“
LOS VIENTOS DE LA
DIMENSION AZUL ” ANA MARÍA MANCEDA( Cuento seleccionado por
editorial DE LOS CUATRO VIENTOS,Bs.As.Argentina para Antología “POETAS Y
NARRADORES CONTEMPORÁNEOS 2007)
Las hábiles manos
manipulaban los tiestos dispersos sobre la arena, luego la arqueóloga se sentó
en cuclillas y con su carpeta de croquis sobre las piernas comenzó a dibujar
con trazos seguros el material encontrado. Su cuerpo en tensión disfrutaba
concretando en el papel lo hallado en el sitio. Isabel se enjugó la frente, el
calor comenzaba a ser insoportable, la arena brillaba con ese resplandor
alarmante que anunciaba el fuego. Al
levantar la cabeza sonrió a Enrique, éste sacaba fotos, Uriel merodeaba
por el lugar observando y haciendo anotaciones. Experto y eficiente el grupo
sabía que era eje fundamental la tarea de campo que estaban realizando, la
etapa final se realizaría en el laboratorio.
Al caer la noche el equipo
rodeó la hoguera mientras comían las exquisiteces preparadas de Don Ramón, el
cocinero. Isabel estaba muy cansada como para participar de la enérgica charla
que sostenían sus colegas, los admiraba profundamente, eran sus maestros.
Enrique y Uriel discutían técnicas de datación, cronologías posibles...todo
apasionante, pero como era esperado subieron el tono al seguir confrontando
conocimientos. Parecían dos pavos reales en celo, los dos con justificados
galardones académicos, lanzaban una retahíla
de frases intelectuales de profusos conocimientos que agotaban la mente
de los que escuchaban. La luz que emitían las llamas iluminaba los rostros de
estos viriles y cultos hombres que compulsaban sus intelectos. De pronto, los
gladiadores, discutiendo sobre el descubrimiento de los restos de Abbeville, en
Francia, hecho por el cual los
historiadores marcan el final de la Prehistoria , no recuerdan el nombre del
científico que realizó el hallazgo, seguramente iba haciendo efecto el buen vino, Isabel dijo_ Boucher de Perthes. Se hizo un silencio
absoluto, la miraron como si estuvieran descubriendo que una vaquita de San
Antonio pudiera hablar. Luego de la sorpresa proyectaron el trabajo del día
siguiente, le dieron instrucciones a Isabel respecto a los croquis que
realizaría y la cena terminó.
La joven durmió poco, estaba
ansiosa por las tareas que faltaban realizar, los resultados de la prospección,
observaciones y demás estudios les daba esperanzas de hallar las piezas
arqueológicas tan buscadas. Fueron tres años de preparación con planteos
teóricos, organización rigurosa previos al viaje y la agotadora recaudación del
dinero para financiar la expedición. El objetivo principal era el
descubrimiento de una de las riquezas arqueológicas más importantes de las últimas décadas. Aún
más, cambiaría las teorías sobre la antigüedad
de las culturas de las poblaciones originarias, como corolario la gloria
para estos extraordinarios arqueólogos y por lo tanto para ella como integrante
del grupo.
Al amanecer los integrantes del campamento comenzaron su
febril actividad, pero un contratiempo oscureció el entusiasmo. Uriel amaneció
descompuesto por un ataque biliar. El científico tuvo que quedar al cuidado del
cocinero en el campamento, los demás debían seguir con el trabajo y en busca de sus objetivos. Durante el
trayecto hacia el sitio arqueológico ocurrió otro suceso que trajo gran
disgusto al equipo. Enrique ante una imprudencia incalificable, ya que conocía
perfectamente el terreno, se dislocó un tobillo, fue atendido inmediatamente,
el dolor no cedía. Tuvieron que armar una carpa de emergencia con las
comodidades necesarias para que descansara, de todas maneras él insistió en
trabajar clasificando los datos hasta ese momento obtenidos. El resto del
equipo, dirigidos por Isabel, siguieron con la expedición hasta llegar al lugar
de excavación.
