EL SUR TAMBIÉN EXISTE

Si fuesen míos los paños bordados de los cielos, tejidos con luz de oro y plata, los paños azules, sombríos y oscuros de la noche, la luz y el crepúsculo, los tendería a tus pies. Pero yo, siendo pobre, sólo tengo mis sueños. he esparcido mis sueños bajo tus pies. Camina suave porque pisas mis sueños. w.b. Yeats





"Pero aquí abajo abajo,cerca de las raíces,es donde la memoria ningún recuerdo omite. Y hay quienes se desmueren y hay quienes se desviven y así entre todos logran lo que era un imposible. Que todo el mundo sepa que el Sur también existe" Mario Benedetti.


"Un escritor es algo extraño. Es una contradicción y también un sinsentido. Escribir es aullar sin ruido" M. Duras http://t.co/


martes, 30 de abril de 2013

“LAS LUCIERNAGAS DE LA CRUZ DEL SUR” ANA MARÍA MANCEDA. SAN MARTÍN DE LOS ANDES.En Inmigración, Arte y Cultura ( Buenos Aires); Revista Perito ( Alicante, España) Y Revista HONTANAR,Australia.


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                   Alcancé a plantar la última primavera en el macetero cuando comenzó a llover, las montañas quedaron desdibujadas por el telón acuoso y ya no podía disfrutar del verde intenso de los bosques, para mi sorpresa, se infiltraban entre las gotas, incipientes copos de nieve que pugnaban por armarse y dominar la precipitación. Estábamos a fines de septiembre, en el pueblo creíamos que ya había caído la última nevada, pero la naturaleza sigue sus códigos, suspendo las tareas en el jardín y entro a la casa, debo prender las leñas del hogar, el frío comienza a sentirse.
                   Disfrutar de un café, mirar televisión, pequeño recreo,  en pocas horas estará la familia reunida y debo dedicarme a las tareas comunes.
─Mami, la maestra te mandó un comunicado, debés firmarlo.
─Querida, mi camisa gris la necesito para el jueves, tengo reunión.
─No quiero tomar más sopa, estoy harto.
─Planifiquemos el fin de semana largo, quizás un breve campamento.
─¡Basta de rutina, relax, relax…!
                   Pero mi estado de relax salta como un resorte, en la pantalla está la imagen de un hombre, un profesor en ciencias políticas español que visita la Argentina, su nombre produce mi conmoción. ¡José Carlos!  Mi mente comienza a desandar por un túnel que me lleva a recuerdos  de la infancia.

