La literatura del siglo XXI revisa las maneras y las voces para contar
la maternidad( LA NACIÓN)
Crédito: Ariel
Escalante
Escritoras
argentinas y extranjeras presentan madres alejadas de la visión idílica y los
mandatos
Marcela Ayora SEGUIR
20 de
octubre de 2019
La madre es, desde siempre, tema en la literatura. De acuerdo a cómo se la construye -desde dónde se la mira-, esa figura
cambia. Con el Día de la Madre como excusa, se abre el espacio literario para pensar desde qué lugar y
de qué manera se pone la lupa de la ficción para revisar modelos que parecieran
no adaptarse a la horma de la contemporaneidad. ¿Qué traen las escritoras que
escriben sobre el tema?
La francesa Amèlie
Nothomb escribió más de veinte títulos, todos de reconocida
densidad. Pero Golpéate el corazón (Anagrama) es una de sus apuestas más altas: una novela sobre
madres e hijas. Mejor dicho, sobre lo que se despierta en unas a partir de las
otras. Historia sobre el deseo, el propio cuerpo, y el cuerpo y el tiempo al
servicio de otro: una hija. Eso le sucede a Marie, la joven bella que sabe lo
que genera, especialmente en el hombre más guapo. Con él se casará, embarazada,
y eso cortará sus sueños. Nace Diane y despierta en Marie una distancia tejida
desde los celos que pone sobre la tela de los vínculos emociones impensadas,
pero son lo que son. Así lo cuenta Nothomb: "A sus once años, Diane sintió
que todo su universo se venía abajo. Hasta entonces, si había resistido era
porque creía que su madre no era consciente de su sufrimiento. Y ahora
descubría que, según su madre, ella era la culpable de la ausencia de ternura
con la que se la trataba".
También francesa, Julia
Deck vino a la Argentina el mes pasado a presentar
su novela Viviane Élisabeth Fauville (Eterna Cadencia). Es la historia de una mujer de 42 años a la que
su marido abandona luego del nacimiento de su hija; separada, se muda, prolonga
su licencia por maternidad y mata a su psicoanalista. Deck, invitada en el
marco del Filba, compartió junto a la escritora Margarita García Robayo y la
periodista y socióloga Eugenia Zicavo la mesa que llevó por título "Madres
hay millones: ¿qué configuraciones literarias circulan hoy en la construcción
de personajes-madres?". Contestar eso produjo pausas, risas -de las que se
festejan y de las incómodas- y también abrió nuevas preguntas . Dijo Deck:
"Desde chica me fascinaron los personajes de las malas madres. Las
madrastras, por ejemplo, tenían más estilo que las heroínas llenas de buenas
intenciones". "Hay pocos textos felices sobre la maternidad -resalta
Deck-. En Francia, todavía vivimos en un discurso muy pesado para las
mujeres".
Otra propuesta se instaló: ¿qué pasa cuando no hay
deseo de ser madre? García Robayo, que presentó hace poco su último libro, Primera
persona (Marea), trazó una analogía entre el pico más
alto de la tierra y la maternidad. "Podés escalar el Himalaya, sí, pero es
como si de esa experiencia uno se quedara solo con el vértigo. Si lo que más
abunda es el padecimiento por la maternidad, eso me empieza a parecer
insuficiente para contar una experiencia que es tan trascendental como escalar
el Himalaya".
La maternidad tiene algo de lo irreversible. Así se
puede ver en Matate, amor (Mar
Dulce), de Ariana Harwicz, la autora argentina que vive hace una década en Francia. Es la
historia de un amor, como diría el bolero; pero de idílico, nada. Una
universitaria arma su vida familiar y materna en medio del bosque. Un vacío
cultural que la perturba hasta volverla a costados primitivos, modos de escape
a esa rutina de la que no puede salir.
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En ese sustantivo, madre, pueden entrar desde el
superyó del mandato hasta el deseo más líquido del dejarlo ser. En su segunda
novela, Fugaz (Tusquets), Leila Sucari trabajó
a su personaje en esa oscilación. Una mujer joven que está sola en la vida. Es
muy sexual, disfruta de su cuerpo, el de los otros. Queda embarazada y su hijo
se convierte en alguien a quien amar, cuidar y es también objeto de todas sus
dudas. Sobre el libro, Sucari dice: "Quise correr la maternidad de lo
abnegado. Esta es una madre que no anula sus impulsos. Con la maternidad se nos
pide todo en su justa medida, como si se disciplinara el deseo. Trabajé con los
desbordes, esa cosa de hasta dónde termina uno y empieza el otro". Sucari,
que también es madre, pensó en su propia experiencia para algunas cuestiones de
la novela. "Para mí la maternidad fue tan fuerte que me hizo pensar mucho.
El tema de las culpas, los miedos, todo eso que se dice como en un susurro es
lo que pasa de verdad."
Una casa llena de gente(Cía. Naviera Ilimitada), de Mariana Sández, tiene como centro la historia entre una madre y su hija. Contada desde
este lugar: la infancia de la niña, Charo, con su familia. Luego, cuando la hija
tiene 25 años, la madre muere y le deja todos sus diarios para que, a través de
ellos, la hija construya ese vínculo. La historia de la infancia sucede en un
gran edificio, hay cruces con otras familias, vecinos: una paleta de formas de
maternidad y paternidad. "El entretejido de miradas muestra el modo en que
se va construyendo una personalidad -dice Sández-. Cuánto somos lo que queremos
o debemos ser, cómo terminamos ocupando ciertos roles para compensar los
modelos de los demás".
