Aventuras,
fanfarronadas, burlas, garrotazos, embustes y jugarretas de toda clase: está
claro que nos encontramos al final de la Edad Media, cuando las hadas y los
demonios todavía rondaban por los bosques, o cuando un simple caballo de tiovivo
provisto de una clavija se podía llevar a don Quijote y a Sancho Panza a través
del firmamento. Sin embargo, mientras recorren el país de pueblo en pueblo,
nuestros dos héroes pasan por la magia y los hechizos con una naturalidad y una
seguridad que nos maravillan más de lo que nos hacen reír. Como si, en realidad,
lo cotidiano conservara siempre una parte inacabada, y bajo la dura coraza de lo
real se siguieran ocultando lagunas de sombra e incertidumbre. Es ahí, sin duda,
donde hay que buscar el encanto de esta novela, su cualidad juvenil, que nada
tiene en común con las extensas y pesadas obras de Rabelais y su insurrección
lingüística. Ni rastro tampoco de la mofa irreverente de Bocaccio, ni de la
moral feminista de Margarita de Navarra. Don Quijote es ridículo hasta el punto
que nos emociona. Y Sancho Panza, cuando unos retorcidos bromistas le engatusan
haciéndole creer que se ha convertido en gobernante de Barataria, consigue que
el lector se ponga de su lado al mostrarse más generoso, más lúcido y más hábil
que ningún político. A nuestros ojos, los dos crean un humanismo como ningún
filósofo ha sido capaz de hacerlo. Nos demuestran qué significa ser hombre en
este mundo peligroso y cínico. Podemos reconocernos en ellos, pues es el mismo
mundo el que nos rodea en la actualidad, y nuestra libertad, nuestra conciencia
y nuestra supervivencia están en juego del mismo modo que en tiempos de
Cervantes. Don Quijote nunca es tan verdadero y tan conmovedor como cuando
escucha los reproches de su fiel escudero. Y Sancho Panza jamás resulta tan
convincente como cuando cura las heridas y los chichones de su amo, y simula
creer en sus locuras para complacerle. La ayuda que se prestan el uno al otro es
tan humana que no pertenece a ninguna época. Y a pesar del progreso de la
técnica, la seguridad de la ciencia y el saber acumulado en las bibliotecas, nos
muestra la debilidad del hombre moderno: aquello que le salva tiene mucho que
ver con lo que le pone en duda, y su ridiculez está muy próxima en todo momento
a su grandeza. ¿Existe hoy en día otro motivo en la comedia humana, ya sea en
Beckett, en los cuadros de Picasso o en las películas de Charles Chaplin?
J.M.G.
Le Clézio
Don Quijote y Sancho Panza, cada
día
Foto: Charles
Chaplin
City Lights, 1931
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