                   Eran épocas de posguerra, una mañana en la cual el viento proveniente del río traía anuncio de lluvias estivales, el barrio se vio alborotado. Habían estacionado camiones del ejército en el “ campito” que algún día sería plaza, de ellos comenzaron a bajar familias de inmigrantes. Era un acontecimiento extraordinario, los vecinos salían a las puertas de sus casas a observar el suceso, los más chicos cruzamos las calles y nos metimos en el “campito” para ver de cerca todo lo que ocurría. Se veían personas de todas las edades,  hablaban distintos idiomas. De ahí en más la vida de ese barrio platense cambió totalmente.
                   Al estar de vacaciones podíamos disfrutar desde la mañana temprano el movimiento de los extranjeros. Yo los espiaba desde el dormitorio de mis padres cuya ventana daba a la calle, tenía un mirador envidiable. Por la tarde me cruzaba al campamento que habían levantado los nuevos y exóticos vecinos. Antes de hacerlo arreglaba mi pelo con más esmero y robaba un poquitín de perfume a mi madre, tenía doce años, los chicos inmigrantes me parecían hermosos. Algunos eran introvertidos, otros más sociables, nos fuimos haciendo amigos. Con las chicas de mi edad jugábamos a las figuritas, cara o seca, y a las muñecas. Entre todos a la rayuela, escondidas, mancha venenosa o “Farolera Tropezó”. Si por alguna causa no cruzaba me llamaban  _¡Rita...Rita! y yo salía presurosa con mis figuritas, las trenzas recién hechas por mi mamá y el corazón palpitante de ilusiones.
                  Predominaban  españoles, vascos franceses y portugueses. Los vascos eran los más bellos, los veía inalcanzables más aún cuando hablaban un idioma tan diferente al nuestro. Cada familia vivía en grandes carpas pero al poco tiempo comenzaron a construir sus propias casas sobre terrenos que el gobierno les había adjudicado, cercanos a la plaza. Eran muy trabajadores y hasta los niños colaboraban en la construcción de sus futuros hogares. ¡ Cómo me cautivaba verlos en su rutina! Las mujeres lavaban la ropa en bateas y las fregaban con cadenciosa energía mientras entonaban canciones de sus terruños. Me sorprendía ver tomar el vino en un objeto de cuero que lo llamaban bota. Don Ramón, el portugués, comía fideos al pesto y tomaba el vino de esa manera. Aprendí muchas costumbres, entre ellas la de bailar la jota aragonesa, y no dudo que ellos aprendieron tradiciones nuestras, el mate era un ritual que lo asimilaron de manera entusiasta. Valoraban sobre manera lo que obtenían, eran muy ahorrativos, esto les daba un ligero aire de superioridad respecto a nuestras costumbres, no podían creer la cantidad de alimentos que ingeríamos.  ¡Nuestros famosos asados! Fue una época muy feliz. Luego de la cena, en las noches de verano de calor abrumador, nuestros padres nos dejaban jugar hasta tarde, a esa hora preferíamos jugar a las escondidas, la noche participaba cómplice de nuestros refugios.
¡Rita! Época de sueños, rasguños  a un futuro inventado, mejillas coloradas y oleadas de sensaciones nuevas en el cuerpo. Sentido de vergüenza, la religión implacable con su dedo acusatorio respecto a esas sensaciones. Culpas, culpas. Pero la vida siempre gana. La intensidad de la vida.
                  La plaza tenía luz en las esquinas y como era de una manzana de extensión, predominaba la oscuridad, cada carpa tenía sus propios faroles. Recordando las imágenes de ese pasado se me ocurren que eran  mágicas. Las noches estrelladas en las que reinaba la Cruz del Sur, era para los inmigrantes la realidad que les señalaba el cosmos de encontrarse al sur del planeta y tan lejos de sus patrias. Miles, miles de luciérnagas danzaban alrededor de nuestras correrías. Gritos, risas y silencios. Cuando la lluvia acechaba se sumaban a nuestro juvenil alboroto el canto de los grillos y el croar de las ranas. Durante nuestro escondite, el silencio dejaba escuchar nostálgicas castañuelas o dulces melodías portuguesas.
¡ Cómo que no se ve La Cruz Del Sur!
¡ Y las Tres Marías tampoco?
- ¿Qué constelaciones se ven en el Hemisferio Norte?
                   Con el tiempo me incliné hacia la amistad de un “Galleguito” que en realidad era de la zona de  Valencia. Contaba de su hermosa ciudad de Alicante, el mar  Mediterráneo, el Monte Benacantil con su castillo de Santa Bàrbara, los Festejos en las noches de San Juan con sus hogueras durante el solsticio de verano, los fuegos artificiales, la tarta de atún que comían para la ocasión, fiestas cuyos orígenes se perdían en la noche del tiempo. Yo quería estar todo el día con él, José Carlos era el más serio del grupo, tenía quince años y una belleza enternecedora. Su piel de nácar resaltaba sus grandes ojos negros y el gracejo que tenía para hablar me tenían en un estado de éxtasis. Una de esas tantas noches  jugábamos a las escondidas, pero las reglas del juego, supongo que lo decidimos pícaramente, era hacerlo por parejas. Yo, embriagada de vida, me adorné el pelo y la frente con luciérnagas y en los dedos lucía anillos de falsos diamantes. Estaba iluminada, las estrellas habían descendido para embellecer mi felicidad. Así, radiante de la mano de mi príncipe extranjero, corrimos a escondernos. Nos arrodillamos, entre unos pastos altos que crecían a la vera de la calle cuyas flores exhalaban un perfume exquisito, nos miramos, fueron instantes sagrados, los sentimientos quedan paralizados, es como una foto del alma. El mundo seguía su movimiento y nosotros ahí, atrapados en las redes del espacio y el tiempo ¡ Flasch!  y te marca para toda la vida. ¡Doce y quince años! y la Cruz del Sur, las luciérnagas y la vida que seguirá  de manera inexorable su camino. Nos tomamos de las manos sin hablar, de pronto me abrazó y se puso a llorar. En ese momento comencé a dejar el juego de la niñez para andar por otro sendero, el más espinoso, es el camino en el que juegan los adultos y así como destrocé luciérnagas para adornarme, así destruyeron  los adultos nuestro mundo de niños. Es la guerra, es el hambre, José Carlos me contó por la tragedia que había pasado con su madre durante la Guerra Civil Española, la lucha, la dictadura de Franco. Lograron llegar a América , cobijados por su tía, que era mi vecina, pero sólo pensaban en regresar, su padre estaba preso, fue combatiente republicano. Y así lo hicieron, nunca más supe de él hasta hoy.
                   Y la niñez se fue y las noches del estío, en la ciudad de La Plata, iluminadas por las luciérnagas y la Cruz del Sur y nosotros, maravillosos niños arrodillados, quedaron para siempre.
                    Mi piel tensa y húmeda por la emoción sintió un escalofrío, tenía su imagen de hombre ante mí.  José Carlos pudo triunfar sobre su dolor, me sentí feliz de haber sido un pequeño eslabón en una etapa maravillosa de la vida.
                   Sentí pasos sobre la nieve acumulada en el jardín de este lugar patagónico. Con lágrimas en los ojos me levanté para espiar por la ventana el arribo de mi familia, la que armé con el hombre que fue mi compañero del espinoso camino, el de la lucha cotidiana, con el que juntos sufrimos los dramáticos sucesos, aquí también ocurrieron, de este difícil, solidario, inmaduro, ultrajado,  bello país que se encuentra bajo la Cruz del Sur.***

