“EL DEDO DE DIOS”. ANA MARÍA MANCEDA.
(
INTEGRA ANTOLOGÍA “ POESÍA Y NARRATIVA ACTUAL” EDIT.NUEVO SER.2003).
Tengo una fábrica de chocolates, parece muy
simple y terminante esta afirmación, pero es una artesanía de exquisita y
paciente elaboración. En esta tarea todo debe ser creativo, higiénico. Una vez
que la plancha del producto está preparada para su relleno empiezo a jugar con
mi imaginación y hago posar sobre ella; cerezas al marraschino, higos al coñac,
maníes, dulces regionales y demás confites.
Para inspirarme observo por las pequeñas
ventanas de la gran cocina, el arroyo cristalino que viene bajando desde lo
alto de la vega. El bosque autóctono llega hasta el parque de la casa. Siempre
me parece ver la figura alta de mi padre vagando por los senderos, su recio
cuerpo reflejado en la laguna, mancha amada sobre el agua, cruzada por la
familia de patos. Me veo pequeña, leyendo al lado de la cocina a leña,
esperando su entrada con los brazos repletos de troncos prolijamente cortados.
En la actualidad, ya no se
ven desde la casa, parte de los cerros de
redondeado perfil, que parecen deambular hacia el noroeste. Los árboles
están muy altos y el terreno loteado, ya se han construido varias cabañas para
turismo. Miro el almanaque; veintinueve de Junio de mil novecientos noventa y
cuatro. Hay agujas de hielo bordeando el arroyo, tengo que apurarme en la
fabricación, ya están llegando turistas y este año promete ser bueno, Chapelco
ya tiene nieve, los festejos comenzarán.
El domingo decidí aceptar una
invitación de Juana para ir a la cabaña de Lago Hermoso con unos amigos, sentí
deseos de compartir. Mi vida a los veintisiete años es rutinaria pero tiene la
magia del paisaje patagónico. Luego de la tragedia de perder a mis padres me
volqué de lleno a seguir con sus tradiciones y sus sueños, entre ellos mantener
la fábrica de chocolates y a las familias que dependían económicamente de este
trabajo artesanal. Conmigo viven doña Naillanca ( en mapuche: Joya que bajó del
Cielo), originaria del lugar, orgullosa y fiel a la que amo entrañablemente,
dos perros; un Collie y un raza perro, y Espartaco un gato capón blanco con una
mancha negra alrededor de un ojo. La esterilización se la ganó luego de varias
peleas amorosas de las que salía siempre salía malherido. Este es mi mundo, mi
refugio.
Juana y su familia viven en
las cercanías de mi casa. Son mis amigos y parte de mi niñez; veranos,
cumpleaños, nochebuenas...compartíamos la vida. Era nuestra familia sustituta
ya que la nuestra venía de raíces muy lejanas. Juana es más joven que yo, esa
condición y su fresco carácter tenían el poder de sacarme de mi mutismo. Por
estos días me sentía contenta y esperaba con ansiedad el paseo.
. Luego de cargada la camioneta, previa
compra de víveres para dos días, partimos por la ruta que a pesar de estar en
los primeros días de Julio, estaba despejada de nieve. Llegamos a la cabaña cerca de las diez de la
mañana. El grupo era ruidoso, comunicativo. Juana y yo éramos consultadas
continuamente, pues conocíamos los quehaceres típicos de nuestra región, todos
colaborábamos excepto Dany, el novio de Juana, que había ido al aeropuerto a
buscar dos amigos que arribaban de Buenos Aires.
Hacia el mediodía el almuerzo estaba preparado; el asado sobre las brasas del
hogar, la mesa puesta, las ensaladas esperando los condimentos. Decidimos tomar
mate sentados sobre inmensos troncos, preparados como bancos, ante los
ventanales de la cabaña. El sol aparecía y desaparecía entre densas nubes gris
topo jugando con la frondosidad del bosque, hacía mucho frío, la nieve, medio congelada,
cubría el suelo y se acostaba sobre las copas de los árboles, provocando una suave
danza de silenciosa melodía entre las ramas. Estábamos exultantes, toda la
charla derivaba en anécdotas o experiencias en la nieve. Se sentía el silencio
del paisaje, lo que hacía que nuestras voces y risas restallaran en el espacio,
lo constante y equilibrado eran las llamas crepitantes del hogar y el olor
deliciosa de la carne asada. Por el sendero aparece el jeep de Dany, de él
bajan los amigos. Los tres hombres entran a la cabaña sacudiéndose el frío acercándose instintivamente al hogar,
nos presentan. Cuando Nathaniel me dio la mano y un beso sentí que el tiempo se detenía. Los días
transcurrieron vertiginosamente, como si huyeran de toda realidad.
Ya en la casa seguí con mis tareas, pero
parecía que me deslizaba y las horas no pasaban, por la noche nos citábamos con
Nathan, ahí sí el tiempo huía. Nos enamoramos. En ese tiempo de locura, en la
soledad de mi cuarto, invocaba a mi padre. Fue un sabio, todo lo que hacía y
decía era para mostrarme un camino. Lo necesitaba, Nathan era judío y yo era
agnóstica, si bien no nos importaba, existían tradiciones y costumbres a las
cuales debíamos avenirnos. Busqué entre los cuadernos de mi padre donde anotaba
sus reflexiones. No tenía una religión, había leído sobre distintos creencias; la Biblia , el Talmud, sobre la Torá , y sabiduría oriental.
