo sabe. No sé si tengo doble vista, pero podría asegurar que conozco perfectamente cada una de tus actitudes en este asunto, desde el día en que empezó a envenenarse, y que yo no hubiera podido hacer nada mejor si hubiera estado en tu lugar. Todo el error empezó cuando yo, convencido de que Edith me traducía bien, insistí a pedido de ella en que los contratos de ustedes llevaran la famosa cláusula sobre quién haría las traducciones. Con los elementos que tenías a mano, has hecho todo lo que estaba en tu poder para ayudarla a Edith y para ayudarme a mí. La cosa está liquidada; queda el mal gusto en la boca, pero eso no es culpa ni tuya ni mía. Yo te agradeceré siempre lo mucho que te has ocupado de este asunto, y la forma en que lo has piloteado hasta un desenlace que Edith precipitó afortunadamente al sugerir el peritaje de sus trabajos. Y no hablemos más, y por favor quedate tranquilo.


Che, está bien lo que me contás de ELLOS. Lamento mucho lo del viejo, aunque cualquier tabla de vida de una compañía de seguros me demostraría que es lógico; pero hiciste muy bien en tener esa conversación y conseguir que te dieran el empujón hacia arriba. Comprendo de sobra que a pesar de eso no estés contento, porque tu trabajo te agota y el Minotauro anda anémico. Pero me pregunto, dadas las condiciones que reinan por allá (a veces leo las crónicas de Henri Janières, en Le Monde, y se me paran los pelos) si habría para vos alguna apertura más interesante en este momento. Como siempre, cuando uno ha llegado a una edad determinada (que varía en cada caso, en el mío fueron los 38 años exactamente) se empieza a sentir de una manera gástrica, existencial, casi palpable, la culpabilidad frente al tiempo “perdido”. Es inevitable, es necesario, y a veces eso ayuda a encontrar una solución, como quien pasa por una puerta sin abrirla, dejando varios dientes en las astillas. Me alegro de que digas, sin embargo, que no has perdido las esperanzas de encontrar una solución más armónica. Lo malo del sistema capitalista de trabajo (y peor todavía del sistema socialista) es que parecen dar por supuesto que el tiempo libre no sirve para nada. Me acuerdo de mi primer patrón en París; me anunció que me doblaría el sueldo si yo iba a trabajar todo el día en vez de medio como hasta el momento. Cuando me negué, me preguntó: “Pero usted, ¿para qué quiere medio día libre?”. El hombre no entendía, directamente no podía entender que entre la guita y el tiempo yo eligiera el tiempo. Los de la Unesco tampoco me han entendido nunca; pero yo [tengo] la suerte de contar con una profesión que me permitió finalmente imponer mis condiciones. En fin, bien puede ser (pero quizá es un wishful thinking nomás) que consigas organizar tu trabajo de manera que te queden algunos globos de aire puro entre ladrillo y ladrillo.


Claro, tenés mucha razón en tu crítica del “estilo” de Tomás, pero qué le vamos a hacer. La omisión del viaje a Cuba fue idiota, pero ya colmé la laguna al contestar a un cuestionario de Tiempos modernos en que me preguntan si el hecho de formar parte del consejo de redacción de la Revista de la Casa de las Américas es una forma de mi “compromiso”. Verás que a partir de eso no habrá más malentendidos: seré un apestado completo, y se acabarán las apropiaciones y las reinvindicaciones. Si tenés por ahí la andanada de Hoy en la cultura y me la querés mandar, quizá me venga bien. Me alegro de que Álvarez publique Reunión; ya es tiempo de que Dios empiece a reconocer a los suyos.


Me alegro mucho de todo lo que me contás de Alejandra, y sobre todo de que le publiquen el libro. Tu reacción con respecto a la petisa me parece perfecta. Yo también encuentro muy natural que un autor de libros procure que un editor se los publique y si ella te fue a ver con esa intención, la conozco lo bastante para saber que, además, te fue a ver porque sabe por mí quién sos vos, y porque tiene una gran admiración por vos y por Esteban; de modo que por una vez lo útil se une a lo agradable, si me permitís esta audaz forma de expresarme.


Sí, el reportaje que me hizo la gorda (Alejandra) era estupendo; vos decís que se debe a que yo contesto bien las preguntas, pero reconocerás que las preguntas son muy buenas y que estimulan cualquier imaginación. En cambio a los de Tiempos modernos les boché un montón de preguntas a cual más pava, que además parecen dar por supuesto que yo estoy enteradísimo de las actualidades porteñas y que me paso la noche sentado mirando hacia el sur y llorando de nostalgia. Nostalgia my foot.