Por: Marcela Ayora
La literatura del siglo XXI revisa las maneras y las voces para contar
la maternidad( LA NACIÓN)
Crédito: Ariel
Escalante
Escritoras
argentinas y extranjeras presentan madres alejadas de la visión idílica y los
mandatos
Marcela Ayora SEGUIR
20 de
octubre de 2019
La madre es, desde siempre, tema en la literatura. De acuerdo a cómo se la construye -desde dónde se la mira-, esa figura
cambia. Con el Día de la Madre como excusa, se abre el espacio literario para pensar desde qué lugar y
de qué manera se pone la lupa de la ficción para revisar modelos que parecieran
no adaptarse a la horma de la contemporaneidad. ¿Qué traen las escritoras que
escriben sobre el tema?
La francesa Amèlie
Nothomb escribió más de veinte títulos, todos de reconocida
densidad. Pero Golpéate el corazón (Anagrama) es una de sus apuestas más altas: una novela sobre
madres e hijas. Mejor dicho, sobre lo que se despierta en unas a partir de las
otras. Historia sobre el deseo, el propio cuerpo, y el cuerpo y el tiempo al
servicio de otro: una hija. Eso le sucede a Marie, la joven bella que sabe lo
que genera, especialmente en el hombre más guapo. Con él se casará, embarazada,
y eso cortará sus sueños. Nace Diane y despierta en Marie una distancia tejida
desde los celos que pone sobre la tela de los vínculos emociones impensadas,
pero son lo que son. Así lo cuenta Nothomb: "A sus once años, Diane sintió
que todo su universo se venía abajo. Hasta entonces, si había resistido era
porque creía que su madre no era consciente de su sufrimiento. Y ahora
descubría que, según su madre, ella era la culpable de la ausencia de ternura
con la que se la trataba".
También francesa, Julia
Deck vino a la Argentina el mes pasado a presentar
su novela Viviane Élisabeth Fauville (Eterna Cadencia). Es la historia de una mujer de 42 años a la que
su marido abandona luego del nacimiento de su hija; separada, se muda, prolonga
su licencia por maternidad y mata a su psicoanalista. Deck, invitada en el
marco del Filba, compartió junto a la escritora Margarita García Robayo y la
periodista y socióloga Eugenia Zicavo la mesa que llevó por título "Madres
hay millones: ¿qué configuraciones literarias circulan hoy en la construcción
de personajes-madres?". Contestar eso produjo pausas, risas -de las que se
festejan y de las incómodas- y también abrió nuevas preguntas . Dijo Deck:
"Desde chica me fascinaron los personajes de las malas madres. Las
madrastras, por ejemplo, tenían más estilo que las heroínas llenas de buenas
intenciones". "Hay pocos textos felices sobre la maternidad -resalta
Deck-. En Francia, todavía vivimos en un discurso muy pesado para las
mujeres".
Otra propuesta se instaló: ¿qué pasa cuando no hay
deseo de ser madre? García Robayo, que presentó hace poco su último libro, Primera
persona (Marea), trazó una analogía entre el pico más
alto de la tierra y la maternidad. "Podés escalar el Himalaya, sí, pero es
como si de esa experiencia uno se quedara solo con el vértigo. Si lo que más
abunda es el padecimiento por la maternidad, eso me empieza a parecer
insuficiente para contar una experiencia que es tan trascendental como escalar
el Himalaya".
La maternidad tiene algo de lo irreversible. Así se
puede ver en Matate, amor (Mar
Dulce), de Ariana Harwicz, la autora argentina que vive hace una década en Francia. Es la
historia de un amor, como diría el bolero; pero de idílico, nada. Una
universitaria arma su vida familiar y materna en medio del bosque. Un vacío
cultural que la perturba hasta volverla a costados primitivos, modos de escape
a esa rutina de la que no puede salir.
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En ese sustantivo, madre, pueden entrar desde el
superyó del mandato hasta el deseo más líquido del dejarlo ser. En su segunda
novela, Fugaz (Tusquets), Leila Sucari trabajó
a su personaje en esa oscilación. Una mujer joven que está sola en la vida. Es
muy sexual, disfruta de su cuerpo, el de los otros. Queda embarazada y su hijo
se convierte en alguien a quien amar, cuidar y es también objeto de todas sus
dudas. Sobre el libro, Sucari dice: "Quise correr la maternidad de lo
abnegado. Esta es una madre que no anula sus impulsos. Con la maternidad se nos
pide todo en su justa medida, como si se disciplinara el deseo. Trabajé con los
desbordes, esa cosa de hasta dónde termina uno y empieza el otro". Sucari,
que también es madre, pensó en su propia experiencia para algunas cuestiones de
la novela. "Para mí la maternidad fue tan fuerte que me hizo pensar mucho.
El tema de las culpas, los miedos, todo eso que se dice como en un susurro es
lo que pasa de verdad."
Una casa llena de gente(Cía. Naviera Ilimitada), de Mariana Sández, tiene como centro la historia entre una madre y su hija. Contada desde
este lugar: la infancia de la niña, Charo, con su familia. Luego, cuando la hija
tiene 25 años, la madre muere y le deja todos sus diarios para que, a través de
ellos, la hija construya ese vínculo. La historia de la infancia sucede en un
gran edificio, hay cruces con otras familias, vecinos: una paleta de formas de
maternidad y paternidad. "El entretejido de miradas muestra el modo en que
se va construyendo una personalidad -dice Sández-. Cuánto somos lo que queremos
o debemos ser, cómo terminamos ocupando ciertos roles para compensar los
modelos de los demás".
Por: Marcela Ayora
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