Viaje hacia la curvatura de la luz
N
o es lo mismo, desde ya, pero siento una caricia en la piel, este viejo zaguán con su puerta vidriada dejando fluir la luz del crepúsculo, con sus macetones repletos de flores me devuelven el olor de las plantas del pasado. La casa me espera con sus fantasmas, si no fuera por la alarma que parece presentirme y se apaga sola, creería que los años se hubieran detenido en mi niñez. Al entrar en la cocina-comedor siento un escalofrío, ahí está, la pantalla gigante, apagada, sin embargo te veo Yunus, estas ahí, ofreciéndome una copa de champaña y una sonrisa. Te eternizaste Yunus. ¿Cómo poder vivir sin vos? Aquí estoy, tratando de aceptar esta existencia que atraviesa condiciones tan distintas de vida, pero existe algo que el hombre aún no ha podido cambiar, los sentimientos, y eso es un gran triunfo de nuestra condición de humanos.
Nuestra historia comenzó un atardecer de primavera. Llegué del laboratorio extenuada, el calor era insoportable. Sentí placer de estar en la casa fresca, ordenada. Bendito trabajo que me agotaba y no me permitía rumiar sobre mi soledad. Besé la foto de mi hijo con su familia, el sistema era antiguo pero bueno yo también era antigua, a los cincuenta y cinco el alma tiene sus huellas aunque la apariencia siga lozana. Gran ventaja la de transitar esta edad a fines del siglo veintiuno, las pastillas y las cremas son milagrosas. Mientras me preparo una ensalada prendo el plasma, me encanta seguir la novela de las ocho, la trama es interesante, pero el sonido de los arroyos y los olores de la flora de la hacienda donde ocurre el drama era lo que me deleitaba. Recuerdo que cerré los ojos para respirar esa atmósfera, me prometí que en las vacaciones no iría al mar, contrataría una excursión a esa hacienda, cuando los abrí estabas vos Yunus, con la copa en la mano, de inmediato te reconocí, eras el ingeniero a quién le había hecho los análisis hace pocos días. Hice lo que nunca me atreví, con tus instrucciones manejé el control y así pudimos charlar ya ni recuerdo cuánto tiempo, nunca más me sentí sola. Desde ese día llegaba corriendo del laboratorio, me bañaba, perfumaba y cuando sentía que brillaba prendía el plasma y comenzaban nuestras charlas, cenábamos juntos, nos reíamos ante la disparidad de comidas que inventábamos. No querías mostrarme tu casa de manera virtual, querías que yo la conozca personalmente. Cuando decidí ir ya estábamos enamorados. Yo Mayra, viuda, sola, me había enamorado como una adolescente de vos Yunus, soltero, ingeniero de la Comunidad Latinoamericana, doce años menor.
Como todas las ciudades satélites de la Capital, Cappa era ultramoderna, aunque cobijaba en algunos de sus barrios casas del siglo pasado, como la mía ¡eran tan encantadoras! De a poco le fui inyectando el confort moderno, conviviendo en ella el pasado y el futuro. Nunca había visitado una casa especialmente diseñada con aire de siglo veintidós hasta que visité la de Yunus, al entrar no pude disimular el impacto que me causó; paredes acrílicas que se ahuman según el color deseado o se dejan transparentes para que fluya la luz; todo funciona a energía solar, en el extraordinario baño lucen unas extrañas y bellas plantas, obtenidas por una cruza genética especial, se autoriegan con la cantidad de nutrientes según los vayan necesitando. La bañera lo esperaba a Yunus con la temperatura ideal, él había programado la hora, la cantidad de agua, temperatura y espuma deseadas. Cenamos una comida exquisita ¿La cocinera? Un artefacto computarizado, la carne la untamos con una salsa que ni yo la hubiera logrado. ¿Quién había puesto la mesa? ¡Sorprendente! Pedro, el robot, hacía todos los quehaceres domésticos, hasta elegía la ropa que iría al lavarropas. Deslumbrada entré al universo de Yunus.
Nuestra vida juntos siguió con nuestra actividad normal, yo en el laboratorio de análisis clínicos, él con su profesión que le exigía algunos viajes para asistir a congresos planetarios pero los regionales los podía realizar desde la casa.