Me rindo ante el problema de las tapas, y reconozco que en esa materia la editorial me ha puesto una de tamaño natural. Que Final del juego salga como quiera, total lo bueno de los sándwiches es siempre el relleno, no te parece.


Muchas gracias, oficial y privadamente, por dejarme en libertad frente a Einaudi por la historia de esos 4 cuentos. Le escribiré para hacerle saber que se los pienso cobrar como corresponde. Che, lo que me deja perplejo es tu deseo de que yo pre-anuncie mi “nuevo libro”. Viejo, pero es que no hay nuevo libro. Hay esos 4 cuentos y bien podría ser que una de estas noches yo me arranque por peteneras, como dice nuestra fabulosa Pepita (la femme de ménage, de la que te contaré alguna vez anécdotas delirantes) y escriba otros cuatro y entonces haya libro. Pero cómo saberlo desde ahora, si en este momento no tengo la menor idea ni gana en materia de cuentos. Suponiendo que escriba dos cuentos más (puede ser, porque me voy 10 días a Londres, solo, y eso puede dar cuentos, I feel it in my bones), entonces sí, entonces ya pensaré en un libro terminado y te lo avisaré con toda la antelación posible.


Aprovecho para preguntarte tu opinión sobre lo siguiente. Hay aquí un muchacho muy inteligente, Luis Harss, que ha vivido en todas partes luego de educarse en Buenos Aires, y que conoce a fondo los USA. La casa Harper’s le ha confiado un libro que consistiría en “conversaciones con los 8 o 10 escritores latinoamericanos más significativos del momento”. El hombre ha hecho una lista en la que entramos Fuentes, Asturias, Rulfo, Vargas Llosa, Paz, yo, etc. Armado de un grabador y una gran sensibilidad (es de los que conocen toda mi obra a fondo, ¡hángel de hamor!) está recogiendo nuestras genialidades. El libro saldrá a fines del año que viene en Harper’s, y la idea sería hacerlo publicar aquí por Gallimard y en Latinoamérica por... ¿por quién? Yo te paso el scoop, y además Harss estaría dispuesto a facilitar llegado el caso el texto en español y en inglés de algunas de esas conversaciones, para que se vea el tono del libro. Sus diálogos conmigo dieron unas 50 páginas, es decir que es el primer trabajo bastante exhaustivo que se hace sobre mis cosas; Harss, con mucha inteligencia, fue variando el ángulo de ataque (literatura, background personal, opiniones, política, tendencias, etc.). El resultado me parece ágil y sobre todo muy veraz, porque lo que yo digo es, eliminadas las muletillas y las tonterías mayores, exactamente lo que dije delante del grabador. El libro de Harper’s saldrá con fotos, bibliografía, etc. Desde luego para los USA será muy útil. Y para los franceses, que están à l’heure sudaméricaine. No sé en nuestro país, pero es justamente eso lo que te pregunto.


Che, espero humildemente que no sea un acto fallido, pero en la nómina me comí a Borges. Oh, no creo que sea un acto fallido, porque no te podés imaginar cómo se me llena el corazón de azúcar y de agua florida y de campanitas, cuando, al cruzar el hall de la Unesco con Aurora para ir a tomarnos un café a la hora en que está terminantemente prohibido y por lo tanto es muchísimo más sabroso, lo vimos a Borges con María Elena Vázquez*, muy sentaditos en un sillón, probablemente esperando a Caillois. Cuando me di cuenta, cuando reaccioné, ya nos estábamos abrazando con un afecto que me dejó sin habla. Mirá, fue algo maravilloso. Borges me apretó fuerte, ahí nomás me dijo: “Ah, Cortázar, a lo mejor, ¿no?, usted se acuerda, ¿no?, que yo le publiqué cosas suyas en aquella revista, ¿no? ¿Cómo se llamaba la revista, che, cómo se llamaba?”. Yo casi no podía hablar, porque el grado de idiotez a que llego en momentos así es casi sobrenatural, pero me emocionó tanto que se acordara con un orgullo de chico de esa labor de pionero que había hecho conmigo. Entonces le recordé a mi vez todo lo que eso había significado para mí, sobre todo porque él me había publicado sin conocerme personalmente, lo que le daba muchísimo más valor a la cosa. Y entonces Borges dijo:“Ah, sí, claro... Y usted a lo mejor se acuerda, ¿no?, que mi hermana Norah le hizo unos dibujos muy preciosos, ¿no?”. En fin, che, yo estaba hecho un pañuelo. Después lo escuchamos a Borges en su conferencia sobre literatura fantástica, dicha en un francés excelente, y a los días vino a la Unesco y les rajó una charla sobre Shakespeare que los dejó a todos mirando estrellas verdes. La chica Vázquez me arrancó la lectura de dos cuentos para una emisión de Radio Municipal, y se fueron a España. Por supuesto, los periodistas se ingeniaron como siempre para hacerle decir a Borges cuatro pavadas sobre política, pero qué poco importa, o en todo caso, qué poco me importa.