“LAS LUCIERNAGAS DE LA CRUZ DEL SUR”  ANA MARÍA MANCEDA. SAN MARTÍN DE LOS ANDES.En Inmigración, Arte y  Cultura ( Buenos Aires); Revista Perito ( Alicante, España) Y Revista HONTANAR,Australia.














martes, 23 de abril de 2013

DÍA MUNDIAL DEL LIBRO- 23 ABRIL

Día del libro, 23 de abril





La celebración del día del libro se remonta a principios de siglo. La historia del libro se hace festiva y surgen actividades literarias en toda España. Hoy, el día 23 de Abril se celebra en todo el mundo, el día del libro internacional.
El Origen del día del libro se remonta a 1930. El 23 de abril de 1616 fallecían Cervantes y Shakespeare. También en un 23 de abril nacieron – o murieron – otros escritores eminentes como Maurice Druon, K. Laxness, Vladimir Nabokov, Josep Pla o Manuel Mejía Vallejo. Por este motivo, esta fecha tan simbólica para la literatura universal fue la escogida por la Conferencia General de la UNESCO para rendir un homenaje mundial al libro y sus autores, y alentar a todos, en particular a los más jóvenes, a descubrir el placer de la lectura y respetar la irreemplazable contribución de los creadores al progreso social y cultural.
La idea original de esta celebración partió de Cataluña, del escritor valenciano Vicente Clavel Andrés, proponiéndola a la Cámara Oficial del Libro de Barcelona. Poco después, en 1930, se instaura definitivamente la fecha del 23 de abril como Día del Libro mundial, donde este día coincide con Sant Jordi (San Jorge), patrón de Cataluña y Aragón y es tradicional que los enamorados y personas queridas se intercambien una rosa y un libro.

Capital Mundial del Libro



En 2001 a iniciativa de la UNESCO se nombró a Madrid Capital Mundial del Libro. Desde entonces cada 23 de abril, diferentes capitales de países del mundo han ido acogiendo este honor, realizan durante el año diferentes actividades culturales relacionadas con los libros. En 2002 ocupó el puesto Alejandría, Nueva Delhi en 2003, Amberes en 2004, Montreal en2005, Turín en 2006, Bogotá en 2007, Ámsterdam en 2008, Beirut en 2009, Liubliana en2010, Buenos Aires en 2011, Ereván en 2012, Bangkok en 2013 y Port Harcourt en 2014.2
A partir del 23 de abril de 2012 Ereván es elegida como la capital mundial del libro, permaneciendo en el cargo hasta la misma fecha de 2013 en la que será sustituida porBangkok.3
El comité de selección está integrado por representantes de la Unión Internacional de Editores (UIE), la Federación Internacional de Libreros (FIL), la Federación Internacional de Asociaciones de Bibliotecarios (IFLA) y la UNESCO.2
Las siguientes ciudades han sido seleccionadas como capitales mundiales del libro:
Año
Ciudad
País