El creía que una Energía Cósmica mantenía el equilibrio de un Universo en
constante movimiento y expansión. Me solía decir «Lo difícil es encontrar la
simplicidad en la perfección de la naturaleza, en el milagro de cada instante,
en el maravilloso privilegio se existir». Con sus amigos discutían sobre el
origen del hombre, razonaba sobre el destino, me educó libre y con la
convicción de eternidad, yo era su eternidad. Entre los papeles encontré un
poema dedicado a mí.
POEMA
PARA ARIADNA
Infierno y
paraíso. Estupidez.
Todo nació en
el instante Supremo del Big-Bang.
¿ Qué alquimia
tenebrosa gestó parte de esa energía
en monstruos
ignorantes?
Son pedazos de
Averno que deambulan por el mundo.
Pero...
miremos los
pájaros querida Ariadna,
ellos nos
regalan los colores del espectro solar,
danzan, ayudan
a hacer el amor a las flores.
Pero...
miremos los
cachorros, amada Ariadna,
Sí, los cachorros de cualquier especie
y sabremos por
instinto de ternuras ancestrales.
Pero...
miremos las
plantas en primavera hija mía
¡Cuánto deleite
para el alma!
Pero sobre
todo, miremos al niño que nace
y a la muerte
dulce de un viejo, esto nos atañe.
Seguramente
estamos
viajando con nuestra Galaxia
hacia un puerto
más allá del Cosmos.
durante este
largo viaje, deberíamos educar a los monstruos.
Dios nos
guiará, su Dedo marcará el camino
y quizás sea
luminosa la llegada.
Hija, te dejo
como ofrenda
todas las
religiones de la Tierra
sus luces te
alumbrarán, no habitarán
en tu mente, ni
el odio, ni la avaricia,
ni la
discriminación, ni la injusticia
ni el desdén
hacia cualquier criatura.
Si tendrás
dignidad,
la dignidad de
“Ser Humano”
querida Ariadna.
La
lectura me trajo paz, como si mi padre
hubiera sabido que tendría que vivir
esta situación.
Las horas fluían, nos amábamos con las
miradas, con un suave roce, con nuestros cuerpos, con nuestras risas. El mundo
viajaba a un ritmo alocado. Paseábamos todo el tiempo, decidimos ir a
Bariloche, todo era motivo de sorpresa para Nathan y yo le explicaba secretos
de la naturaleza que me había transmitido mi padre. El me contaba de su
profesión fascinante; era periodista, especialista en cuestiones políticas
sobre el Medio Oriente. Por supuesto su vida transcurría entre hoteles, aviones
y faxes. Me nombraba «Ari» y yo me estremecía.
«Ari... el desierto... Ari... las bombas...Ari… El Muro de Los Lamentos».
Éramos el movimiento y la quietud; el torbellino y la risa; La historia y la
leyenda.
Cruzamos Confluencia, nos detuvimos
un rato a observar la belleza del lugar,
donde el río Traful se une a las aguas del Limay. La nieve cubría parte del
paisaje. Ya en el Parque Nahuel Huapi entramos al Valle Encantado, Nathan
escuchaba entusiasmado mi explicación «El viento esculpe las rocas, formando un
sinfín de figuras que la mente codifica según su imaginación». Aminoramos la
marcha, una forma erguida, dominante, señalaba hacia el cielo ¡El Dedo de Dios!
Así lo habían denominado los lugareños ─¿Nathan, creés en el destino? ─Hasta
llegar a Bariloche la charla tomó un cariz filosófico, pero una vez arribados nos olvidamos del mundo. El regreso
fue silencioso, como presagiando la despedida.
El quince de Julio Nathan debió partir,
viajaba a Europa la próxima semana y desde ahí a Israel. Lo llevamos con Juana
y Dany al aeropuerto de Bariloche ya
que Chapelco estaba inoperable por la nieve caída. Se sentía el frío, la ruta
estaba peligrosa, la nieve se congelaba. Y nos despedimos, no me sentí triste,
sabía que siempre estaríamos juntos. Lo vi subir al avión, el brazo en alto,
estaba iluminado. Era Energía Cósmica dispersa en el Universo.
El dieciocho de Julio Nathaniel esperaba mi
llamado en la A.M .I.A.,
estaría allí, pues debía realizar unos trámites con su tía Esther. Me levanté
temprano, prendí la cocina a leña, encendí la radio. La nieve caía copiosamente
¡Qué confortable es mi hogar! Espartaco arrollado al lado del calor, me miraba
sabiamente desde su misteriosa existencia y yo no podía dejar de admirar su
pelaje blanco. A las nueve horas llamé a la A.M .I.A, siempre ocupado. Insistí. Mientras
recordaba lo vivido apareció en mi mente la
figura del “Dedo de Dios”. La radio daba sus flaches informativos, en
ese instante sentí que el mundo comenzaba a viajar lentamente. Miré la hora:
9:55 hs. Como cuando era pequeña, me senté al lado de la cocina a leña, poco a
poco fui tomando posición fetal y TODO SE PARALIZÓ. ***
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