La carpa de Enrique no estaba
lejos y el arqueólogo divisaba desde su cómoda pero enojosa postura, la
actividad de sus compañeros. Cada tanto Isabel lo saludaba con la mano y él le
contestaba levantando el pulgar para darle ánimo. El trabajo era difícil,
estaban en la parte más delicada, la arqueóloga sentía el peso de la
responsabilidad, los croquis que ella realizaba
ahora los hacían alumnos aventajados de la carrera, otros sacaban las
fotos, todos trabajaban manera incansable y con pasión. La tierra arenosa se
deslizaba suave por las espátulas y los utensilios de los trabajadores. En algunos momentos Isabel no podía
concentrarse, pensaba con ternura en los dos guerreros en reposo obligado y
luchaba contra el pánico que le produjeron las circunstancias que la había
llevado a tener la responsabilidad de la expedición.
Al atardecer, cuando la
arena y los rostros se habían coloreado de un reflejo rojizo, Isabel tocó de
manera cuidadosa una superficie porosa, miró a sus compañeros, su gesto puso en
alerta al equipo que comenzó a preparase como para una cirugía de alta
complejidad. No tenían conciencia del tiempo, cuando el sol iba desapareciendo
la arqueóloga levantó en sus manos una maravillosa vasija cuyas figuras
zoomorfas brillaban con un espléndido colorido bajo la luz crepuscular. Como si
fuera una ceremonia religiosa la levantó lo más alto que pudo en dirección
donde estaba recostado Enrique. Las lágrimas inundaban su cara, vio a lo lejos
el pulgar de su maestro y hubiera jurado que también estaba llorando.
Ya restablecidos, Enrique y
Uriel tomaron las riendas de la investigación. En esos días llegaron reporteros
científicos, el campamento derrochaba entusiasmo y energía. Una tarde, Isabel
sintió la necesidad de quedar a solas en el lugar de la excavación donde habían
encontrado la pieza tan valiosa, el sol pegaba ardiente y ella acariciaba la
arena como si fuera polvo sagrado. Pensaba en el éxito de la expedición,
en sus colegas, en la exaltación que los
dominaba y sentía que la emoción ahogaba su garganta. Quiso pensar en su
familia, pero las imágenes se difuminaba, como si viajaran en otra dimensión.
Sintió que el calor la agobiaba y a la vez como si alguien estuviera
acompañándola en el lugar, al levantar la vista se encontró con la figura de
una anciano indígena de piel moreno-rojiza, párpados muy arrugados en los que
se destacaban dos líneas de brillante oscuridad. Una voz sonora de una acústica
antinatural se escuchó en un espacio que Isabel no podía delimitar._ La nave
viaja con sus vidas y con sus muertos ¿ Porqué hollar las tierras de reliquias
sagradas? Isabel lo miraba sin miedo, absorta. El anciano prosiguió._ Respira el aroma que
mezclan los vientos de arena que juegan en círculo. No pueden salir al espacio,
sal tú y azul será tu destino.
Regresó al campamento como en
trance, por el momento no iba a comentar sobre el misterioso encuentro, pero
sabía que no podría dejar de regresar al sitio.
Por esos días llegó la familia
de Enrique, su mujer se pavoneaba orgullosa, como si hubiera participado del
proyecto. El hijo era un émulo de su madre, molestando a todo el mundo con sus
impertinencias. Se sucedían las charlas sobre el descubrimiento en la que
participaban los científicos, técnicos, periodistas. La mujer de Enrique se
lucía comentando anteriores investigaciones de su marido en las que ella había
colaborado, todos se preguntaban de qué manera. A Isabel le resultaba
insoportable la mujer, decidió dar unas vueltas por los alrededores, faltaban
pocos días para terminar el trabajo y levantar el campamento.
Al pasar las horas, el grupo
advirtió que la arqueóloga no había regresado, se pusieron en alerta y
comenzaron a buscarla. Se dispersaron estratégicamente pero los resultados
fueron infructuosos. Recién al atardecer, cuando la arena todavía reflejaba la
luz del sol y la luna llena iba apareciendo en otro ángulo del cielo, Enrique
llegó al sitio del yacimiento. Sentía cierto temor, algo no era normal, como si
el espacio y el tiempo no respondieran a la sucesión de fenómenos que ocurrían
en los alrededores.
Uriel y los demás componentes
de la búsqueda llegaron al rato. Les extrañó ver a Enrique, parado, inmóvil,
mirando la arena en la zona de excavación. Se acercaron, temerosos. Isabel
yacía acostada sobre la arena, una brisa levantaba partículas formado círculos que la rodeaban como
moldeándola, el pelo extendido se confundía con el color del desierto. Del
inerte cuerpo surgía una suave radiación azulada y su cara otrora tan joven y bella parecía la de una anciana.
*********************************************************************************
No hay comentarios:
Publicar un comentario