Charles Chaplin, City Lights, 1931
Aventuras, fanfarronadas, burlas, garrotazos, embustes y jugarretas de toda clase: está claro que nos encontramos al final de la Edad Media, cuando las hadas y los demonios todavía rondaban por los bosques, o cuando un simple caballo de tiovivo provisto de una clavija se podía llevar a don Quijote y a Sancho Panza a través del firmamento. Sin embargo, mientras recorren el país de pueblo en pueblo, nuestros dos héroes pasan por la magia y los hechizos con una naturalidad y una seguridad que nos maravillan más de lo que nos hacen reír. Como si, en realidad, lo cotidiano conservara siempre una parte inacabada, y bajo la dura coraza de lo real se siguieran ocultando lagunas de sombra e incertidumbre. Es ahí, sin duda, donde hay que buscar el encanto de esta novela, su cualidad juvenil, que nada tiene en común con las extensas y pesadas obras de Rabelais y su insurrección lingüística. Ni rastro tampoco de la mofa irreverente de Bocaccio, ni de la moral feminista de Margarita de Navarra. Don Quijote es ridículo hasta el punto que nos emociona. Y Sancho Panza, cuando unos retorcidos bromistas le engatusan haciéndole creer que se ha convertido en gobernante de Barataria, consigue que el lector se ponga de su lado al mostrarse más generoso, más lúcido y más hábil que ningún político. A nuestros ojos, los dos crean un humanismo como ningún filósofo ha sido capaz de hacerlo. Nos demuestran qué significa ser hombre en este mundo peligroso y cínico. Podemos reconocernos en ellos, pues es el mismo mundo el que nos rodea en la actualidad, y nuestra libertad, nuestra conciencia y nuestra supervivencia están en juego del mismo modo que en tiempos de Cervantes. Don Quijote nunca es tan verdadero y tan conmovedor como cuando escucha los reproches de su fiel escudero. Y Sancho Panza jamás resulta tan convincente como cuando cura las heridas y los chichones de su amo, y simula creer en sus locuras para complacerle. La ayuda que se prestan el uno al otro es tan humana que no pertenece a ninguna época. Y a pesar del progreso de la técnica, la seguridad de la ciencia y el saber acumulado en las bibliotecas, nos muestra la debilidad del hombre moderno: aquello que le salva tiene mucho que ver con lo que le pone en duda, y su ridiculez está muy próxima en todo momento a su grandeza. ¿Existe hoy en día otro motivo en la comedia humana, ya sea en Beckett, en los cuadros de Picasso o en las películas de Charles Chaplin?
J.M.G. Le Clézio
Don Quijote y Sancho Panza, cada día
Foto: Charles Chaplin
City Lights, 1931