Bueno, viejo, esto sí que es una KARTA. Un dato para el libro de Harss: ¿de cuántos ejemplares son las tiradas exitosas de una colección popular como Piragua? No es obligatorio contestar, pero se trata de mostrar la diferencia entre los best-sellers latinoamericanos y los europeos y yanquis. Aurora calculó que una tirada popular debe ser de diez mil; yo realmente no sé.


Chau, Paco, con mis afectos para Sara (pienso en su expedición con la maldita carta, y se me aprieta el corazón). Dale un abrazo a Esteban cuando lo veas. Aurora les manda a todos sus cariños; está fabricando una tortilla de queso que se insinúa ya olfativamente hasta mi cuarto. Hace mucho frío, pero hay sol. Ya te contaré de Londres a la vuelta.


Te abrazo muy fuerte,



Julio 

*Textual en el original. Se refiere a María Esther Vázquez.

En Cortázar, JulioCartas 2 (1955-1964)
Edición a cargo de Aurora Bernárdez y Carles Álvarez Garriga
Segunda Edición, Alfaguara, Buenos Aires, 2016
Jorge Luis Borges y Julio Cortázar, Ilustración de Víctor Gallardo

miércoles, 10 de octubre de 2018

‘Patrimonio’: Phillip Roth inédito

‘Patrimonio’: Phillip Roth inédito

Este texto está incluido en el volumen '¿Por qué escribir?', que llega a las librerías españolas este jueves

