***“ EN EL PUEBLO DE LOS GINKGO
BILOBA”. ANA MARÍA MANCEDA. SELECCIONADO PARA ANTOLOGÍA.EDIT.NUEVO SER.2003.
El sol amenaza arder sobre las
dunas. La hilera de seres harapientos se desplaza sobre la arena. Es gente aún
joven y fuerte, entre ellos hay niños, de rasgos bellos, se puede distinguir en
sus facciones los rasgos de las distintas etnias terrestres, pero todas esas
cualidades están escondidas por la suciedad de sus cuerpos y sus ropas. Un
color humo rodea la imagen de los vagabundos, a pesar del oro del desierto se
ven como andrajosos mutantes que vagan sin destino. Las poblaciones rechazan su
presencia, son los leprosos del siglo veintiuno. Fueron los dueños del mundo en
la era de los millonarios electrónicos; el
“ Capital” fluía con libertad,
Las Grandes Corporaciones Transnacionales eran buques sin banderas que
navegaban con sus capitales por las aguas de Internet. Fundían países y
enriquecían regiones en horas, causaban el mismo desastre que la fuga de los
gases tóxicos de una industria pesticida, pero ellos seguían su veloz viaje de piratería con sus “ Bancos
Fantasmas”. Así estaba el mundo globalizado, con políticos y burócratas
corruptos e incapaces de seguir la
velocidad de sus comunicaciones y transferencias. Barrieron con siglos de un
orden social injusto pero con cierto equilibrio, desaparecieron la actitud
ética, la moral, la dignidad. Pero la catástrofe llegó, explotó como una bomba
debido a la volatilidad del Mercado Mundial, y este grupo de gente, habitantes
de barrios exclusivos, de vidas privilegiadas, poseedores de riquezas
inimaginadas para el hombre común, perdió la “ Espada, la Joya y el Espejo”.*
Al principio, desconcertados, se
unieron, se ayudaron, pero era tal la miseria que comenzaron su éxodo por el
mundo, comiendo lo que encuentran y bebiendo de las aguas de escasos
manantiales. La gente de los pueblos por los que pasan, los insultan,
tirándoles piedras y sumiéndolos en el escarnio. Sus caras tienen la expresión
de la nada, quizás llevan en sus mentes, recuerdos de los paraísos perdidos, de
una vida obscena y amoral.
Entre la muchedumbre van Takeo y
su hija Amaterasu, siempre tomados de la mano. Sus semblantes reflejan
sentimientos humanos, ausentes en los demás. Uno puede ver en ellos angustia,
sorpresa, emoción. Takeo fue un poderoso Shogum financiero, amó profundamente a su esposa Kono-Hana, rica
heredera, en honor a ella y para merecerla había levantado un Imperio. Cuando
su mujer murió solo se asió a la vida por su hija Amaterasu, luego devino el
Crak Mundial y comenzó el peregrinaje. En esa travesía sin tiempo, la niña
cuida de su padre y juntos comentan la puesta del sol, la maravilla de un
eclipse, el nacimiento de una flor. Reconocen los pájaros por su canto, habilidad
que aprendieron de Kono- Hana, gran conocedora de la naturaleza. Esas fugaces
emociones son asfixiadas ante el
maltrato que reciben por los pueblos que pasan, observando a la vez la pobreza y la falta de alegría de esa gente,
era como si una lluvia de tristeza hubiera caído sobre el planeta.
Una tarde pasan por uno de los
tantos pueblos humildes, pero éste tenía algo distinto, denotaba organización y
pulcritud. El padre y la niña se alejan del grupo, se adentran entre sus
calles, les parece no percibir violencia entre los pobladores. Las veredas
estaban arboladas de majestuosos Ginkgo Biloba, cuyas hojas en forma de abanico
parecían aventar la fatiga de los forasteros. La admiración iba creciendo a
medida que descubrían la peculiar vida de sus habitantes, la alegría dominaba
la actitud de los mismos. Las mujeres cantaban mientras realizaban sus
quehaceres, algunas familias merendaban en los patios delanteros de sus casas
mientras los niños jugaban en las veredas. Al pasar los miraban curiosos, el
olor de las comidas caseras era exquisito. Se veían jardines, huertas, granjas,
todo amorosamente cuidado. Los muros, cual páginas de los libros, estaban
pintados con imágenes de historias y leyendas, seguramente de esa región,
adornados con bajorrelieves que representaban las hojas en abanico de los
Ginkgo Biloba, el árbol sagrado de ese pueblo. Otra cosa sorprendente era la
manera y el tipo de conversación que sostenían; hablaban de proyectos, las
palabras salían musicalmente, se enlazaban, se enhebraban y confluían en sueños
y utopías. Amaterasu se emocionó y más que nunca anheló estar con su madre para
compartir ese lugar y esos momentos. Se detuvieron a mirar como trabajaban un
carpintero y un herrero mientras tomaban un refresco y charlaban. La niña
sintió la necesidad de pedirle a su padre la foto de la familia en los tiempos
felices, Takeo, apesadumbrado, le
contestó- Los duendes del imperio me arrebataron tan precioso tesoro. En ese
momento los artesanos levantaron la vista y sonrieron al padre y a la hija, les
convidaron refrescos, reconocieron en ellos cierta magia.
El sol se estaba ocultando.
Se veía distante, cruzando las colinas,
la hilera de harapientos que se alejaba. Takeo y Amaterasu fueron invitados a compartir esperanzas en el
pueblo de los Ginkgo Biloba. Al pasar
los días, la gente se reunió para, en ceremonia solemne, entregar al padre y a
la hija, el símbolo que les correspondía como ciudadanos del lugar. El herrero
y el carpintero se acercaron con un
hermoso estuche de madera en cuya tapa se encontraba exquisitamente tallada la
hoja del árbol sagrado. Takeo sintió un escalofrío y lo invadió el pánico,
creyendo adivinar que dentro habría una joya y
se dijo- Todo comenzará nuevamente. Al abrir la tapa, Amaterasu se
sorprendió al ver el estuche vacío, pero su padre emocionado vio en el fondo
del mismo el bello rostro de su hija reflejado en un espejo.****
*Dentro del mundo de los negocios la
espada es la fuerza, la joya la riqueza y el espejo el conocimiento (Alvin Toffler)
Me resulta muy bien, amiga.
ResponderEliminarAbrazos