EL CULTURAL: El debut literario de Lorca, un siglo después
Se reedita el debut del autor, Impresiones y paisajes (1918), su único libro en prosa y fruto de sus viajes de estudios por Castilla, Galicia y Andalucía
Lee un fragmento de Impresiones y paisajes, de Federico García Lorca
FERNANDO DÍAZ DE QUIJANO | 11/01/2019
Federico García Lorca, por Alfonso Zapico
Fruto de aquellos viajes por Castilla, Galicia y Andalucía, Lorca escribió su primer libro, el único en prosa y el menos conocido de toda su obra, Impresiones y paisajes, autoeditado y costeado por su padre en 1918. En él reunió, con numerosos cambios y correcciones, muchos de los textos que había escrito a su paso por ciudades como Baeza -donde conoció a Antonio Machado-, El Escorial, Ávila, Salamanca -donde conoció a Unamuno-, Santiago de Compostela, Burgos o Segovia. Textos en los que, a pesar de su inexperiencia y su juventud, destila una original y profunda forma de mirar la realidad y una prosa culta y llena de plasticidad.
Se vendieron muy pocos ejemplares. Lorca regaló el libro a familiares y amigos y la mayor parte de la edición quedó en la casa familiar de la Huerta de San Vicente cogiendo polvo durante décadas. Cuando alcanzó la fama, Lorca no volvió a mencionar este libro ni mostró interés por reeditarlo, pero mucho después de su muerte fue publicado de nuevo por editoriales como Akal, Galaxia Gutenberg, Losada y Cátedra. Ahora, con motivo de su centenario, Impresiones y paisajes vuelve a ver la luz en el sello Biblioteca Nueva con una edición conmemorativa a cargo de los estudiosos lorquianos Jesús Ortega y Víctor Fernández y con el apoyo del Ayuntamiento de Granada en el marco del Año Lorca 2018 (y en 2019 le toca el turno a Madrid, que celebrá todo el año el centenario de la llegada del poeta a la capital).
Además de una limpieza respetuosa del texto original, sin “modernizarlo” en exceso, y una introducción de Ortega y Fernández explicando el contexto biográfico y literario de la obra, esta nueva edición trae el aliciente de lasilustraciones realizadas por Alfonso Zapico, Premio Nacional del Cómic en 2012, y la reproducción de fotografías de aquellos viajes y documentos, algunos de ellos inéditos, como el registro de Lorca y sus compañeros en el Monasterio de Silos, donde estamparon su firma en el libro de visitas, o varias dedicatorias manuscritas del autor en los ejemplares que regaló personalmente.
“Este pobre libro llega a tus manos, lector amigo, lleno de humildad”. Así introduce Lorca su debut literario, pero para Ortega se trata de una captatio benevolentiae detrás de la cual se esconde “un escritor completamente seguro, que tiene clarísimo ya desde joven quién es, quién quiere ser, cuál es su visión del arte y qué quiere contar”.
El despertar de Lorca a la literatura coincide con una importante crisis existencial, de identidad sexual, filosófica y religiosa. “Cuando publica Impresiones y paisajes, en sus cajones hay muchísimos manuscritos todavía inéditos. Poesía, teatro, piezas breves, algunas prosas de carácter místico… Era un taller de escritura oculto a la gente, en el que estaba tanteando cuál iba a ser su camino literario”, explica a El Cultural Víctor Fernández, que ya editó en Malpaso un volumen con todas las entrevistas concedidas por el autor de Bodas de sangre.
Una rápida evolución
En aquella España poco dada al refinamiento cultural, la visita de un grupo de estudiantes universitarios con su profesor procedentes de una ciudad lejana suponía todo un acontecimiento del que se hacían eco los periódicos locales. Lorca -y otros compañeros- publicaron en ellos algunas de sus crónicas, y al pie de una de ellas el joven escritor explicó que formaría parte de un libro llamado Paseos románticos por la España vieja, título marcadamente noventayochista por influencia de Berrueta. Pero el título definitivo fue Impresiones y paisajes, lo que anuncia el distanciamiento estético de su maestro. De hecho, su amistad se rompió porque Lorca no le dedicó el libro a él, que fue el artífice de los viajes y su primer mentor literario, sino a su añorado profesor de piano. “Lorca evolucionó en lo literario de un modo asombrosamente rápido”, explica Ortega. “Desde esa visión apegada a Berrueta, al 98 y lo cronístico, da un salto estético y reconecta con lo artístico”.