Philip Roth (en primer plano), con su hermano Sandy y su padre, en la playa de Bradley (Nueva Jersey), en 1937. La imagen apareció en la cubierta del libro Patrimonio.
Philip Roth (en primer plano), con su hermano Sandy y su padre, en la playa de Bradley (Nueva Jersey), en 1937. La imagen apareció en la cubierta del libro Patrimonio. NEWARK PUBLIC LIBRARY
La persona que debería estar aquí hoy recibiendo un premio honorífico de la New Jersey Historical Society no es el autor de Patrimonio, sino el objeto de estudio en Patrimonio, mi padre, Herman Roth, cuya residencia en Nueva Jersey no acabó como la mía después de menos de dos decenios, sino que se extendió sin interrupción desde su nacimiento en el Central Ward de Newark en 1901 hasta su fallecimiento en un hospital Elizabeth 88 años después, y que, casi la mitad de ese tiempo, vendió seguros de vida desde que empezó como agente en los años treinta en Newark, pasando por los años cuarenta, cincuenta y sesenta, en que fue director en Union City, en Belleville, y por fin en las afueras de Camden, en Maple Shade, donde se jubiló de Metropolitan Life a los 63 años. Trabajó —como hacían entonces los vendedores de seguros de vida— tan íntimamente como un médico de cabecera o un trabajador social con todas las clases y categorías étnicas del norte y el sur de Nueva Jersey, habló durante casi 40 años con miles de familias de asuntos de vida o muerte con las palabras más duras y humanas posibles (“no pueden ganar”, me decía mi padre, “si no se mueren”), llegó a tener una familiaridad con las vidas cotidianas de los ciudadanos de este Estado que supera con mucho la mía y que un novelista realista oriundo de esta región no puede sino envidiarle. No dudaría en colocar su enciclopédico conocimiento de la Newark de antes de la guerra a la altura de la desbordante percepción de James Joyce del Dublín que retrata con tanta exactitud en sus obras de ficción.
Fue el vendedor de seguros y no el novelista quien llegó a conocer, a partir de una amplia experiencia personal, con sus peculiares discernimiento e inteligencia práctica, la historia social de Newark, la mayor y, en los años en que mi padre estuvo empleado allí, la más animada y productiva ciudad de Nueva Jersey; a conocerla no solo barrio por barrio, ni siquiera edificio por edificio y casa por casa y piso por piso, sino puerta por puerta, vestíbulo por vestíbulo, escalera por escalera, cuarto de calderas por cuarto de calderas, cocina por cocina. Es él y no yo quien conocía de manera palpable la historia viva de su población, si no en todos los detalles, al menos —en los años en los que pasaba fuera todo el día y muchas noches cobrando las primas sobre las pólizas que vendía, a veces solo un cuarto de dólar a la semana en las familias más pobres— nacimiento a nacimiento, fallecimiento a fallecimiento, enfermedad a enfermedad, desastre a desastre. Fue él y no yo quien, gracias a un trabajo que lo llevaba a diario a los hogares de la gente, por humildes que fuesen, se convirtió en una especie de urbanólogo aficionado de la ciudad de Newark, un antropólogo sin cartera de un extremo a otro del Estado, y es por la prodigiosa importancia de este logro, por su implicación nada común en la respiración y la profundidad de la existencia cotidiana de las vidas aparentemente insignificantes de una ciudad dura, por lo que me gustaría aceptar este premio en su nombre. Entre 1870 y 1910, a una próspera ciudad industrial de 100.000 habitantes —una población de habla inglesa en su mayor parte— llegaron para instalarse en Newark un cuarto de millón de inmigrantes extranjeros, italianos, irlandeses, alemanes, eslavos, griegos y judíos, unos 40.000 judíos del este de Europa. Entre ellos se encontraban mis jóvenes abuelos, Sender y Bertha Roth, que no tenían un céntimo. Mi padre, nacido en 1901, fue el primer hijo que tuvieron en Estados Unidos, el hijo mediano de un total de siete, seis niños y una niña, y gran parte de su vida ocupó ese lugar. Manejarse desde el medio, entre las imposiciones del pasado, encarnadas por las costumbres y valores de sus padres de habla yidis, y las expectativas del futuro, articuladas en el modo mismo en que educaron a sus hijos estadounidenses, se convirtió no solo en su tarea, sino en el objetivo de una generación de hijos de emigrantes nacidos más o menos con el nuevo siglo en un mundo nuevo, una generación de la que solo sobreviven unos pocos.
“A los hijos de inmigrantes se les hizo sentir inferiores, ignorantes, torpes, rudos, intelectualmente obtusos”
En cierto sentido todas las generaciones estadounidenses son generaciones intermedias que se mueven entre las lealtades heredadas al nacer y los requisitos de una sociedad en radical transformación. El esfuerzo de luchar desde el medio, de ser responsable con los vínculos de nuestras propias lealtades e impedir que desaparezca el antiguo modo de vida —sobre todo en el dominio de la moralidad— mientras al mismo tiempo dejamos a nuestros hijos en una sociedad exigente, prometedora e incluso amenazante en un sentido nuevo e incierto, tal vez sea la quintaesencia de la batalla cultural norteamericana que produce las clásicas colisiones familiares. No creo que muchas generaciones hayan experimentado con mayor agudeza los conflictos inherentes a esta lucha —y el arsenal de humillaciones y reveses desencadenados por los intimidantes antagonistas— que la generación nacida de esos progenitores emigrantes recién llegados en las décadas anteriores a la Primera Guerra Mundial.
