Crecí junto a ella, la abuela
Rosario.
La vida nos trajo hacia tierras
húmedas
rociadas, mojadas por gotas de
plata.
Quedaron tan lejos los cañaverales
las zambas, los ritos, pequeños
lagartos.
Quedaron las tumbas, fantasmales
gritos
de guerras patrióticas, de indígenas
sabios.
Quedaban...quedaban...todas las
raíces
el trópico, la selva, los cerros
perfumes lejanos.
¿Qué trajo con ella la abuela
Rosario?
Más que palabras evoco sus silencios
trágicos silencios, silencios de
ausencias
y su mirada, tierra oscura de
musgos,
doliente, sorprendida de ver
horizontes.
Su olor a naranjos y su caramelo de
menta
y el cigarrillo de chala que fumaba
por semana.
Sus velas, sus santos, su fe
inquebrantable.
En la gran cocina de la casa
platense
ella esculpía, pintaba con sus manos
mágicas
el aroma lujurioso, el sabor
profundo, misterioso
de las antiguas, exquisitas comidas
del Noroeste;
tamales, tortillas, locros, empanadas
ají molido, cebolla de verdeo,
ternura
y una niña quieta que heredó
nostalgias
mirando asombrada, como se amasaba
con las manos mágicas, repletas de
historia
un destino errante.
Imágenes, largos cabellos canosos,
peinetones
Imágenes, arrugas morenas y el
tiempo
abuela Rosario.
Está por nevar y no entiendo
al viento, a tu ausencia, ni a
iconos olvidados
de la infancia.*************************
(En diversas antologías y páginas de
revistas digitales)
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