martes, 2 de abril de 2013

LA CIUDAD DEL TA..TAC...TAC.. ANA MARÍA MANCEDA


 LA CIUDAD DEL TAC…TAC…TAC…Ana María Manceda
        



               Comenzó a escucharse el ruido una noche de primavera ¡bah! Es una manera de decir, en realidad era una noche helada. Se percibía que esa temporada había llegado por los cantos de algunos pájaros audaces y los brotes de las plantas, un hecho casi milagroso esto de los vegetales, de alguna manera mostraban la fortaleza de su reino. Hasta hace muy poco habían soportado grandes nevadas y ahora las heladas, pero ellos estaban ahí, triunfantes, mostrando sus retoños.
               El viejo Ariel vive en las márgenes de la ciudad, su  cabaña está situada en una zona más alta que el centro, justo donde comienza  la formación boscosa. Debido al intenso frío, ese atardecer entró temprano a su casa, al calor de la cocina a leña tomaba mate y leía novelas de aventuras, al lado su perro Don Quijote, pero su gran pasión era la pintura, pasaba meses hasta terminar un cuadro, siempre eran paisajes que él observaba en sus paseos y los retenía en su memoria. La radio era otra compañera, escuchaba todo tipo de música. Cada tanto se paraba, estiraba su cuerpo, el perro lo imitaba, los dos, flacos y altos  se acercaban a la ventana. Don Ariel observaba el cielo con el ardiente deseo de descubrir algún suceso extraordinario en el cosmos. Durante el día paseaba con su bastón y su perro por el centro y los alrededores de la ciudad. Hablaba poco con los vecinos, tenía una intuición fuera de lo común, no se le escapaba nada de lo que éstos hacían o pensaban, pero su boca estaba sellada. Todo quedaba en su cerebro y en algunos casos en su corazón. Esa noche, cerca del amanecer, sintió un ruido chispeante, corto y repetitivo; tac...tac...tac. Se levantó a espiar, los vidrios de la ventana estaban opacados por la helada, la abrió, una brisa fría chocó con el calor de la cabaña. No vio nada. Don Quijote tenía las orejas paradas y movía la cola. El tac...tac siguió escuchándose cada vez más alejado, como si bajara hacia el centro del pueblo.
               Al otro día, en conversaciones familiares, en el club, en los cafés, comentaban el persistente ruido que los  despertó. En su diaria caminata, el viejo Ariel charló con los vecinos, debió admitir qué él también lo había escuchado.
               El ruido nunca más paró. Lo que al principio fue un raro acontecimiento comenzó a preocupar a los vecinos. Se especulaba que quizás se estuvieran produciendo temblores de tierra, cosa normal en esa geografía, que provocaran desprendimientos de rocas y éstas se deslizaran desde los cerros circundantes hacia el valle donde se encuentra la ciudad. ¡Pero entonces debería escucharse una lluvia de tac...tac! Y no era así, el ruido provenía de un solo objeto que recorría a su antojo la ciudad y todos sus recovecos.
               Algunos grupos de pobladores se organizaron para recorrer la ciudad a la hora en que se producía el molesto sonido. Nada vieron  pero comenzaron a percibir olores en los alrededores de dónde provenía el ruido. La ciudad se convirtió en una Torre de Babel, su estructura no era de  diferentes lenguas sino de distintos olores. Los sentían agradables o nauseabundos con todas sus variedades. A Don Ariel se le ocurrió hacer una estadística y como si tal cosa, indagaba a los vecinos qué tipo de olor había percibido, luego se iba a la cabaña y anotaba los datos que recordaba. Así todos los días. Con el tiempo acumuló gran cantidad de opiniones, las cuales analizaba y clasificaba. Le llamó la atención la variedad de olores.
               El pánico se fue apoderando de la ciudad. En la intimidad de sus hogares, los habitantes sentían como si el ruido recorriera sus conciencias. La primavera pasó y el verano se adueñó glamoroso entre los turistas y los aterrorizados pobladores. Lo extraordinario era que los visitantes no oían el tac...tac...tac, ni olían más que las hermosas flores de los jardines y las plazas.
