Es con
beneplácito que desde las antípodas decidí aceptar la solicitud de la laureada
escritora argentina Ana María Manceda de escribir un prólogo al libro con el
cual obtuvo Primer Premio de narrativa en el certamen internacional “Huellas
Contemporáneas – CEN Ediciones 2013”; el mismo
tuvo lugar en Córdoba, Argentina, con participación de escritores de
dentro y fuera de fronteras.
Nacida
en Tucumán, a la edad de un año su familia se trasladó a la ciudad de La Plata,
donde cursó estudios primarios, secundarios y universitarios graduándose en
Ecología. Posteriormente se estableció en San Martín de los Andes donde realizó trabajos de investigación como docente
de nivel secundario en el C.E.P.E.N. No. 13 en las cátedras de geografía y
biología.
Hace unos catorce años Manceda inició lo que
llegaría a ser una promisoria carrera literaria al intervenir con éxito en
distintos certámenes a nivel nacional e internacional; el logro de obtener con
facilidad menciones de honor y primeros premios en diversos concursos la llevó
a figurar en varias antologías. Es significante destacar su participación en el
Libro de los Cien Años, –premio especial de editores argentinos–, que comprende
una amplia temática de la educación en San Martín de los Andes. En el pasado ha recibido lauros que
la han proyectado fuera de fronteras, tanto en el género de prosa como en
poesía. No me es posible mencionar aquí todas las distinciones alcanzadas, pero
es de destacar que en 2008 obtuvo Primer Premio en el Certamen Internacional “Artes y
Letras” de dicho año en narrativa por su obra “Derrumbe”, (Editorial Novelarte
de Córdoba).
Sus relatos han aparecido en antologías y
revistas tales como Hontanar, de Australia, que desde 1991 y durante varios
años se publicó impresa, y desde 2003 en formato digital, hoy leída en no menos
de treinta y cuatro países, ya que la diáspora de inmigrantes procedentes de
países hispanos se ha extendido a muchas naciones.
En El
eclipse y los vientos Manceda despliega su imaginación y su vena poética en una
forma por demás persuasiva, con pinceladas de diversas tonalidades en las que
destaca la música. Si bien se inicia con un viaje, lo cual puede ser
interpretado en más de un sentido como se podrá apreciar más adelante, es la
ciudad de Buenos Aires la que se nos presenta como telón de fondo al comenzar
esta historia. La acción se inicia en los famosos “conventillos” mencionados en
tantas obras que hoy son verdaderos clásicos, ya sea en la literatura como en
la música popular –en especial el tango– que en la cultura rioplatense llegó en
las postrimerías del siglo pasado a cumbres que resonaron como ecos en Europa,
en toda América y otras regiones del planeta.
En esos “hoteles improvisados”, encontramos en El eclipse… inmigrantes
que recalaron en el Río de la Plata durante tantas décadas, de una diversidad
tal que se nos aparecen como peones de una partida de Ajedrez, pero la música,
en este caso las Cuatro Estaciones de Vivaldi, se va a convertir en el
verdadero núcleo de un ambiente de gran diversidad étnica.
La
agitada vida de la sociedad argentina es proyectada aquí con nostalgia, con
gran destreza y sin tonos hiperbólicos, pues la historia de su país ha sido de
una gran complejidad, con altibajos
–trágicas actitudes del grupo castrense–, seguidos por períodos de calma que
permitían un desarrollo más equilibrado y positivo. Estos eventos pueden
justificar la idiosincrasia de un pueblo noble que acepta su destino, confía en
el Sumo Hacedor y procura mirar hacia adelante. Es la vehemencia de uno de los
personajes en mantener la obra de Vivaldi como su meta primordial, el motor que
mantiene la trama de un relato que pese a su claro realismo admite
metáforas. En la mente del protagonista
se produce un “eclipse”; algo inusitado cubre por un instante el brillo de su reflexión,
para que sin una explicación racional, comience a “vagabundear por caminos
incomprensibles”.
El
tema de la política y sus vaivenes surge en el deseo de aquel personaje de
conocer al músico que ha logrado con su violín hacer de la obra de Vivaldi una
maravilla que llena de felicidad a los afortunados que lo pueden escuchar.
Aquel verdadero genio se encuentra en el Sur de la nación, y no importa la
enorme distancia que deberá recorrer el obseso personaje, que con determinación
no vacila en iniciar su viaje –y aquí se puede percibir el metafórico medio de
que se vale la autora pora compararlo con la vida del ser humano–, para
alcanzar lo que le dará felicidad. ¿Es
nuestra existencia desde que nacemos hasta nuestra partida al más allá un
simple viaje? En los primeros párrafos se nos indica que el protagonista Leía y
releía un libro de Alejandro Dumas que
su padre había encontrado en el asiento del tren: “El Conde de Montecristo”. El lector podrá dilucidar sus propias
conclusiones.
Manceda
da a esta historia un final inusitado; logra traernos a la mente algo que no
figura en la misma, pero que posiblemente todos hemos podido percibir en el
ciclo primario de nuestros estudios; aunque no exista ninguna atadura con lo
que sucede en este interesante relato, es un prodigio que muchos hemos
apreciado en la naturaleza. Se puede percibir en el ámbito de las larvas de los
lepidópteros: una oruga gris que a nadie llama la atención procederá a
construir su capullo que la convertirá en crisálida, para finalmente salir y
exhibir todos los vibrantes colores que le dan la asombrosa belleza de una casi
inexplicable aunque natural transformación.
Sin
duda la lectura de esta historia enriquece nuestro espíritu, y al igual que
otros trabajos de Manceda, es un aporte más a la excelente literatura que se
produce de continuo en Argentina y en el resto del mundo hispano.
Michael Gamarra,
editor y autor
REVISTA HONTANAR. SIDNEY .AUSTRALIA
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