“El infierno está vacío y todos los demonios están aquí”, la frase de William Shakespeare en “La Tempestad”, define muy bien la naturaleza de los tiempos que vive el mundo que nos incluye. Nunca antes la paranoia del sistema capitalista se había expresado con tanta largueza y en un sinfín de escenarios como en el presente. Desde la visión de la prensa corporativa, este caos se organiza, de manera superficial, poniendo de relieve iniciativas políticas que siempre muestran los esfuerzos de los hombres públicos por escapar de la crisis, puntualizando la racionalidad que se supone contienen las entrevistas, cumbres y congresos que se presume han de tratar con hechos como el cambio climático, el terrorismo, las guerras, la violación del derecho internacional, el hambre y la miseria que se acumulan en tantos rincones del mundo; los flujos migratorios, la desesperación de los refugiados y una economía que, pese a la magnitud de los recursos productivos, financieros y técnicos de que dispone, lejos de volcarlos a la resolución o al menos la paliación de los males, procede a encerrarse cada vez más en sí misma y a perseguir una cada vez mayor concentración del beneficio en menos manos.
La prensa oligopólica refiere siempre la culpabilidad del estado de cosas no a las grandes potencias, sino a los fanatismos, los nacionalismos (de los otros, se entiende), a las tiranías violadoras de los derechos humanos, al islam, al choque de las civilizaciones; a los populismos, al estatismo que interfiere en el libre desarrollo de la economía de mercado y al demonismo supuestamente incomprensible que impregna a unos sujetos predispuestos a hacerse volar por los aires junto a una muchedumbre de inocentes. Que se configuran así en la cifra y el símbolo de la locura de nuestro tiempo.
Al analizar este largo elenco de horrores el discurso oficial o discurso único apela a la retórica: no menciona al sistema capitalista que nos rige y a la pretensión hegemónica que su exponente más destacado y sus socios tienen respecto al resto del globo. Se trata de una aspiración de dominio que no es de hoy, que hunde sus raíces en la historia y que ha costado a la humanidad, en los últimos cien años, dos guerras mundiales y un sinfín de conflictos de baja, mediana y gran intensidad.(FRAGMENTO)
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