Parecía que
desde la eternidad había estado sentado en ese sillón de inválido, un útero-sillón,
del paraíso del vientre maternal a la vejez rígida que sostenía el metal
doblado. Sólo sus ojos saltones vagabundean a través del ventanal desde lo alto
del castillo, recorriendo los jardines y más allá los bosques.
Ahí estaba ella; su amor, su
vida, correteando por el césped, a veces parecía un hada, otras una ninfa, era “ La Primavera ” de Boticelli acompañada por un cortejo de jóvenes
enamorados. La poseían sobre las pastos y sobre los tiernos tréboles de
primavera. Él miraba la escena gozando, llegando junto a ella en
el momento preciso del paroxismo. Todo la escena era una ofrenda para el señor
que estaba pétreo en lo alto del castillo.
Por momentos no sabía si las
escenas ya habían ocurrido o si estaban ocurriendo ¡Qué importaba! Lo real eran
su amor y sus cuadros, sus cuadros que todo lo penetraban .Sus actitudes soberbias fueron impulsadas por los genios que le dieron el don de inmortalizar la ciencia en los colores. Hasta quiso detener el tiempo, así como así, con sus mágicas pinceladas;Los relojes blandos,
entregados a la relatividad del tiempo y el espacio, como su vida, luego Gala
en infinitas posturas, de infinitos
momentos por él buscados, por él amados. Cada partícula de su piel, cada poema
de su tiempo impregnados en su mirada y en su ser.
Nunca pudo
detectar la vejez, esa cruel ave que
anida al acecho en las cavernas del final.
Sus bigotes son las antenas que quisieron contactar el cielo, y él lo
había logrado. Con su pincel eternizó a
lo que más amaba, y allí estaba, siempre joven. Era el símbolo de su destino de
figuras y colores, jamás aceptaría que Gala no existiera, jamás. Aún en ese
instante infinito en el cual, sabía, que se estaba muriendo.***
Los deseos de belleza son inmortales. Buén sitio para morir, la inmensidad de la Patagonia.
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