“Asimilación” es una palabra demasiado suave, e implica demasiadas connotaciones negativas de deferencia, sumisión y componendas, y de una historia no lo bastante cruda para describir este proceso de negociación por el que tuvieron que pasar mi padre y otros como él.
Los abuelos paternos de Philip Roth (a la derecha), junto a otros parientes en los años veinte. ampliar foto
Los abuelos paternos de Philip Roth (a la derecha), junto a otros parientes en los años veinte.  
Su integración en la realidad estadounidense fue más dura y más compleja; fue una convergencia doble, algo similar a esa extracción e intercambio de energía que llamamos metabolismo, un vigoroso intercambio en el que los judíos descubrieron Estados Unidos y Estados Unidos descubrió a los judíos, una valiosa fertilización cruzada que produjo una amalgama de rasgos y características que supusieron nada más y nada menos que la fructífera invención de un nuevo tipo de norteamericano: el ciudadano formado por una fusión de costumbres y lealtades, no del todo perfectas en su diseño, y no sin dolorosos puntos de fricción, pero que proporcionaba, en el mejor de los casos (y ese fue claramente el caso de mi padre) un marco mental constructivo que irradiaba vitalidad e intensidad: una matriz densa y agitada de sentimientos y respuestas. Gran parte de la generación de la que hablo apenas fue a la escuela ni tuvo una educación. En esos años del cambio de siglo cuando en la ciudad vivían dos veces más emigrantes recién llegados que oriundos de Newark, el 70% de los escolares —y dos tercios de los escolares de Newark eran hijos de emigrantes— no pasó de quinto curso. Mi padre era uno de la élite que llegó hasta octavo antes de dejar el colegio para ponerse a trabajar el resto de su vida.
A diferencia de la que sería la vivencia de sus hijos —mi generación—, su educación se produjo no en el aula, sino en el puesto de trabajo. Fue en el trabajo donde se modelaron sus puntos de vista y de donde sacaron su conocimiento primario del mundo norteamericano. El lugar de trabajo —la destilería, la curtiduría, los muelles, la fábrica, el mercado, el edificio en construcción, la tienda de telas, el carrito ambulante— no era necesariamente el ambiente ideal para librarse de los prejuicios, para aumentar las propias simpatías o favorecer nuevos hábitos, prácticas y formas de comportamiento que reemplazaran a aquellos que de pronto, y de forma cada vez más chirriante, se habían vuelto inútiles, restrictivos o, con el tiempo, sencillamente raros. Pero aun así fue allí donde empezó la acreción, identidades norteamericanas nuevas y desconocidas engendradas no por las escuelas, los profesores y los libros de texto cívicos, y desde luego no por programas educativos en estudios étnicos, sino conformadas de manera espontánea, extemporánea —aunque no sin emociones y errores, sin rabia y golpes, sin aguante, resistencia, lágrimas y afrentas— por la agitada y tangible mutabilidad de una ciudad próspera. El hombre o la mujer en el medio se lleva los golpes de ambos lados. Primero a estos hijos de la generación inmigrante se les hizo sentir inferiores a los locales, ignorantes en cuestiones sociales, torpes, rudos, y, lo que es peor, se les hizo sentir obtusos e intelectualmente inferiores a los hijos por quienes habían soportado todo eso. Pero ¿cómo eliminar esa brecha sino mediante la universidad? En virtud del elixir conocido como “una buena educación”, proporcionada y protegida por nuestros diplomas y títulos, completamos los variopintos procesos de americanización.
Antes de morir en mayo, Philip Roth dejó preparada la edición definitiva de sus ensayos y discursos
Lo que se inició cuando mi abuelo, educado para ser rabino, empezó a trabajar a finales del siglo XIX en una fábrica de sombreros de Newark concluyó cuando yo recibí mi título de graduado en Literatura Inglesa en la Universidad de Chicago a mediados del siglo XX. En tres generaciones, en unos 60 años, en muy poco tiempo, lo habíamos conseguido: apenas nos parecíamos en nada a como éramos cuando llegamos aquí. Desde un punto de vista histórico, nos habíamos convertido, gracias a una fuerza impulsora primaria norteamericana, en seres nuevos e irreconocibles reconstruidos casi de la noche a la mañana. Así se desarrolla, en su nivel más habitual, el drama acelerado de nuestra historia, que cambia lo que es en lo que no es y esclarece el misterio de cómo llegamos a ser como somos.
Espero que estas breves palabras les aclaren por qué quisiera recibir este premio en nombre de mi padre, que murió hace ahora tres años. En una vida como un hombre asediado en el medio, aquí, en Nueva Jersey, llevó a cabo la lucha de consolidación que definió la existencia de una generación hoy casi desaparecida cuya presencia familiar en Estados Unidos apenas ha cumplido los 100 años. Él lo merece más que yo. Como cronista de Newark, tan solo me he alzado sobre sus hombros.
Discurso de aceptación del New Jersey Historical Society Award, pronunciado el 4 de octubre de 1992. Se incluye en ‘¿Por qué escribir? Ensayos, entrevistas y discursos (1960-2013)’, de Philip Roth. Traducción de Ramón Buenaventura, Jordi Fibla y Miguel Temprano García. Literatura Random House, 2018. 576 páginas. 23,90 euros.