Cuando me quedaba sola me divertía con Pedro, al que le faltaba reír y llorar ya que decía algunas frases programadas para ocasiones especiales, también me entretenía con las extrañas plantas, según la hora del día destellaban tonos dorados o intensos lilas, variando a su vez el perfume que exhalaban, era una fiesta para los sentidos. En otras oportunidades, cuando Yunus se excedía en su trabajo, desde el dormitorio le cambiaba los colores de las paredes del escritorio, de un gris plateado a un rosado brillante, era un código entre nosotros, entendía que lo esperaba ansiosa. El instinto del amor y la pasión seguían incólumes a través de los tiempos. Algunas noches solíamos leer acostados, yo, con mis libros de papel, necesitaba sentir en mis dedos el contacto con sus hojas, Yunus con su computadora adaptable según la posición que tomara. En realidad era envidiable verlo cómo buscaba en instantes el significado de palabras desconocidas o programar hologramas según alguna secuencia de la novela que leía, entonces me maravillaba ver en tridimensión paisajes y personajes que describía el autor pero con la imaginación de Yunus. Por supuesto se burlaba de mi antigüedad para leer, no me importaba, mis argumentos resaltaban el enriquecimiento de mi mente, cosa que él también lograba, no podía con sus teorías. Desde ya debía acostumbrarme a esa forma de lectura, no se fabricaba más papel, los bosques eran santuarios sagrados proveedores de oxígeno y abrigo de especies en vía de extinción.
El tiempo transcurría con nuestra dicha, mi hijo se sentía feliz de verme tan plena y lejos de la soledad. Algunos fines de semana largos lo visitábamos en su hogar del país vecino, con las nuevas autopistas y el puente internacional con la línea asfáltica para viajar sobre elevación computerizada llegábamos en un rato. El trayecto era fascinante, ya no se veían las villas miserias de mi niñez, ahora eran miles de pequeñas poblaciones automatizadas, idénticas, separadas por parques trazados de manera perfecta, en éstos lucían unos artísticos artefactos que en realidad eran pararrayos. Desde la altura de la autopista parecían villas de antiguos bungalows africanos, ya que sus techos estaban diseñados para regular la luz del sol, no se usaba la energía orgánica, hace años se había agotado el petróleo; solo algunos pozos, ubicados de manera estratégica, eran resguardados para alguna emergencia. Aun así, se notaba la diferencia de clases y si bien la violencia estaba controlada no había desaparecido. El mundo estaba esperanzado en la nueva camada de políticos que gobernaban, éstos debían seguir una carrera política, cursar postgrados y realizar pasantías en distintas regiones, de esta manera adquirían conocimientos para regular los recursos naturales y económicos de la población. La humanidad fue sufriendo una transformación espiritual, luego de cruentas guerras por el agua entre países hermanos, la peligrosa situación ambiental de la Tierra provocó una sensación de unidad nunca conocida en la historia del hombre.
Mi quiebre emocional comenzó luego de las grandes catástrofes que ocurrieron en el planeta. A fines del dos mil setenta desaparecieron unas pequeñas islas del Mar del Norte, los científicos habían previsto la tragedia ocasionada por la elevación de los mares por el cambio climático global además de haber detectado un leve desvío de la Corriente Cálida Del Golfo lo que produjo un mayor enfriamiento en la Península Escandinava y las Islas Británicas, el paisaje nevado era una característica de Londres, aún en primavera y verano. En otras partes del planeta el calor tórrido era insoportable, solo la tecnología permitía su hábitat. La Región Pampeana sufría un clima subtropical y la Patagonia era un oasis templado con el consecuente y lento deshielo de sus glaciares. Una noche de agobiante calor entramos a la casa cerrándola herméticamente, ya no se podía estar en el patio disfrutando del pequeño jardín natural. Mientras Pedro nos servía un cóctel decidimos sentarnos en el living y mirar el universo, corriendo una parte del techo deslizante, a través de los vidrios especiales que funcionaban a manera de telescopio. Teníamos todo el esplendor del cosmos ante nuestra vista. Yunus me explicaba que según Stephen Hawking si seguimos un cono de luz hacia el pasado, éste se curva debido a la atracción de la materia del universo primitivo. En ese momento sentí el temblor, me recorrió la espalda, los muslos, y las estrellas parecieron titilar a mayor velocidad.
—Mayra, la casa es antisísmica, no sé qué pasa pero debe ser algo grave —dijo Yunus con preocupación. Encendió el plasma. Las imágenes eran de terror, se había desprendido una parte de la península de California, desapareciendo en el mar cientos de ciudades, el olor a azufre y a muerte inundó el living. El espectacular desprendimiento ocasionaba terremotos y remezones en todo el planeta, provocando tsunamis y desapariciones de costas habitadas. Ya los geólogos habían previsto estas catástrofes, sus investigaciones coincidían en que en miles de años la península se desprendería del continente americano e iría hacia la deriva a acoplarse con la península de Alaska. El proceso había comenzado.
