“EL BARCO DE PLATA”
AUTOR: ANA MARÍA MANCEDA.
El Barco de Plata se desliza suave por el Océano Atlántico. Al amanecer
hasta el anochecer brilla de manera intensa al reflejar la luz del sol,
contrastando con las azuladas aguas del océano. A medida que avanza una estela
blanca rodea su triangular estructura.
Dentro del barco la actividad es febril. Los marineros acatan las
órdenes de sus superiores y trabajan de manera afanosa. En algunas oportunidades se producen motines por lo que
fuere; falta de alimentos, mala distribución de los mismos, injusticias en la
sanción de delitos, los entregadores siempre tienen privilegios. Estos actos de insurrección son solucionados rápidamente, se da la orden
de fusilar a los cabecillas y todo vuelve a la normalidad. El Barco de Plata
sigue su rumbo majestuoso, brillante, por el Océano Atlántico.
A
pesar de la belleza del entorno y de la
riqueza que contiene, los tripulantes nunca tienen tiempo de disfrutarlos,
siempre están atareados y de espaldas al mar, hasta ignoran el verdadero valor
que lleva, no solo en su carga sino en su propia estructura.
Una
noche, en la que la Cruz
del Sur brillaba como nunca, llegaron hasta el barco los sonidos de las voces
de un coro cuyas voces sonaban
angélicas. Los primeros en detectarlas fueron los marineros, ya que la superioridad estaba en los
camarotes de los Almirantes y Capitanes
festejando, quién sabe bajo qué pretexto, una de sus periódicas fiestas.
Instintivamente se pusieron en alerta, presintieron la catástrofe
que sobrevendría si acudían al llamado
de las embrujadas voces. Pero la casta superior, la de las Almirantes,
Capitanes y acólitos de pronto las
escucharon, eran dulces y penetrantes, atravesaron los sentidos enturbiados por
el alcohol y la moral pulverizada por la codicia. En tropel subieron a la proa, inquiriendo desesperados sobre el
lugar de donde provenían los cantos. Éste se veía lejano, como si las sirenas estuvieran en un montículo de
rocas, más allá de los límites de la razón. A pesar que tuvieron conciencia de
la lejanía y que debían desandar el rumbo impuesto, ordenaron viaje hacia
el utópico paraíso, solo les importaba
alcanzar la morada que ofrecía lo que ellos codiciaban, eran cantos de
promesas, de riquezas y lujurias infinitas.
La vida en el Barco De Plata cambió, si bien siempre había sido dura, de
alguna manera se cumplía con los códigos dispuestos por normas establecidas en
la “ Constitución”. Ahora imperaba la intemperancia, el desorden y la violación
a todos los derechos. Los marineros se
sentían cada vez más desprotegidos, trabajaban totalmente a desgano, adoptando
actitudes semejantes a los de sus superiores. Ante cualquier amenaza de motín
se castigaba duramente a los subversivos. La represión era indirectamente
proporcional; a mayor caos en las altas
esferas, mayor castigo hacia los marineros que osaban en protestar.
Al pasar los días el canto de las Sirenas se escuchaba más nítido y seductor. Los
Almirantes y Capitanes lucían como nunca condecoraciones de oro y bronce en
oposición a los marineros que deambulaban harapientos. Esta antinomia era
evidente de manera vergonzosa, ahora las autoridades vivían recorriendo la
proa, aturdidos, confusos, soberbios, mostrando sus medallas de honores
supuestos. A medida que se acercaban al lugar encantado, el caos en el Barco fue aún mayor. Éste ya no
brillaba a pesar del sol y el azul del mar, hasta fue perdiendo la estela
blanca que lo rodeaba.
Ante tanto paroxismo, los marineros decidieron ponerse algodones en sus
oídos, les resultaba insoportables el sonido de esas voces, no sentían placer
escucharlas, al contrario, los invadía el terror. Llegó un momento que los
Almirantes y Capitanes, que habían adherido cada vez más a sus trajes con
condecoraciones, se tropezaban y caían por el peso de éstas, pero no se daban
por vencidos, no claudicaban.
Asustados por lo que veían y a sabiendas que el envilecimiento de sus
superiores ya no les permitía controlarlos como antaño, los marineros se
sacaron los algodones y se acercaron a la proa. Por primera vez disfrutaron de
la belleza del mar. En esos momentos el canto de las sirenas se entremezcló con
el ruido estremecedor que producían los
Almirantes y Capitanes al caer, derrotados por el peso de sus trofeos, como estatuas de bronce, con los ojos muy
abiertos, sin ver nada.
Luego
del estrepitoso ruido, el barco y sus tripulantes quedaron devastados, como si una bíblica tempestad los hubiera sorprendido.
La
quietud ondea sobre el mar calmo, pero el barco no se detiene, sigue lento y
sin pausa hacia su destino; el paraíso de rocas. Desde allí, bellas, estáticas,
inalcanzables, las sirenas los esperaban, pero sucede que ellas poseen una
terrible arma más poderosa que su canto. Los esperan con su silencio.
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(EN ANTOLOGÍA “ EL ECLIPSE Y LOS VIENTOS” DE ANA MARÍA
MANCEDA. EDITORIAL CENTRO DE ESCRITORES NACIONALES. 2014
Me ha resulta de muy buen gusto, amiga.
ResponderEliminarAbrazos
cariños José,tú siempre tan amable. No contesté antes pues no tenia PC.
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