               Recién entrado el otoño, cuando el bosque explotaba de colorido, el clima equilibrado en días más soleados, como cediendo una pequeña tregua antes que avasallara con sus lluvias y nevadas, el viejo Ariel tomó una decisión, acompañado de Don Quijote se levantaría a la hora del ruido y se juró no descansar hasta descubrir qué o quién lo producía. Ayudado por las deducciones obtenidas con su estadística casera, arribó a características personales de grupos que sintieron olores similares. Como toda población humana, la ciudad del ruido tenía sus bondades y pecados; amores secretos, crímenes misteriosos, crueldades, envidias, algún alarido de solidaridad, odios, rencores, heroísmo.
               El viejo y el perro volvían al amanecer, agotados, sin descubrir nada. En ese tiempo no salía por las mañanas en su cotidiano paseo. Los vecinos le preguntaban por su ausencia, pero nada dijo de lo que hacía por la noche. A fines de otoño, en la rutina de su búsqueda, se sentó en una inmensa piedra cercana a su casa, ésta estaba partida por un añoso árbol que surgía entre las mitades. Se recostó cansado, don Quijote apoyó su cabeza en las rodillas del viejo. El frío de la noche no le permitía dormirse, su cuerpo estaba aletargado, sentía una profunda paz. De pronto lo vio, la luz de la luna iluminaba una pequeña cosa que de manera suave y saltarina bajaba hacia el centro del pueblo.¡ tac...tac...tac! Se quedó quieto, la mano sobre la cabeza de Don Quijote, como suplicándole que no se moviera. Hombre y perro eran estatuas bajo el árbol de la piedra partida. Sólo los ojos seguían alucinados al extraño objeto, hasta que lo enfocó. Era un nudo, opaco, apretado. Desprendía un olor intenso, a vida, a mucha vida. Intuyó que el material del que estaba hecho era una trama de disímiles sentimientos y acontecimientos que se enredaban de tal manera que sería imposible deshacerlo. Todo el nudo era un símbolo, una síntesis, era la suma entretejida del “ Todo” lo que allí habitaba.  Regresó a  la casa junto a  Don Quijote, en un silencio abismal, solo se escuchaba en la lejanía el tac...tac...tac.. Nunca más salió a caminar. Los vecinos decían que se había vuelto loco.
               Ocurrieron eclipses, el paso de cometas,  lluvias de estrellas, como provocando la mirada del viejo, pero éste había perdido el interés de mirar el universo por la ventana. Ahora indagaba con su mirada  ese enigmático nudo y trataba de plasmarlo en la tela, pintaba y pintaba.  Con los meses terminó el cuadro, estaba contento pero no dejaba de correrle un escalofrío cuando lo  observaba, era tan cerrado, inexpugnable.
               Una noche, mientras realizaba quehaceres atrasados debido a  su obsesión por la pintura, sintió sirenas. Salió de la casa, se sorprendió al ver el bosque incendiado, los árboles de los cerros parecían envueltos  en   llamaradas rojas, como si provinieran del centro de la tierra. Un olor a incienso impregnaba el aire, se asustó, por el camino iban veloces los coches de los vecinos para ayudar a combatir el  fuego. Luego de unas horas de espera se  acercó al camino, los vecinos regresaban.
__ No sabemos que sucede Don Ariel, no fue un incendio, es un reflejo rojo que sale de la tierra.
No pudo dormir,  miró el cuadro y  sintió la necesidad de  pintar  de  fondo el bosque en llamas, luego se le ocurrió que el nudo no podía quedar tan cerrado en ese paisaje dantesco, como si emanara un calor que provocara la apertura del tejido apretado, y lo abrió. Quedó como una inerte y opaca flor semiabierta. No lo pudo colgar como sus otras obras, lo envolvió con mucho papel  y  por último en una bolsa de tela oscura. Lo guardó en el sótano, entre las cosas menos deseables. Su  rostro expresaba cierta irónica perversidad, era una ceremonia secreta, sólo Don Quijote era testigo.
               Misteriosamente,  luego de esa noche, nunca más se escuchó por la ciudad y sus alrededores el escalofriante tac...tac...tac.
                
           Segundo premio en narrativa en Certamen Internacional y editado en antología “PINTURAS LITERARIAS” DE Editorial ”Novelarte” Córdoba ,Argentina 2006.  ANA MARÍA MANCEDA. San Martín De los Andes. Patagonia Argentina. .