Luego de esta tragedia surgió mi depresión. Era un pánico que entraba por mi cuerpo hasta hurgar en mi mente. En los círculos intelectuales se sabía que se preparaba un éxodo escalonado hacia otro planeta con condiciones para desarrollar la vida, por supuesto esto llevaría miles de años y los primeros en viajar serían las familias más poderosas de la tierra. Pasé meses en un estado de estupor, el amor de mi hijo y Yunus lograron rescatarme del abismo. Cuando tuve cierto equilibrio emocional y con ayuda profesional supe que debía enfrentarme a ese miedo ancestral de perder lo estable, a mis seres queridos y sobre todo el sentido de pertenencia a este maravilloso planeta azul.
Necesité visitar mi antigua casa, ahí es donde me encuentro al comenzar el relato, consejo del médico de recorrer y escribir sobre lo que provocara en mis sentimientos este rincón de mi vida. En el momento que guardaba algunas fotografías en el bolso sonó el móvil, la carita de mi nieta apareció en la pantalla.
—Abu, mirá la muñeca que me regaló Yunus.
Una Barbie de mi niñez lucía amorosa al lado de mi nieta, él a su lado, con su sonrisa que iluminaba el universo y no pude conmigo, lloré todo mi pasado y la transición que tuve que recorrer para llegar hasta este momento de la historia de la humanidad que aún no podía asumir. Sentí que hasta en la raíz de mis cabellos habitaba una memoria de mi lejana niñez y la de mis padres. Entre sollozos les pedí que no se preocuparan, era la emoción pero yo sabía que rompía el estanque del tiempo, tenía que aferrarme a mis amores. Al cerrar la puerta de mi antigua casa, quise de manera simbólica cerrar una época vivida, con amor, con heridas, de manera intensa, hasta la vorágine. Debía regresar al futuro, aceptar con humildad mi condición humana, hasta cuando Dios quiera, solo somos mortales.
Ana María Manceda. Hace cuarenta años que vive en la Patagonia Argentina (San Martín de los Andes). Fue docente de Geografía y Biología I en C.P.E.M. n.º 13 por 25 años. Coautora del Libro de los cien años (libro homenaje a los CIEN AÑOS DE SAN MARTÍN DE LOS ANDES; Historia, Geología, Educación, Geografía, Sociedad, Cultura, Turismo…). En octubre de 2008, recibió el 1.º Premio en Certamen Internacional Artes y Letras 2008 en narrativa por su obraDerrumbe; Editorial Novelarte; Córdoba (Argentina). Integrante de REMES (Red mundial de escritores en español), de Poetas del Mundo y de World Poets Society; Latin Heritage Foundation; Unión Escritores Hispanoamericanos. Integró el primer jurado del CEM (Centro Editorial Municipal de San Martín de Los Andes), donde se sentaron las bases para los concursos literarios municipales (tres años representando a la Biblioteca Popular 4 de febrero). Seleccionada en varias antologías nacionales e internacionales. Participa en diversas revistas literarias por Internet, entre ellasGuatiní, de Ernesto R. Del Valle (Miami), Hontanar, de Cervantes Publishing (Australia) y RevistaSinfín (México). Invitada a participar en la antología poética en homenaje a los estudiantes mexicanos desaparecidos Los 43 poetas para Ayotzinapa (2015). En septiembre de 2011 presentó su novela La noche de la flor del cactus, en la V Feria Regional del Libro de San Martín de Los Andes (2013). Finalista certamen internacional narrativa por la obra El eclipse y los vientos; CEN Ediciones (Argentina; 2013) y recibió el 1.º Premio certamen internacional narrativa «Huellas contemporáneas» por la obra anteriormente citada. En diciembre de 2014 fue nombrada «Embajadora de la palabra» por el Museo de la Palabra (Fundación César Egido Serrano) sito en Quero Toledo.
Web de la autora: Literatura desde la Patagonia
– En FB: www.facebook.com/ammanceda
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Otros relatos de esta autora (en Almiar): Los pasos de los duendes sobre las hojas caídas del otoño · Derrumbe · Una moneda romana en la cordillera Patagónica
Ilustración relato: Fotografía por Pedro M. Martínez ©
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