Ilustraciones de Alfonso Zapico para la nueva edición de Impresiones y paisajes
Ortega, que dirigió durante casi dos décadas coordinó las actividades culturales de la casa-museo de Lorca en la Huerta de San Vicente y ha comisariado y editado los catálogos de dos exposiciones relacionadas con el autor de Fuentevaqueros, considera que la calidad literaria demostrada en Impresiones y paisajes, siendo su primer libro, no tiene otra explicación que “el puro talento”. Lorca tenía mucha urgencia por publicarlo. “Creo que quería emitir la señal social en su ciudad de que ya era escritor”, explica el responsable de la edición.Influencias de juventud
Por otra parte, el libro demuestra algo que los estudiosos saben bien: lejos del tópico del autor folclorista y pasional, genial pero escaso de cultura, lo cierto es que Lorca era un gran lector -recientemente Luis García Montero lo reafirmó con el libro Un lector llamado Federico García Lorca (Taurus, 2016)-. Así, los textos de Impresiones y jardines están dejan ver la impronta de Azorín, de Machado o de Baroja, y la de poetas como Rubén Darío o Juan Ramón Jiménez. “Es un libro evidentemente muy mimético de sus lecturas modernistas de entonces. Lo escribe cuando aún no ha ido a Madrid, no ha descubierto la vanguardia, ni la Residencia de Estudiantes, ni a Dalí, ni a Buñuel, ni el ultraísmo, ni el cubismo, ni el surrealismo…”, explica Ortega. Por otra parte, el autor del Romancero gitanoilustra sus reflexiones con numerosas referencias culturales explícitas, muchas de ellas musicales (Händel, Czerny, Beethoven, Wagner…).Retratos de la miseria
Algunas crónicas de Lorca son instantáneas de la miseria y la desigualdad en la que se hallaba sumida la mayoría de la población española a principios del siglo XX, en especial en las zonas rurales: “[...]y pasaron esas mujeres, que son un haz de sarmientos, con los ojos enfermos y los cuerpos gibosos, que van con gestos de sacrificadas a que las curen en la vecina ciudad, y desfilaron las mil figuras de tratantes, con sus látigos en la faja, que son muy altos, y los rumbosos de las posadas, y esos hombres castellanos, esclavos por naturaleza, muy finos y comedidos, que tienen aún el miedo al señor feudal [...]”, escribe en Mesó de Castilla.En textos como este Lorca centra su mirada en la gente humilde que se cruza en su camino y revela su talento para interpretar apariencias, gestos y actitudes. “Aunque Lorca era hijo de un rico terrateniente, desde pequeño tuvo contacto con gente humilde, las criadas de la casa, los hombres del campo, los compañeros del colegio, los alumnos de su madre…”, explica Fernández. “Desde su comienzo en la literatura se identificó con el humilde. Nunca fue el típico señorito andaluz, como dice el cliché”.
Conflicto religioso
En sus viajes con Berrueta y compañía, Lorca visitó numerosas iglesias, monasterios y otros monumentos de tipo religioso, que le dieron pie a reflexionar sobre su visión de la doctrina cristiana. El más texto más explícito en este sentido de los que conforman el libro (se guardó para sí otros que entraban más de lleno en sus dilemas religiosos) es La Cartuja, escrito tras su estancia en el monasterio de Miraflores, Burgos. En él contrapone su religiosidad, basada en la caridad y el amor al prójimo, con el carácter solitario y severo de los monjes cartujos: “Es verdaderamente anticristiano una Cartuja. Todo el amor que Dios mandó nos profesáramos falta allí, ni ellos mismos se quieren. Solo se hablan los domingos un rato, y solo están juntos durante los rezos y la comida. No son ni hermanos. Viven solos…”, escribe Lorca.“Eutimio Martín ha estudiado todas las vinculaciones con la figura de Cristo que tiene Lorca en su juventud. Se identifica con él y lo contrapone a la pesadez de la institución eclesiástica. Relaciona la monumentalidad católica con la apariencia exterior mientras que a él le interesa la profundidad de las cosas”, explica Ortega.
Así, al hilo de sus reflexiones religiosas, el joven escritor va anunciando rasgos que constituirán pilares de su poética personal. Tras contemplar una estatua de San Bruno realizada por elogiada por su fidelidad anatómica pero que él encuentra vacía de expresión, afirma: “A mí únicamente me convence el interior de las cosas, es decir, el alma incrustada en ellas, para que cuando las contemplemos puedan nuestras almas unirse con las suyas. Y originar en esa cópula infinita del sentimiento artístico el dolor agradable que nos invade frente a la belleza…”.
En Impresiones y paisajes, opina Ortega, se puede vislumbrar ya algo que caracterizará toda la obra de Lorca: “una fe sagrada en el arte”. “Él se siente desde el principio miembro de la cofradía del arte, ese mundo que toca el ideal y establece con él una conexión de tipo religioso. Después cambiará de estética, dejará el modernismo y descubrirá las vanguardias, pero nunca abandonará la fe en el poder del arte para la transformación del ser humano, el poder del arte como fuerza sagrada”.
@FDQuijano
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